Las Redes sociales y en general la interacción digital se desarrolla en un “espacio mental”, virtual dirían algunos, donde la información en dígitos es la base del intercambio comunicativa. Todas las señales inconscientes que se intercambian en la interacción física son sustituidas por recursos digitales, fotos, emoticones, links, líneas de texto (cortas y largas), etc. Todo lo cual tiene que ser interpretado ‘racionalmente’, en términos simbólicos y conforme a códigos de comportamiento o comunicación. De ahí la “netiqueta” y los códigos culturales que emergen en las comunidades online.
La interacción física cuenta con gestos involuntarios, el lenguaje corporal que representa gran parte de lo que nos decimos cuando nos vemos, las inflexiones y tonos de voz, las miradas y el brillo de los ojos, los sonidos de la respiración (como suspiros) y hasta el olor corporal… incluso es posible que a nivel inconsciente se perciban variaciones en las ondas cerebrales del otro (si las puede captar una máquina, ¿por qué no otro cerebro?). Todas esas señales desaparecen en la interacción virtual y se sustituyen por símbolos digitales. La sintonía de los cuerpos que constituye gran parte de la interacción física pierde protagonismo a favor de la sintonía de las mentes.
Además de estas diferencias “técnicas”, en la interacción digital perdemos parte de nuestras constricciones social-familiares. Las llevamos con nosotros en la medida en que están arraigadas en nuestras actitudes y formas de pensar, pero pierden esa presencia constante que tienen en la vida física. Las relaciones familiares, el barrio dónde vivimos y el lugar dónde trabajamos condicionan nuestras relaciones sociales y nuestras posibilidades de interacción comunicativa. Estos límites se rompen en el vasto mundo digital donde podemos modelar nuestra “identidad digital” – esa interfaz personal con la que nos presentamos en las Redes sociales – conforme a nuestras ideas, gustos, etc, más personales. Esto hace que poco a poco desarrollemos nuevas formas de ser a través de la interacción en la Red, formas que se agregan a nuestra personalidad normal – modificándola – o que se construyen de manera más o menos paralela a nuestra forma de habitar el mundo físico.
Desde un punto de vista global y social, esta nueva situación abre la puerta a la innovación y la creatividad – o desviación – de las formas de ser, de comportarse y de pensar, promocionando la multiplicidad de discursos, valores, referentes culturales, hábitos, etc. Al desaparecer el mecanismo de control interpersonal impuesto por nuestro entorno más cercano, se abre la puerta a una expresión mucho más libre – o errática – de nuestra individualidad. Una tendencia que ya se puede apreciar en Japón, como muestra este documental emitido ayer en La 2 en el que se acentúa más lo errático y disfuncional. En este sentido, insisto en alegar que no se trata de efectos directos del avance tecnológico, sino en cómo determinados valores o tendencias culturales (y económicas) se hacen cargo y condicionan ese avance tecnológico.
Desde el punto de vista personal o individual, esto nos puede generar una especie de disrupción entre lo que vivimos en persona y lo que vivimos en la Red, independientemente de si hacemos pública nuestra identidad o usamos un pseudónimo. La interacción digital, especialmente cuando es intensiva, produce que una serie de ideas y actitudes calen en nosotros. El estilo, el sentido y la dirección de estos cambios dependerá de las redes que frecuentemos, la gente con la que interaccionemos, a quién leamos y qué inquietudes o necesidades tengamos dentro de nosotros cuando entramos en la Red.
Cuando transferimos nuestras nuevas actitudes a la vida real pueden aparecer choques. Nos habíamos acostumbrado a pensar que tal actitud, discurso o comportamiento era normal, cuando de repente descubrimos que “nuestros amigos” de toda la vida lo consideran una aberración o un engaño. Lo mismo sucede si transferimos a “nuestros amigos” del mundo físico al virtual, donde nuestras posturas, expresiones y formas de ser se expresan más libremente: quizás descubramos que la sintonía que pensábamos percibir era sólo una ilusión provocada por la cercanía.
Normalmente, tendemos a criticar el concepto de amigos virtuales cuando se hablamos de las Redes sociales, en las que predominan los vínculos débiles y las relaciones entre “desconocidos”, o la falsedad y “el postureo” de la interacción en abierto que promueven estas redes; o la tendencia a comportarse y sentirse como un famoso en miniatura, que promueve el narcisismo de la estrella mediática en moneda común. Una crítica perfectamente válida e importante, pues la digitalización de las relaciones permite cierta forma de mercantilismo relacional: “¿dime cuántos amigos tienes y te diré quién eres?”
Sin embargo, también debemos darnos cuenta de que la falsedad tiene muchas caras, y de que la sintonía o la amistad mostrada en físico tiene también su dosis de falsedad, superficialidad e inconsistencia; que se pone a prueba cuando se traslada a la interacción en el “mundo de las ideas” (tecnologizadas) que es Internet. Ahí vemos si la “autenticidad” del vínculo cae ante la permanente presencia del otro (“está online“), sus verdaderas opiniones, posturas e intereses manifestadas con recurrencia;o si sucumbe ante la ilusión del “estrellato” de la Red y el brillo vacío de los vínculos débiles, que son como un nuevo credo que nos difumina el verdadero sentido de la amistad.
En conclusión y a fin de cuentas, lo que la digitalización de la sociedad pone ante nosotros es la puesta a prueba de nuestras convicciones y seguridades, que tienen que ser reconstruidas en un nuevo escenario – digital – desde cero, y en consonancia con el mundo físico del que tampoco podemos escapar. Es tiempo de seguir reflexionando y profundizando en el sentido de cosas como los vínculos interpersonales, la amistad y, por qué no, del amor. Principios y sentimientos que tienen que tomar forma y hacer acto de presencia también en el terreno digital.
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Javier de Rivera 27 de febrero de 2012.
Javier de Rivera es sociólogo, licenciado en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Preparando la Tesis doctoral sobre Redes sociales, la cultura digitial, los usos sociopolíticos de la tecnologia, y el estudio de la Sociedad Digital. Autor del blog Sociología y Redes social es Miembro de CIBERSOMOSAGUAS, grupo de investigación de la UCM centrado en la Cultura digital y los Movimientos sociales. Y del Equipo editoral de TEKNOKULTURA, revista asociada al grupo.