Son dos problemas íntimamente relacionados con hábitos de vida. Son patologías más dependientes de los comportamientos individuales, y del ambiente que nos rodea, que de los genes que tienen nuestras células.
El mundo se gasta cifras impresionantes de dinero para que se investigue en biomedicina. De acuerdo, hay que profundizar todo lo que se pueda en la biología, la fisiología, la farmacología, la genética, la intimidad molecular -e incluso- atómica de cada enfermedad. Sin estos pasos previos no hay forma de encontrar remedios eficaces para cuando se pierde la salud por un motivo u otro.
Pero también es kafkiano el que, sabiendo que los estilos de vida marcan de forma trascendental la encrucijada entre el camino que lleva indefectiblemente a enfermar o el que nos aleja durante mucho tiempo de ella, se haya investigado tan poco en cómo hacer promoción de la salud. Se nos está llenado la boca hablando de profunda investigación translacional y cientos de publicaciones en revistas de impacto muy notable. Miles de millones de euros para subvencionar conocimiento, sin duda muy notable, pero que no responden a algunas preguntas, por otra parte, básicas.
Una de ellas sería la de: ¿Cómo es posible que los seres humanos tengan comportamientos tan autodestructivos e ignoren que la salud hay que cuidarla y mucho? ¿Qué es lo que hay que hacer para disminuir el mayor factor de riesgo de enfermar, que es la ignorancia, y así dar el primer paso a una proactividad individual que disminuya riesgos?
Ese es un desafío que requiere de una investigación, puesto que investigar es tratar de averiguar lo que se ignora. Como no se plantee el promover la salud como algo tan necesario como curar el cáncer o la aterosclerosis jamás conseguiremos doblegar a estas dos amenazas.
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Publicado en elmundo.es el 8 de junio de 2012