El pasado 25 de enero de 2013, La 2, en el programa Para Todos La 2, emitió un debate muy interesante sobre el fracaso escolar en España, en el que participaron Inmaculada Egido, profesora de Educación Comparada de la UCM; Xavier Massó, presidente de la SPES (Federación de Sindicatos de Profesores de Enseñanza Secundaria de España) y Catedrático de instituto de Filosofía; y Mariano Fernández Enguita, Catedrático de Sociología en la UCM.
En 2008 la tasa de abandono escolar en España alcanzó el 31,9%, y desde entonces va disminuyendo aunque sigue muy por encima de la media europea. De hecho, el abandono escolar prematuro aún supera el 30% en seis comunidades autónomas. Ya sea abandono o fracaso, es decir no terminar la ESO ¿dónde hay que buscar la raíz de estas cifras? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Después de ver el debate que dura menos de media hora (lo que es el coloquio en sí), la primera reflexión que se me viene a la cabeza es que estamos todavía lejos de un gran consenso sobre el modelo educativo que queremos en nuestro país. En este debate, aunque los tres participantes son críticos con la ESO, podemos ver dos posturas bastante polarizadas en cuanto a alternativas se refiere. De una parte, Fernández Enguita y Egido proponen a grandes rasgos un cambio de paradigma en el rol del profesor, no separar los caminos de los estudiantes antes del periodo obligatorio para evitar futuras desigualdades, y ofrecer diferentes metodologías por las cuales los alumnos, en su diversidad, puedan llegar a la misma meta. De otra parte, y de manera casi opuesta, Massó defiende la exclusividad de la transmisión del conocimiento a la escuela, y destaca el papel del esfuerzo y el mérito de los estudiantes. Se podría decir que mientras Fernández Enguita y Egido proponen un modelo más cercano al finlandés, Massó se muestra más favorable al modelo alemán.
Desde luego, en este tema, tomo partido y estoy de parte de la primera postura. Suscribo todo lo dicho por Fernández Enguita y Egido. Y para nada estoy de acuerdo con la postura de Massó. “¡Pero cómo podemos decir estas barbaridades!” exclama Massó cuando Fernández Enguita habla sobre los cambios de rol del profesor en nuestra era, donde las TIC están cambiando a pasos agigantados el panorama educativo y ofrecen nuevas posibilidades en la transmisión de conocimientos. Con todos mis respeto al señor Massó, y a todo el que opine como él, pienso que representa precisamente el ejemplo no a seguir. ¿Barbaridades? Más bárbaro e inoportuno me parece decir “que se cierren de una vez las facultades de pedagogía”. ¿Son los pedagogos los culpables del fracaso escolar? Desde luego que no. Sin embargo, por desgracia, hay un sector dentro de los profesionales del ámbito educativo (parece ser que los que más integran este sector son los profesores de secundaria, aunque aquí no trato de generalizar) que mantienen un discurso estigmatizador hacia la labor de los pedagogos. Quizás es esta oposición la que no haga progresar el buen quehacer pedagógico. Como bien apunta Inmaculada Egido, una cosa es saber y otra es cómo se transmite el saber. Dar la espalda a la pedagogía sería un error irreparable, más en nuestro tiempo.
También es una lástima que Mariano Fernández Enguita, como sociólogo experto en educación, no hubiese tenido más tiempo en este coloquio para matizar la mayoría de sus propuestas y desmontar los falsos tópicos sobre las nuevas propuestas educativas. Estoy seguro que hubiese aprovechado muy bien el tiempo y habría permitido aclarar muchas dudas sobre cuál y cómo debe ser el modelo educativo en España.
Puesto que el debate gira en torno al tema del fracaso escolar, y se habla también de abandono escolar, convendría tener claro que son dos conceptos que van de la mano, pero diferentes. En el coloquio Fernández Enguita puntualiza la diferencia pero no puede entretenerse —por el escaso tiempo ya comentado— en matizarla. Pero aquí el tiempo no está limitado y considero una buena ocasión, después de ver este debate, para resolver las confusiones que se suelen dar sobre estos dos conceptos: el fracaso escolar y el abandono escolar. Sin ir más lejos, tomaremos como referencia el texto de Fernández Enguita, Luis Mena Martínez y Jaime Riviere, Fracaso y abandono escolar en España (Colección Estudios Sociales, Núm. 29, Fundación “La Caixa”, 2010, pp. 18-24).
Qué es el fracaso escolar1
El término fracaso escolar es reiteradamente objeto de discusión por dos motivos. El primero, por su valor denotativo, ya que no hay una definición clara del mismo, pues para unos consistiría en no terminar la ESO, y para otros, en no terminar la educación secundaria postobligatoria, a la vez que cabría incluir todas las formas de suspenso, repetición o retraso; es decir, los fracasos parciales que podrán jalonar un difícil camino hacia el éxito. El segundo, por su valor connotativo, pues conllevaría la descalificación e incluso la estigmatización del alumno, su culpabilización en exclusiva con la consiguiente desresponsabilización de la institución.
En la versión más restrictiva, fracaso escolar es la situación del alumno que intenta alcanzar los objetivos mínimos planteados por la institución –los de la educación obligatoria–, falla en ello y se retira después de ser catalogado como tal; en suma, después de ser suspendido con carácter general, certificado en vez de graduado, etc., según la terminología peculiar de cada momento normativo o cada contexto cultural. En el caso español, el alumno que no logra terminar la ESO y sale de ella con un certificado de haberla cursado pero sin el título de graduado, que acredita haberla superado. Nótese que aquí encajan mal quienes abandonan la ESO sin intentar siquiera terminarla, ya que no cabe fracasar en lo que no se intenta, y, sin embargo, suelen ser incluidos en la cifra. Tampoco entran o lo harían con dificultad quienes inician los cursos formativos de grado medio o el bachillerato pero no logran superarlos, a pesar de que, literalmente, fracasen en el intento. En este caso no suelen ser incluidos como fracaso sino como abandono.
Una versión algo menos restrictiva incluiría a los que fracasan, habiéndolo intentado, en cualquiera de los niveles obligatorios, la secundaria obligatoria o la postobligatoria, esto es, tanto en la ESO como en los ciclos formativos de grado medio o el bachillerato. En este caso la variable fundamental es quién toma la decisión última: si es la institución la que determina que el alumno no puede continuar o es éste (o su familia) quien opta por no hacerlo. Desde esta perspectiva también podríamos hablar de selección en el primer caso y de elección en el segundo.
Nótese que, en cualquiera de los casos, intentarlo supone simplemente asistir al aula –más o menos, siempre que sea por debajo de los límites del abandono–. Por el contrario, acumular repeticiones no sería incompatible con terminar los estudios con éxito. Un éxito cierto desde el punto de vista de la eficacia, pues el alumno habría terminado contra viento y marea, pero un fracaso rotundo desde el punto de vista de la eficiencia, pues la proporción entre medios y fines quedaría fuera de todo propósito.
Por otra parte, no cabe ignorar que bajo un concepto más amplio del fracaso podrían incluirse muchos tipos de trayectorias y situaciones que normalmente no lo son. Por ejemplo, la consecución de un título con acumulación de repeticiones y un retraso más allá de cierto límite, o quedar por debajo de determinado nivel en pruebas objetivas y específicas de capacidad o de conocimiento, con independencia del éxito escolar formal (de la obtención del diploma).
Cualquier concepción más o menos restrictiva del fracaso sitúa a otro importante número de alumnos bajo el epígrafe del abandono. En el sentido más amplio, abandono sería el caso de todos los alumnos entre 18 y 24 años que no han completado algún tipo de educación secundaria postobligatoria, reglada y ordinaria, lo que en el caso español quiere decir o el bachillerato o los ciclos formativos de grado medio y, por supuesto, sus equivalentes anteriores: BUP, bachillerato superior, FP-I. Usamos aquí la redefinición que del nivel tres de la CINE hizo Eurostat a partir de 2005, y en coherencia con ella no consideramos un nivel postobligatorio los clasificados como CINE 3C, que consisten en una formación de menos de dos años de duración y que no permiten el acceso a un nivel educativo superior; quedan excluidos, por lo tanto, los cursos de garantía social, las escuelas taller, las casas de oficio, los talleres de empleo y los programas de cualificación profesional inicial.
En general, se considera abandono el caso de cualquier alumno que, por no haber alcanzado los mencionados títulos postobligatorios, deja de estar matriculado en las enseñanzas ordinarias del nivel CINE 1, 2 o 3A y 3B, lo que en España querría decir que deja de estarlo (o no llega a estarlo) en la ESO, el bachillerato o los CFGM (ciclos formativos de grado medio). Quedan incluidos en él, por tanto, los que terminan la ESO, incluso con éxito, pero no llegan a matricularse en bachillerato ni en CFGM; no se puede decir que hayan abandonado alguna de estas etapas, en las que nunca estuvieron, pero se considera que han abandonado el sistema escolar. Quedan también incluidos los que continúan escolarizados por la vía de los programas clasificados como CINE 3C, es decir, los programas de preparación para el empleo, aun cuando persistan en ellos más allá de la obligatoriedad escolar y por el mismo tiempo que les habría llevado cursar la secundaria superior.
En un sentido algo más restrictivo son casos de abandono escolar los que, cumpliendo las anteriores condiciones, no sean clasificables como casos de fracaso, por ejemplo, aquellos que hayan obtenido el título correspondiente a la educación obligatoria (la graduación en la ESO), es decir, aquellos que podrían haber terminado o estar cursando algún tipo de enseñanza secundaria postobligatoria (CINE 3A o 3B) y no lo han hecho ni lo hacen.
Incluso una delimitación administrativa tan aparentemente simple plantea problemas. En un tratamiento estadístico, los casos de Abandono Escolar Prematuro (AEP) son aquellos que no han superado la secundaria superior, y su incidencia puede calcularse respecto de una cohorte etaria (los nacidos en el año X) o escolar (los que iniciaron la ESO en el año Y, por ejemplo), respecto de los matriculados el año anterior o respecto de una franja de edad (por ejemplo, la habitual franja de 18 a 24 años, o el total de la población adulta). En un tratamiento censal surgen problemas con los alumnos que cambian de centro o rama escolar, los absentistas crónicos que pese a ello siguen matriculados, la cifra gris de alumnos simplemente no localizados, entre otros. La exclusión de las enseñanzas CINE 3C, por otra parte, no deja de ser problemática, y algunas administraciones la asumen a regañadientes; no por casualidad en España se recurre a menudo al concepto de Abandono Educativo Temprano (AET), definido como abandono «de la educación-formación», una alternativa al AEP educativo en vez de escolar, lo cual permitiría no incluir en él a los que acuden a algún otro tipo de formación, y temprano en vez de prematuro, lo cual podría obedecer a cierta obsesión por la corrección política, o, dicho de otro modo, por huir de cualquier designación hiriente en potencia. En particular, vale la pena señalar que, sobre todo al final de la educación obligatoria, abundan las situaciones técnicamente clasificadas como absentismo, puesto que el alumno continúa matriculado, pero que en términos sustantivos deberían calificarse de abandono, si es que apenas aparece o ya no aparece por las aulas.
Así pues, ¿con qué criterio pueden calificarse por igual, de abandono, la salida del sistema educativo cuando el alumno aún se encuentra dentro de la edad de la escolarización obligatoria (antes de cumplir los 16 años), cuando se ha superado ésta pero sigue siendo menor de edad (con 16 y 17 años) y cuando ya es mayor de edad (con 18 años o más)?. En sentido estricto, si el abandono se define como elección, sólo podría conceptuarse propiamente como tal el tercer supuesto. El segundo sería una opción de la familia, o de quien ostentara la patria potestad o la tutela del menor, pero no por parte del menor, aun cuando éste pudiera desearlo con todas sus fuerzas. El primero, en fin, sería simplemente un caso de abandono del alumno por parte de la institución, y no al contrario, cualesquiera que fuesen las actitudes de la familia y del menor.
Por lo demás es obvio que el abandono de hecho (el absentismo crónico) suele conducir al fracaso, y que el fracaso puede conducir al absentismo y al abandono. Que el absentismo reiterado es casi siempre el preludio (aunque no el único) del fracaso es un lugar común bien conocido por profesores y orientadores. Quizá no se tenga tanto en cuenta que el abandono puede ser simplemente la consecuencia del fracaso o de su anticipación. El alumno que, pongamos por caso, sale de la ESO sin la graduación y no vuelve a matricularse en nada, ni siquiera en una formación del tipo CINE 3C, es probable que lo haga así porque no espera obtener éxito alguno en ellas, esto es, porque no quiere cosechar más fracasos; el alumno que abandona la ESO o la postsecundaria superior a mitad de curso, o tras finalizar éste, tal vez sin presentarse siquiera a parte de las asignaturas, es probable que lo haga porque ya anticipa su fracaso y prefiere evitarse el dolor o el trabajo de cosecharlo; el alumno que sale de cualquier ciclo escolar con la condición de fracaso (certificado en la ESO o sin el título en la postobligatoria) pudiendo repetir curso para intentarlo de nuevo, elige esa condición a través de la decisión de abandonar.
De hecho, cuando la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) u otras instancias califican de Abandono Escolar Prematuro el caso de todos los jóvenes de más de dieciocho años que no han obtenido algún título de educación secundaria postobligatoria tipo CINE 3A o 3B (bachillerato o CFGM entre nosotros), ni cursan enseñanzas conducentes a obtenerlo, están incluyendo ahí todos los casos de fracaso en las etapas anteriores, aunque a otros efectos sean considerados distintos del abandono por parte de quien ya reunía los requisitos para cursarlas.
En realidad, el énfasis sobre un término u otro tiene mucho que ver con la manera como cada sociedad contempla su sistema educativo. Resulta notable que el término fracaso sea de uso común en Europa, donde el problema del abandono, y mucho más el abandono referido a un objetivo postobligatorio, se ha convertido en tema de atención en los últimos tiempos, mientras que en los Estados Unidos apenas se habla de fracaso y sí de abandono (drop out). Podemos sugerir la hipótesis de que corresponde preocuparse por el abandono a una sociedad poco clasista, en el sentido fuerte, una sociedad real o pretendidamente abierta cuyo sistema educativo permite a todos continuar largo tiempo a través de una pluralidad de vías y oportunidades, como sucede en la high school norteamericana, en la que se espera que todos los alumnos permanezcan hasta los 18 años aunque con programas y contenidos distintos. Por el contrario, se preocupan más por el fracaso las sociedades que, como las europeas, tienen todavía sistemas escolares segregados, en los que los alumnos se dividen en ramas claramente distintas antes del término de la obligatoriedad, o han abordado reformas comprehensivas pero en medio de grandes debates sobre su idoneidad, con lo que esto normalmente implica en la capacidad del conjunto de los adolescentes para seguir unos mismos estudios por todo el período obligatorio. Un sistema poco selectivo para todos, como el norteamericano, o decididamente selectivo pero con una oferta diferenciada para todos, como el alemán, se preocupa por el abandono, puesto que ofrece diversas variantes de éxito, a la medida de todos; un sistema selectivo con una oferta unitaria para todos, como el francés o el español, se preocupa por el fracaso, ya que sólo ofrece una forma de éxito pero duda de que esté al alcance de todos; un sistema selectivo y con una oferta dirigida sólo a unos pocos, como los antiguos español o francés, se preocupaba por el retraso, puesto que daba por supuesto la capacidad de esos pocos para obtener el éxito.
Como se argumentará más adelante, una consideración amplia del logro en materia de escolaridad debería preocuparse no sólo por quienes están fuera de la escuela sin obtener los resultados señalados –sea por abandono, por no continuación, por selección o por falta de oferta– y quienes permanecen en ella para no alcanzarlos (fracaso), sino seguramente también por quienes permanecen y terminan por alcanzarlos con un alto coste en tiempo y esfuerzo (fracaso en el sentido de ineficiencia), e incluso por quienes los alcanzan en el tiempo y con el esfuerzo normales, o con menos que eso, pero lo único que les ata a la institución y a sus fines proclamados es esa recompensa extrínseca (fracaso como desmovilización).
De momento, sin embargo, optaremos por una concepción amplia del fracaso que incluya simplemente toda forma de no consecución de los objetivos escolares proclamados por la sociedad y que pueden estimarse como mínimos razonables en función del mercado de trabajo, a saber, un título regular postobligatorio. Esta definición amplia supone que no solamente existen los objetivos del individuo, que éste puede alcanzar (éxito) o no alcanzar (fracaso), sino también los objetivos de la sociedad, que fracasa cuando no los alcanza, con lo que tampoco son alcanzados por los individuos, sea como consecuencia inmediata de un acto de selección (por parte de la institución) o de elección (por parte del individuo). Incluimos también, pues, a quienes alcanzando la edad obligatoria y la titulación mínima correspondiente optan por no continuar sus estudios o se ven constreñidos a ello por los motivos que sea. En este sentido, el ámbito del fracaso escolar se vuelve coextensivo con el del abandono escolar prematuro, y se manifiesta como una definición problemática, con ciertas ambigüedades (¿cómo se puede fracasar en lo que no se intenta?), pero menos que el de abandono (¿cómo se podría abandonar lo que no se inicia o aquello de lo que te expulsan?). Digamos que cada vez que un ciudadano no alcanza los objetivos escolares que la economía y la sociedad consideran y manejan como mínimos convenientes y exigibles, aunque no sean obligatorios, nos encontramos ante un fracaso del individuo, de la sociedad y de la institución encargada de mediar entre ambos para ese fin, de la misma manera que el desempleo puede considerarse un fracaso individual y colectivo, aunque el trabajo no sea una obligación.
- http://www.rtve.es/television/para-todos-la-2/
- http://enguita.info/
- ENGUITA, M. F., Luis Mena y Jaime Riviere (2010): Fracaso y abandono escolar en España. Colección Estudios Sociales, Núm. 29, Fundación “La Caixa”.
NOTAS
- Del texto original se he eliminado las notas, referencias bibliográficas y algunos explicaciones entre paréntesis. En la página 19, párrafo tercero del texto original, hay una errata que los autores me han aclarado que se coló por las sucesivas revisiones de los borradores. Donde dice, respecto a las repeticiones, “(el límite, en el caso español, es hasta tres en primaria, dos en secundaria obligatoria e incontables en la postobligatoria)”, realmente es sólo una vez para primaria, según la todavía vigente LOE de 2006. Véase Apartado 4 del Artículo 20 [↩]