Cuando una película, aparte de cumplir su función principal de entretener, trata con maestría algún problema real de índole social —el que nos interesa en este weblog—, el concurso de la crítica a posteriori sobrepasa el meramente cinéfilo y se le suma una serie de análisis y reflexiones sobre dilemas que están en la misma base de las ciencias sociales y la filosofía. Al fin y al cabo, un filme representa un documento que para la investigación social puede ser un objeto de estudio muy interesante. Un documento que es asumido como un acontecimiento con materialidad informativa que tiene importancia social, única y singular. Así, las películas que reflejan aspectos ‘trascendentales’ de la realidad social, no dejan de ser auténticas prácticas, que expresado en la metodología foucaultiana, tienen: una estrategia (el suelo: tiene sus raíces en una sociedad concreta, compuesta por otros documentos, pudiéndose llevar el análisis hasta el infinito), una intención (lo que intenta hacer el documento en la sociedad), y unas consecuencias (lo que el documento hace a la sociedad).1
12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) es una de las películas mejor valoradas de la historia del cine; por ejemplo, Fimaffinity la tiene entre las cinco mejores por votación (véase la ficha en la misma web de Fimaffinity: 12 hombres sin piedad). Pero, además, se trata de una de esas película cuyo tema y la manera en que ha sido tratado tiene el interés que he descrito arriba. Con un gran talento, su director, Sidney Lumet, logra representar a través de una situación microgrupal un gran problema de nivel macrosocial que, además, está en el origen mismo de la condición humana, la moral y la ética social. Se trata de cómo los prejuicios, los intereses y las influencias del pensamiento preponderante de la sociedad ejercen una gran presión sobre el individuo a la hora de juzgar y tomar una decisión sobre otro, y que por las evidencias, sólo aparentes, cree actuar con certeza de justicia hasta que aparece «una duda razonable». Una duda que no siempre tiene la suerte de ser lo suficientemente atendida, pero cuando logra que los individuos reflexionen, tal reflexión no sólo les llevará a replantear el problema mismo, sino que además les llevará a un verdadero análisis retrospectivo y a cuestionarse sus propios valores morales.
Como verá el lector, el tema de fondo de esta película tiene una notable importancia para disciplinas como la filosofía moral o la sociología, pero no menos para cualquier individuo y la sociedad en sí misma. A continuación se presenta un análisis interpretativo, tan genial como la misma película, de Esther C. García Tejedor (Doctora en Filosofía por la UNED). Este análisis ha sido extraído con su permiso de un artículo de su blog Siete peldaños. Filosofía en imágenes, didáctica y reflexiones.
Naturalmente, la lectura de este análisis carecerá de sentido si el lector no ha visto la película, la cual recomiendo que vea encarecidamente, sobre todo si es de los que tiene, por poca que sea, la esperanza de que la sociedad puede mejorar.
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12 hombres sin piedad
Por Esther C. García Tejedor, 3 de junio de 2009Argumento
Un chico de 18 años es juzgado por el asesinato de su padre. El jurado debe emitir su veredicto en un caso en que todas las evidencias parecen condenar al acusado. Estos doce hombres, a los que el sistema presupone imparciales, comienzan a manifestar su personalidad a medida que deliberan, a petición de uno de ellos, sobre los testimonios que fueron presentados. La fuerza del diálogo y de la lógica va desmoronando la consistencia de esos testimonios que, una vez que son unidos como un puzzle, manifiestan su inconsistencia. La racionalidad del protagonista se va abriendo camino entre la niebla de los prejuicios, pasiones y motivaciones anímicas de los demás miembros del jurado. Uno a uno son incitados a reflexionar, comprender y aclarar lo que se esconde tras las apariencias del caso. En este proceso, son sus propias personalidades las que están siendo analizadas una vez que se embarcan en el ejercicio esclarecedor de la razón.
La trama
Nuestro sistema judicial se basa en el principio que ya estableciera el derecho romano: in dubio, pro reo (ante la duda, a favor del reo). Esto significa que toda persona es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad. Sin embargo, en la sociedad suele ocurrir a menudo lo contrario, como se refleja aquí: el chico parece culpable, las evidencias tienden a enfocarlo así; el debate del jurado va desmoronando la consistencia de esas evidencias, hasta desembocar en una “duda razonable”, suficiente por ley para absolver a un acusado.
Es importante destacar que no se demuestra la inocencia del chico: lo que se demuestra es el conjunto de pre-juicios que condicionan una apariencia de culpabilidad, de los cuales hay que desvincularse para juzgar fríamente si hay pruebas consistentes –no meramente circunstanciales–.
El tema
El punto de partida: la opinión previa
El tema, más que el de la justicia a secas, es el del juicio humano. ¿Cómo se fragua un juicio sobre la realidad? La película se plantea en un entorno en que la irrelevancia o inocencia de la “opinión” propia no tiene cabida: el juicio que se forja cada uno de estos hombres sobre unos hechos tendrá como consecuencia la condena a muerte de un chico de 18 años.
Nuestra opinión sobre el mundo tiene unas consecuencias; el ser humano es responsable del modo en que las fragua: analizar los propios planteamientos, conocer los propios prejuicios, desvincularse de los propios intereses, son obligaciones morales ante las que todo ser humano debe responder. La desidia ante el conocimiento de la verdad, sobre uno mismo o sobre el mundo, nos hace inexcusablemente culpables.
Muchos son los factores que intervienen o alteran de algún modo la formación de un juicio: los prejuicios (ideas preconcebidas sobre la realidad), los intereses, la influencia del pensamiento de la sociedad y de la opinión ajena (actitud supeditada a menudo al miedo a la imagen que proyectamos), la apariencia, a la cual a menudo se produce una adhesión acrítica… Todas estas actitudes se ven reflejadas de un modo u otro en alguno de los personajes, que componen así un microcosmos social, un reflejo de modelos humanos encerrado en una habitación. Sólo hay un camino para superar estas barreras: la reflexión.
La reflexión como vía de desenvolvimiento
En la película se plantean varias actitudes ante la reflexión: al principio, sólo uno ha optado por llevarla a cabo, y va arrastrando a otros. En los demás encontramos: o bien una primera pasividad, que van superando de distinto modo, o bien una abierta hostilidad: en alguna escena se ve cómo alguno de ellos se niega a la evidencia racional de aceptar como posible una determinada interpretación de los hechos.
Tras un primer intento, el que promueve la reflexión propone una segunda votación, ante cuyo resultado se rendirá. Esa secuencia no es baladí: el diálogo sólo puede establecerse cuando dos partes están dispuestas a ello. Fonda se da cuenta de que su monólogo no llevará a ninguna parte; la actitud del viejo representa esa aceptación del reto de dialogar. Ante la ceguera o desidia de los demás, uno despierta la conciencia crítica, lo que da pie al desarrollo de la película.
El origen y naturaleza de la justicia: la conciencia humana
Aunque la película parece realista, en realidad el resultado final es más un alegato ético sobre lo que debería y en última instancia podría ser si la razón humana, instrumento fundamental de la ética, guiara nuestra conducta.
La justicia no se puede esperar del devenir de la vida; es un ideal humano, pero un ideal al alcance no de cada individuo, sino de la humanidad en su conjunto. Las consecuencias éticas de nuestra conducta, dejadas a la ensoñación de la “justicia cósmica”, dependerán totalmente del azar. Como la vida del muchacho de nuestra película depende del “azar” que ha compuesto a los miembros de su jurado, y que en este caso ha permitido que participe la razón y la conciencia, necesariamente introducidas por un ser humano.
En el caso que nos ocupa, el personaje representado por Henry Fonda asume este papel. Supera todo tipo de ataques: es acusado de ansia de protagonismo, de darse importancia, de provocador… críticas ante las que hace caso omiso con una integridad rayana en lo heroico (esta misma actitud impasible la mantiene también el corredor de bolsa). En el mundo real es más habitual la actitud de otros de los miembros del jurado, que se indignan ante la malicia de los comentarios de quienes se empeñan en boicotear las argumentaciones.
Es importante destacar que ese debate no se produce porque uno piense que es inocente; su declaración es que no lo sabe. El primer paso es la duda. La película plantea constantemente una dialéctica que gira en torno a los conceptos de lo evidente, lo posible y lo probable. Lo que en un principio parece que no deja lugar a dudas, es puesto en tela de juicio cuando alguien comienza a plantearse hasta qué punto los hechos son, efectivamente, evidentes.
Para situarnos en esta posición es imprescindible analizarnos primero a nosotros mismos. A lo largo de nuestra vida y en el proceso de socialización vamos adquiriendo una serie de prejuicios, de concepciones positivas o negativas sobre la realidad. Es algo necesario para desarrollarnos, para ir ampliando nuestro ámbito de acción y nuestra capacidad de respuesta ante el entorno que nos rodea. Se trata de lo que denominamos “experiencia”.
Experiencia y prejuicio
La experiencia, efectivamente, es un tipo de conocimiento práctico que proporciona una mayor plasticidad de respuesta. Como dice el refrán: “el joven conoce las leyes; el viejo, las excepciones”. Pero la experiencia no es algo que se adquiera de forma pasiva, por el mero paso del tiempo. Exige capacidad de aprendizaje, de lectura de la propia vida. Cuando confundimos la naturaleza de la experiencia y transformamos nuestras propias vivencias en ley, la experiencia deja de ser el conocimiento práctico que es y se torna en prejuicio. Uno de los personajes pretende hacer ley universal la coducta antisocial que abunda en ciertos barrios marginales; otro, abandonado por su hijo, desarrolla una opinión generalizada hacia todos los hijos, e incapaz de enfrentarse a la realidad de sus sentimientos, los proyecta hacia todos los hijos. Azarosamente declara cómo educó a su hijo a partir de su propia opinión sobre lo que debía ser un hombre. Sin darse cuenta, su incapacidad por comprender y respetar a su hijo es lo que provocó en su momento que éste le abandonara. Y esa incapacidad es lo que le lleva a negar sus sentimientos, al tiempo que es dominado por ellos al convertirse en prejuicios. Cuando la realidad le obliga a dar su brazo a torcer lo verbaliza: “maldigo a todos los hijos por los que das la vida”. Es el momento de la expiación.
El retrato de la experiencia verdadera lo proporciona aquí el anciano del jurado, un hombre con verdadera experiencia, con un fino olfato desarrollado a través de la observación de toda una vida, que le permite discernir caracteres, motivaciones, necesidades, en los distintos testimonios que los dos testigos principales ofrecen; es a partir de ese sutil conocimiento psicológico como consiguen encajar las piezas del puzzle que faltaban: por qué habrían de mentir o disfrazar la verdad los testigos.
El siguiente paso es el diálogo: Casi al comienzo, cuando el protagonista propone una segunda votación, se hubiera rendido si no hubiera encontrado apoyo. La justicia jamás podrá desarrollarse en una sociedad sorda. El monólogo, por veraz e instructivo que sea, no puede transformar la realidad humana, porque ésta es, básica y radicalmente, social. Ese diálogo, para ser efectivo, debe estar enfocado racional y objetivamente en todo momento. En este punto es imprescindible volver al comienzo de la cuestión, al punto de partida: la opinión.
La opinión
La opinión, como hemos visto, puede no estar exenta de prejuicio. Una opinión sólo puede ser aceptable en la medida en que pueda ser revisada. Los seres humanos percibimos la realidad desde una perspectiva existencial, la de la propia vida. En la medida en que estamos abiertos al diá-logo, a la comprensión de otros puntos de vista, las vivencias propias dejan de ser mera experiencia de una vida y se van convirtiendo en experiencia de la vida.
El diálogo es imprescindible para el desarrollo vital de la razón. La razón sola, individual, es meramente teórica y contemplativa. Para poder implantarse en la vida es necesario que no sea uno solo el que se aplique a ella.
El último paso, lógicamente, es la comprensión de una verdad más radical, de naturaleza tan distinta a la cerrazón de las previas opiniones acríticas. Nunca se podrá saber si el chico mató o no realmente a su padre, pero para la conclusión de la película esto es irrelevante. Nadie acaba en el proceso igual que comenzó; la seguridad en el modo de intervenir y de expresarse de cada uno se van dando la vuelta; la fuerza del prejuicio se debilita, la pequeña sociedad ahí concentrada se transforma. La racionalidad, en todo su poder, ha cumplido su misión.
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Los personajes
· Nº 1. El presidente del jurado. De profesión, ayudante de entrenador. Un hombre sencillo en sus juicios, pero con voluntad de hacer las cosas bien. Se le ve bueno, pero emotivo y susceptible a la crítica.
· Nº 2. El bajito con gafas. Empleado en un banco. De personalidad endeble, que se refleja en su propio aspecto físico, no puede justificar su primer voto de culpabilidad; es el tipo de hombre sin aparente criterio propio, muy susceptible al entorno, pero que acaba despertando sus valores y haciéndose fuerte precisamente cuanto se introduce en la trama de la reflexión. Contrapunto del publicista (nº 12), aparenta ser un hombre frágil que se deja avasallar con facilidad. Pero el desarrollo del debate le hace crecer como persona al involucrarse en los argumentos y comprender mejor. E ldesarrollo racional de los argumentos le estimula y le lleva a descubrir su propia fuerza moral -en un momento determinado se enfrenta al de las entradas para el partido cuando se burla silbando, quien sorprendido se limita a responder “eres todo un hombrecito”-.
· Nº3. El iracundo. Dice dedicarse a la venta de seguros; se manifiesta orgulloso de haberse hecho a sí mismo (“treinta y ún empleados, y empecé de la nada”). Pronto se sabe que su hijo le abandonó hace unos años. Delata la vinculación de su criterio a sus sentimientos (o mejor, resentimientos) personales desde el principio, precisamente cuando declara sin necesidad que se atiene a los hechos, sin sentimentalismos (excusatio non petita, acusatio manifesta); algo de lo que sin embargo acusa airadamente al que se crió en un suburbio porque cree que es quien le está estorbando en su meta inconsciente: condenar a su hijo simbólicamente a través de la condena del joven acusado. Sin darse cuenta, se identifica con el padre muerto, y a su hijo con el muchacho al que juzgan. Sin embargo, su liberación vendrá precisamente de donde menos lo esperaba: cuando la presión del entorno social -el resto de los miembros del jurado- le hace ver que su lucha ha acabado, todo el torrente de dolor que lleva dentro explota y hace que se derrumbe. Es lo único que vemos de él al final: un hombre abatido ante el reconocimiento de su propia verdad y ante la derrota en la batalla que tan fieramente había emprendido. La soledad y la vergüenza parecen bajar el telón para él; quizá el espectador, anímicamente predispuesto contra “el malo”, podría esperar simplemente alegrarse por ello. Pero es muy otro mensaje que se desprende. Nuestro protagonista, Henry Fonda, comprende. Lo que parece una derrota total, puede ser para este hombre un nuevo punto de partida. En ese gesto de ponerle la chaqueta le muestra su comprensión y apoyo, haciendo que abandone ya la sala. Al enfrentarse a su propia realidad, ha purgado su corazón. No sabemos que será de él ni del futuro de su relación con su hijo. Nada de ello aparece en la película ni nada podemos deducir. Pero lo que sí se muestra es que el protagonista no buscaba victorias, reconocimientos ni revanchismos. Quien parecía un enemigo, no era más que un hombre que sufre. En nada se puede ayudar disfrazando la realidad, porque ese dolor y ese engaño se contagia a su entorno -recordemos que se juega con la vida de un ser humano-; cada cual debe abrir los ojos a su propia realidad y afrontar su propio destino.
· Nº 4. El corredor de bolsa. Este personaje ofrece a la vez una curiosa mezcla entre paralelismo y contraste al interpretado por Henry Fonda. El hilo lógico de la argumentación se devana entre estos dos hombres, cada uno de los cuales parte de defender un veredicto opuesto, de inocencia o culpabilidad. Este personaje se atiene con frialdad y desprendimiento a lo que le dice su razón, y es capaz de cambiar de opinión sin titubeos cuando, sólo por la fuerza de los argumentos, tiene una duda razonable. Su juicio no depende de nadie; no busca simpatías ni antipatías, ni se perturba por las que pudiera inspirar. El iracundo intenta buscar su complicidad en todo momento, aferrándose a las argumentaciones lógicas que él no sabe dar. Del mismo modo, y pese a que otros viven el debate como una lucha entre dos bandos, estableciendo complicidades y animadversiones, manifiesta su impasibilidad, independencia e imparcialidad cuando, sin levantarse, contesta ymanda callar al excitado y prejuicioso nº 10.
Sin embargo, siendo su razón inflexible, no es él quien pone en marcha el mecanismo de la argumentación ni revela las inconsistencias de las pruebas inculpatorias. ¿Por qué ocurre esto? Hablamos de la necesidad de la reflexión racional en la moral, y esto nos lleva a un punto radical de la cuestión. Sin un criterio lógico firmemente llevado es imposible imponer una ética en el mundo, porque para cambiar el mundo o reconducir su curso es necesario conocerlo. Pero lo que emprende el camino hacia la justicia es, sin duda, la inquietud por ella, y esto es lo que mueve a Fonda; nuestro protagonista parte de una inquietud moral: ese chico, acostumbrado a recibir un golpe tras otro, merece que le dediquen al menos unas palabras. Hay una empatía de nuestro protagonista hacia el acusado que no afecta, en cambio, a este otro hombre. No quiere decir esto que carezca de actitud y criterio moral: no pone ningún inconveniente en dedicar su tiempo a un caso que en nada afecta a su vida, del que no va a sacar beneficio ni perjuicio. Tampoco hay ninguna pasión que le impida cambiar su voto cuando alcanza el criterio que la justicia impone: la duda razonable. Hemos ido viendo cómo las pasiones y los sentimientos pueden perturbar el juicio: anular nuestra capacidad de emitirlo, cegarnos ante evidencias, luchar contra ellas si atentan contra nuestros intereses. Pero la razón sola, concebida en su aspecto más frío e imparcial, no explica toda la ética. Ha de producirse una inquietud, un sentimiento de rebeldía, de insatisfacción ante la realidad del mundo, para activar el mecanismo de la respuesta moral. Y esa inquietud la proporciona la empatía. La empatía es una forma de conocimiento más cercana a lo noético que a lo lógico. Nos permite ponernos en el lugar de los demás desde una perspectiva emotiva. Su naturaleza consiste en el reconocimiento emocional de los sentimientos ajenos. Cuanto mayor es el grado en que el individuo la posee, tanto mayor será su bondad. Cuanto mayor sea su racionalidad, tanto mayor será su capacidad de tener un sentido de la justicia y de llevarla a cabo.
· Nº 5. El que se crió en un suburbio. Su presencia en el juicio es importante, porque representa el contrapunto a los prejuicios de otro de ellos (nº 10). Es un personaje que aporta la reflexión de que la influencia del entorno no lo es todo en la modelación de la personalidad: lejos de ser un delincuente más, es un hombre honrado que ha luchado por salir adelante con honestidad; no aparenta haber alcanzado un puesto de importancia en la sociedad, pero conserva la dignidad ante su propia conciencia. Su pasado ayuda a afianzar la duda razonable, al explicar el manejo de las navajas por quienes están habituados a ello. Esto muestra que cada vida particular aporta unas vivencias distintas a otras, por lo que la edad tampoco es un factor determinante de la experiencia: su experiencia sobre los suburbios sólo puede aportarla aquí él.
La escena en que es acusado sin fundamento por el nº 4 de blando y sentimentalista muestra cómo actúan los prejuicios sociales sobre la moral individual: conociendo su procedencia y circunstancias, aquél presupone cuál puede ser su actitud crítica, sus emociones y su carácter. Pese a que este personaje está intentando juzgar con imparcialidad, el prejuicio y la ofensa recibida podrían haber anulado su intención de dialogar si los hechos no hubieran demostrado el rechazo al otro. En efecto, podría haber sido él quien hubiera cambiado en primer lugar su voto por motivos morales, pero la desvirtuación de esta intención habría anulado su credibilidad y derecho a opinar en sociedad.
· Nº 6. El más joven, empleado, de profesión pintor. Posee un carácter noble y se rige por principios, cualidad que manifiesta cuando sale en defensa del anciano frente al nº 3 al principio de la película. No tiene prejuicios, por ello su planteamiento será limpio y tendente a encontrar la verdad. Pero, como confiesa al protagonista, no está habituado a tomar decisiones, a pensar, por lo que en un principio tiende a aceptar la apariencia de culpabilidad sin percibir esas incoherencias de las declaraciones de los testigos. No se trata de un personaje de poca inteligencia, sino de excesiva modestia en lo que a su capacidad de reflexión se refiere. Sin embargo es capaz de reconocer los argumentos cuando la situación se presenta.
· Nº 7. El que tiene entradas para el partido de béisbol. De profesión, vendedor de mermeladas. No tiene el menor interés por el resultado. Su única preocupación es permanecer el menor tiempo posible. Cambia su voto con esa única finalidad. Representa un tipo de persona primaria, egoísta y hedonista, en el sentido más vulgar de la palabra. Elude responsabilidades. Este tipo de personalidad tiende a no admitir críticas y a no permitir que se altere su holganza. Su juicio se limita a criticar cuanto le estorba y cuando le estorba: por ello no posee una coherencia de opinión. Declara expresamente que utiliza el humor y la chanza con ese fin.
·Nº 8. El principal protagonista. De profesión arquitecto. es el personaje que inicia el debate, señalando el deber de hablar. Destacan en él su enorme templanza y racionalidad. Con estas cualidades es capaz de enfrentarse a una sociedad –de la que estos doce hombres son metáfora– hostil, diversa, aferrada a sus propias preconcepciones del mundo y sus anclados hábitos de conducta y juicio. Ese dominio racional de su persona es lo que le confiere la independencia de criterio y la firmeza de sus convicciones. El mero hecho de discrepar serenamente con todos, en el comienzo del juicio, nos presenta el carácter del personaje. Provocado e incluso insultado en varias ocasiones, no deja sin embargo de mantener su postura dialogante. De hecho, sitúa sus cualidades en una posición superior: soportando esos ataques y esa cerrazón sin perder la calma, le sirven para ir conociendo y esclareciendo cada personalidad, lo que utilizará a su favor cuando desmorona uno de los argumentos: que oyeran al chico amenazar de muerte a su padre.
Pero hay otra característica fundamental en él. No se trata sólo de que se guíe por su razón y de que se atenga firmemente al análisis objetivo de los hechos (esta misma actitud, como hemos visto, la mantiene también uno de sus más firmes oponentes: el corredor de bolsa). Es también un hombre de ideales. Cree en la justicia, se siente en la obligación de llevarla a cabo. El ideal es la motivación, y sin esa motivación no hubiera sentido la necesidad de buscar una revisión de las supuestas evidencias que fueron presentadas en el juicio. No es el único miembro del jurado con una conciencia moral, pero sí el único que la antepone a las apariencias, a la presión social, al “realismo” conformista que prima en un principio en otros personajes. Incluso cuando su más enervado adversario se desmorona, es el único que permanece cercano a él, el único que le muestra empatía, calor humano y respeto, ayudándole a ponerse la chaqueta. Es, pues, un personaje de gran empatía.
· Nº 9. El anciano. No es el más elocuente ni racional, pero su finura en lapercepción psicológica de los testigos es de vital importancia. Representa la experiencia en cuanto esa forma de discernimiento de lo particular, de las singularidades de la vida. Aparece como un hombre humilde, sin éxito, al que la vida no le hubiera otorgado ningún reconocimiento. Cuando describe a uno de los testigos que en el juicio declara contra el chico parece analizarse a sí mismo. Habla de un hombre anciano, pobre, al que parece que nadie hubiera querido escuchar nunca, cuya experiencia nadie requiere. Por una vez en su vida se siente importante: la gente está pendiente de su palabra; lo que él diga va a tener una repercusión. Teme sentirse humillado y mostrarse como un viejo inútil.
Curiosamente, ese sentimiento, mezcla de vanidad y falta de confianza, que hace que el muchacho pueda ser condenado injustamente es el que va a dar fuerza al anciano del jurado. Pese a la sabiduría que su sola experiencia le haya dado en la vida, no parece haber tenido nunca la oportunidad de demostrarla, no sólo a los demás sino a sí mismo. A diferencia del testigo, él no se activa por la mera vanidad de ser oído, sino por la admiración que le suscita la actitud moral del protagonista. La suya sí va a ser una experiencia decisiva y salvadora: vencer convenciendo a la férrea racionalidad del corredor de bolsa (nº 4) marca el triunfo del afán moral que guía el debate: llegar a la duda razonable. Sin su perspicacia y finura psicológica –ve muy bien, declara, y hay que añadir que no sólo con los ojos– no hubieran podido cuestionar la declaración de la mujer.
· Nº 10. El que desprecia a la gente de suburbios. Posee una cadena de garajes, y durante el tiempo que dure la deliberación está perdiendo dinero. Sus prejuicios son de tipo social; anulan su capacidad de reflexión y le obcecan hacia la condena. Por su tipo de personalidad, su juicio y capacidad de aprendizaje y crítica están embotados por el egoísmo y la codicia. Se identifica exclusivamente con su propiedad. Es esa codicia lo que le impide percibir en el chico acusado más que un miembro más de esa clase social amenazante para sus intereses –son “delincuentes”– y de la que, por su escasez de recursos, no puede obtener ninguna ventaja.
· Nº 11. El señor de bigote. De profesión, relojero. Es un personaje poco llamativo, pero no por ello menos necesario para el desarrollo de la acción. El convencimiento de los miembros del jurado de enfrentarse de forma reflexiva y responsable a la realidad sólo es posible en la medida en que cada persona esté dispuesta a hacerlo. Algunas personas son incapaces de acceder a la reflexión por la sola fuerza moral que implica, pero sí cederán ante la presión de la sociedad, en la cual tenemos que desarrollar nuestra vida y nuestros intereses; de ahí la importancia de los valores morales de una sociedad. Éste es otro personaje de carácter decididamente templado y moral, representando así un punto de apoyo más para crear esa conciencia social que presione sobre las argumentaciones sesgadas, interesadas y contaminadas por las emociones de cada individuo aislado. Será él quien denuncie la falta de principios morales del que quiere ir al béisbol cuando cambia su voto.
· Nº 12. El publicista. Es un hombre relativamente joven, de presencia más o menos apuesta. Su personalidad abierta y su desarrollo profesional de la elocuencia le confieren una apariencia de seguridad y personalidad de las que carece: por su profesión, está habituado a persuadir para obtener fines, no a analizar la realidad tal cual es. Su dominio de la persuasión hace que se sobrevalore en este aspecto y que muestre su debilidad cuando, ya avanzado el juicio, la adhesión a la verdad de los hechos se va imponiendo y esta cualidad, que le proporciona éxito en su trabajo y su vida, es inoperante. En ese punto, titubea y cambia de voto varias veces sin una verdadera convicción.
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(Artículo original publicado el 3 de junio de 2009 en: http://cadenasverticales.blogspot.com/2009/05/doce-hombres-sin-piedad.html)
Las imagenes que aquí a parecen han sido enlazadas de la misma fuente original del artículo.
- Callejo Gallego, J. (2009). Introducción a las técnicas de investigación social. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, S.A. [↩]
5 comentarios
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y ahora toda esta pelicula como podemos aplicarla al capitulo 01 de los 7 saberes de la educacion.??
aplicandola
Buen análisis. Gracias.
Excelente análisis. Gracias.
mil gracias excelente análisis muy complejo