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Desde hace tiempo muchas entidades y organizaciones se vienen preocupando por el uso del lenguaje en torno al género. Existen expresiones (escritas o habladas) que históricamente han puesto a la mujer en una situación de inferioridad ante la dominación masculina. Tenemos varios ejemplos de organismos que trabajan en esta labor: observatorios de igualdad, grupos de investigación en universidades, colegios de profesionales, administraciones públicas, etc. Es un gran paso y una conquista social la toma de consciencia en expandir estascampañas de sensibilización sobre la desigualdad de género. Por otro lado, también es cierto que la desigualdad de género viene de largo tiempo, y que la inmigración más bien es un fenómeno relativamente nuevo. Pero algunos de los que estudiamos el fenómeno de la inmigración echamos en falta la consecución de iniciativas en el mismo asunto, pero poniendo el acento en este caso en la desigualdad por razones étnicas.
Ahora bien, reflexionemos: ¿cómo usamos el lenguaje para hablar sobre inmigración? ¿Estamos ante una situación similar a la de desigualdad de género? ¿Es necesario también “hacer campaña” para erradicar algunas expresiones/términos y usos del lenguaje que pueden tener tintes racistas y xenófobos? Lejos de levantar polémica, tan solo quiero invitar al lector a la reflexión y que pensemos entre todos, de forma seria, si nos encontramos ante un marco analítico similar al de la desigualdad de género, pero en este caso, como ya he dicho, sin campañas de sensibilización y, sin ni siquiera conciencia de que estamos entrando en una dinámica “ellos/nosotros” perversa.
Hay que decir que los usos del lenguaje en torno a la inmigración están sumamente normalizados en numerosos espacios de la sociedad, tanto dentro de la academia, como en las administraciones públicas, los medios de comunicación y, como no y en consecuencia, en las expresiones populares. Dichas expresiones, usadas por estos actores sociales, están tan naturalizadas que no se plantea que puedan estar usándose de forma nociva (nociva en el sentido de identificarlas dentro de la estructura mental “nosotros/ellos”).
El problema no es la existencia de una palabra o concepto en sí, sino el uso sistemático que se hace de cada uno de estos términos, y por ende, su naturalización. Es “normal” decir nouvingut (recién llegado, en castellano), es normal decir societat d’acollida (sociedad de acogida, en castellano), es normal decir casa nostra (nuestra casa, en castellano), es normal decirilegales, etc. Muchos análisis sobre inmigración han denunciado en repetidas ocasiones la desmedida vinculación de la inmigración con la delincuencia. Evidentemente hay que denunciarlo, este discurso es una falacia, aparte de ser xénofobo y racista, ¿pero no habría también que hacerse eco y denunciar la vinculación entre inmigración e integración? No, nadie cuestiona esta excesiva insistencia en vincular los dos conceptos. Así como la palabra lluvia está asociada al agua, la integración lo está con la inmigración. La palabra integración te viene a decir algo así como: “estás enfermo y has de integrarte a nosotros que somos una sociedad sana”.
Con todo lo dicho, intentaré deconstruir algunos términos que las personas, (muchas veces sin distinción de clase, género, edad y procedencia), solemos utilizar con frecuencia cuando hablamos de inmigración. Cuando nos expresamos, ya sea verbalmente o por escrito, existe la tendencia a usar expresiones que muchas veces no tienen su origen en un racismo explícito y deliberado, sino que dichas expresiones se hallan en el lenguaje de una forma sutil, casi invisible, pero que según algunos autores como Van Dijk (2003) dicho comportamiento no deja de enmarcarse en un cierto racismo. En este sentido, es oportuno tomar la idea de “racismo cotidiano” que nos propone este autor en su obra Racismo y discurso de las élites. Para él, el racismo no consiste únicamente en las ideologías de supremacía racial de los blancos (en nuestro caso mejor decir “autóctonos”) sobre cualquier grupo étnico, ni tampoco en la ejecución de actos discriminatorios como la agresión evidente o flagrante, que son las modalidades de racismo entendidas en la actualidad durante una conversación informal, en los medios de comunicación o en la mayor parte de las ciencias sociales. El racismo, para Van Dijk, también comprende las opiniones, actitudes e ideologías cotidianas, mundanas y negativas, y los actos aparentemente sutiles y otras condiciones discriminatorias contra las minorías, es decir, todos los actos y concepciones sociales, procesos, estructuras o instituciones que directa o indirectamente contribuyen al predominio del sector “nativos” y a la subordinación de las minorías [1]. En este sentido, se entiende al racismo también como “etnicismo”. Entendemos, de esta manera, que el racismo y la xenofobia conforman un sistema de desigualdad social fundamentado en cualquier atributo étnico (religión, lengua, nacionalidad, país de origen, color de piel, etc.) y dentro de éste se identifican diversas prácticas sociales discriminatorias, incluido el discurso, las cuales nuevamente se reproducen.
Pero, ¿en qué forma se pueden identificar estos discursos impregnados de atributos étnicos? ¿Es posible identificarlos desde lo que denomina Van Dijk como “racismo cotidiano”?
Antes que nada se ha de aclarar que las formas en las que el discurso o ciertas terminologías [2] se pueden manifestar, son diversas; a saber: la conversación, textos académicos y escolares, los medios de comunicación, textos científicos o discursos emitidos por expertos, leyes, debates parlamentarios, reuniones de cuerpos colegiados, lecciones en centros escolares, entrevistas de trabajo, etc. Pero incluso podemos identificar discursos discriminatorios dentro de la misma comunidad migrante, tanto de las personas migradas, como de los “expertos” en temas migratorios.
Veamos algunos ejemplos de términos que encajan con este discurso discriminatorio basado en atributos étnicos:
“Nouvinguts” (recién llegado, en castellano): esta expresión catalana es de la más normalizadas dentro de la academia, los medios y las administraciones públicas. En la traducción al castellano no suele utilizarse, tan solo está normalizado su uso en catalán. La objeción que le podemos hacer a la utilización de este término es preguntarse: ¿hasta cuando los extranjeros somosnouvinguts? ¿Cuándo un inmigrante deja de ser “recién llegado”?. Además de eso, creo que el concepto deja claro que estamos hablando de una condición social. Un alemán o un francés nunca es denominado nouvingut, pero sí lo es un ecuatoriano, un peruano, un marroquí. Pese a que los italianos son de las nacionalidades más numerosas en Catalunya, nunca se les denominanouvinguts. Todo indica que la etiqueta de nouvinguts solo es utilizada para aquellas personas procedentes de países pobres o en vías de desarrollo.
“Societat d’acollida” (sociedad de acogida, en castellano): otra expresión comúnmente utilizada tanto en la academia, como en los medios de comunicación y las administraciones públicas. Existe alguna que otra justificación por parte de la comunidad experta en la elección de este término. Por ejemplo, que dicha expresión es preferible en lugar de “sociedad de receptora” porque expresa la convicción de la importancia de la bidireccionalidad y del papel activo de la sociedad en relación con la “integración” del inmigrante. A mi particularmente me dice que es una expresión paternalista para con el inmigrante. En este sentido, la Real Academia Española define la palabra “acogida” como: “Recibimiento u hospitalidad que ofrece una persona o un lugar”. Mientras que a la palabra “acoger” la define como: “Dicho de una persona: Admitir en su casa o compañía a alguien”. Muchos pensadores preocupados por la desigualdad social han afirmado que la caridad no acaba con las desigualdades, entonces por qué mejor no pensar en que esa “bidireccionalidad” que tanto se clama por parte de la sociedad pudiese ser a través de otros mecanismos (¿institucionales?), como por ejemplo una ley de extranjería que no sea criminalizadora y discriminatoria.
“Casa nostra”(nuestra casa, en castellano): de las expresiones que considero más perversas. Posee algunas características parecidas a sociedad de acogida,como el paternalismo. Una vez más nos encontramos con una expresión que suena a dádiva. Por otro lado, casa nostraes un perfecto indicador para mostrar la relación nosotros/ellos; y deja claro que “esta es mi casa” y que “tu (inmigrante) eres un invitado”. ¿Cómo se le pide al inmigrante que se “integre” y sea parte de la sociedad si se le está otorgando la condición de invitado indefinido?
En suma, esperemos que algún día los migrantes conquisten la batalla del lenguaje en la lucha contra la desigualdad étnica, así como lo hicieron las feministas en su lucha por la desigualdad de género. Eso sí, ojalá no tengamos que esperar siglos como lo hicieron las feministas.
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Notas:
[1] Van Dijk, T. (2003): “Racismo y discurso de las élites”.Barcelona: Gedisa.
[2] En este texto hablo de discurso como sinónimo de “término” y de “expresión”. Aunque análiticamente son cosas diferentes, en este caso lo utilizo para hacer referencia a lo mismo.
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