Antes de que surgiera el naturalismo a mediados del siglo XIX, sobre todo antes de que Darwin y Freud formularan sus grandes teorías, el carácter social de los humanos se veía como una barrera entre nosotros y el resto de seres vivos. En contraste, la teoría del “continuum social” o “continuo social” intenta demostrar la realidad de que los seres humanos pertenecemos a la lógica global de lo social.
La antropóloga estadounidense Jean Liedloff (1926-2011) a mediados del siglo XX partió en busca de diamantes a la selva amazónica, allí descubrió otra clase de tesoro: los Yequana, una tribu por la que se apasionó y con la que mantuvo una prolongada convivencia. Tras los descubrimientos que había observado en los Yequana, escribió su libro El Concepto del Continuum: En busca del bienestar perdido (1975) [1]. Realizo a continuación una cita textual del libro que quizás nos ayude a entender mejor la teoría del “continuum social” :
Sólo podemos intentar adivinar qué fue lo que interrumpió nuestra resistencia innata al cambio hace algunos miles de años. Lo importante es comprender la importancia que tiene la evolución frente al cambio (sin evolucionar). … [Lo último] reemplaza aquello que es complejo y adaptado con aquello que es más simple y menos adaptado.
Jean Liedloff dice «intento de adivinar»; a algo parecido se refiere José Félix Tezanos, en su libro La explicación sociológica [2], cuando explica que el proceso de evolución, aún lleno de inmensas lagunas informativas, puede ser reconstruido a través de una “línea de puntos” que definan las líneas maestras del largo proceso de hominización. Según Tezanos, para poder analizar la verosimilitud de la hipótesis del continuum social, es necesario conocer la verdadera naturaleza social de las espécies de homínidos que nos antecedieron (oreopithecus, ramapithecus, austrolopithecus, homo habilis, etc.).
Se estima que el homo sapiens lleva viviendo en la Tierra más de 150.000 años, y que los primeros homínidos surgieron aproximadamente hace cuatro millones de años. Por lo cual el proceso de hominización es un proceso muy largo en el tiempo, de ahí que sea normal que tengamos muchas lagunas informativas y que dificulten la realización de comparaciones precisas entre las sociedades humanas y las de los primates. No obstante, gracias a estudios etológicos recientes sobre la vida social de varias especies de animales, se han desarrollado nuevos análisis sobre la realidad social del hombre. En definitiva, la teoría del “continuo social” trata de buscar el hilo conductor de ciertas sociedades de animales, funadamentalmente la de los primates, con las sociedades humanas.
Herbert Spencer (1820-1903), con sus interpretaciones de la evolución social humana en relación con las perspectivas biológicas que supusieron las teorías de Darwin, fue quizás el primero en abrir el debate sobre el “continuo social”. De esta manera empezó a interpretarse como una ofensa a la razón de ser humana, traduciéndose en resistencias psicológicas de origen narcisista, tal como las propuso Freud. En este sentido, La hipótesis del cazador (Robert Adrey, 1976) [3] provoca cierto rechazo puesto que parte de la idea que la práctica de la caza jugó un papel fundamental en el proceso de homonización. Así, del modo que se intenta explicar los orígenes de la organización social humana, también deviene en que su supervivencia se vio influida por una componente agresiva y violenta.
Se puede decir también que el debate sobre el “continuo social” tomó más fuerza debido a que muchos estudios comparativos entre la realidad social del hombre y los animales, se fundaron más en las diferencias que en las igualdades, cometiendo además un gran error al no tomar como referente de comparación a las primitivas sociedades humanas.
De la hipótesis del cazador, Adrey deriva una nueva: la hipótesis del mono asesino (Robert Adrey, 1976):
… si entre todos los miembros de los primates el ser humano es único, aun en sus más nobles aspiraciones, ello es porque sólo nosotros, a través de incontables millones de años, nos vimos continuamente obligados a matar para sobrevivir […] El hombre es hombre, y no un chimpancé, porque durante millones y millones de años en evolución ha matado para vivir. [4]
Al final del primer cuatrimestre del curso 2009/2010 de Sociología en la UNED, Una compañera con la que mantuve un cambio de impresiones sobre esta hipótesis, me hizo la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto es cierto que el hombre es el único ser que ejerce la violencia a conciencia, y a dónde nos puede llevar esa forma de actuar si confiamos en que seguimos evolucionando como los primates?
Tezanos, en su libro más arriba citado, explica que el hombre es el único ser en su especie que se organiza para la guerra. En lo que se refiere a los animales, estos manifiestan su violencia en cuanto a defensa de territorio y de su espacio vital para su propia subsistencia y para preservar los recursos naturales de su hábitat. Difícilmente se podrá hablar propiamente de guerra dentro del mundo animal.
En cuanto al ser humano, el concepto de guerra, a parte de la organización que ha desarrollado el hombre para practicarla, sus causas han ido más allá de la simple defensa de un territorio o la lucha por disponer de recursos naturales. La guerra fue configurándose como un instrumento dentro de las sociedades para revelarse contra poderes establecidos, es decir, para abolir modelos de organización de lo que algunos sectores no estaban de acuerdo. Las ideologías y la religión han sido también motivos de guerra.
El origen de la guerra en las sociedades humanas tiene un carácter muy primitivo. No son pocos los antropólogos que sostienen que la guerra fue una práctica común entre los cazadores y recolectores prehistóricos. Aún así, los indicios arqueológicos son, en ocasiones, poco convincentes, ya que los cráneos mutilados encontrados en cuevas se han interpretado más bien como pruebas de canibalismo o rasgos culturales propios que como actos bélicos.
Sobre la segunda parte de la cuestión que me hizo mi compañera: «¿a dónde nos puede llevar esa forma de actuar si confiamos en que seguimos evolucionando como los primates?», creo que la respuesta no es nada fácil si tenemos que hacerlo en base a la escala temporal en la que tiene significación la evolución humana desde el punto de vista psicobiológico, que son muchos miles de años, como ya hemos dicho. No obstante no debemos caer en el darwinismo social, es decir, en la creencia que la evolución social sólo puede ser explicada por medio de las leyes de la evolución biológica. A mediados del pasado siglo la interpretación determinista biológica suscitó muchos tipos de reflexiones que tuvieron su reflejo, por ejemplo, en libros muy conocidos como Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932) [5], incluso en la gran pantalla, como la famosa pelícua La naranja mecánica de Stanley Kubrick (1971). Ámbos ejemplos representan claros ensayos que ponen en entredicho la idea de que la violencia o maldad del hombre; al suponerlas como intrínsecas a la propia naturaleza biológica del hombre, ¿qué pasaría si con los avances científicos pudieran eliminarse?
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Rubén Crespo 20 de enero de 2012Notas:
1. Liedloff, J., & Martí, N. (2009). El concepto del continuum : en busca del bienestar perdido. Editorial Ob Stare, S. L.
2. Tezanos, J. (2006). La explicación sociológica: una introducción a la sociología. Universidad Nacional de Educación a Distancia.
3. La hipótesis del cazador fue la meta que el antropólogo Sherwood Washburn se esforzó en desarrollar allá por 1956. Más tarde Richard Borshay Lee e Irven DeVore, publican en el año 1968 un libro titulado Man The Hunter donde a través de su trabajo de campo e investigación apoyan decididamente esta teoría del hombre cazador que luego se popularizaría enormemente con la publicación de un libro del escritor y ensayista Robert Adrey en 1976 titulado The Hunting Hypothesis, fuente de muchos aficionados a la antropología que sin ser, ni investigadores ni antropólogos, se interesan por la evolución de sus ancestros.
4. Ardrey, R., Míguez, N., & Miguez, N. (s.f.). La evolución del hombre : la hipótesis del cazador. Alianza Editorial, S.A.
5. Huxley, A., & Hernández, R. (2005). Un mundo feliz. Editorial Planeta DeAgostini, S.A.
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