Homenaje a Luis Castro Nogueira

Luis Castro_CVHaces lo que haces para experimentar que lo que haces es bueno,

lo que sientes es bello y lo que piensas es verdadero.

S. WIESENGRUND1

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Mariano Hernández de Ossorno

Mariano Hernández de Ossorno

Es la memoria uno de nuestros bienes más preciados, no sólo cómo capacidad o facultad de recordar, sino también como el soporte en el que quedan impresas las huellas o trazas del pasado, las que nos van definiendo y nos van haciendo tal y como somos. Y no sólo eso, pues es en la memoria de todos los que nos rodean donde nuestras vidas se extienden, e incluso, donde podemos existir eternamente. Y esto que digo, no sería más que una “estrategia de vida”, tal y como nos dice Zygmunt Bauman: “Es porque sabemos que debemos morir por lo que dedicamos tanto empeño a hacer la vida. Porque sabemos que moriremos, preservamos el pasado y creamos el futuro. La mortalidad es nuestra sin haberla pedido pero la inmortalidad es algo que tenemos que construir nosotros mismos”.2 Con brillante originalidad y emocionante vivir Luis Castro ha construido la suya, de la que –siempre recordaremos- nació el Homo Suadens, un ser (nosotros) que habita en multitud de plektopois (el espacio-tiempo social en el que viven, sufren, respiran y se alojan los individuos de carne y hueso), de burbujas sloterdijkanas y espacios mentales (virtuales).

Luis Castro Nogueira y su obra moran con gran magnitud en muchos espacios mentales, y muestra de ello fue el emocionante y caluroso homenaje que se le rindió en la Facultad de Derecho de la UNED, el pasado día 26 de febrero de 2015. La Sala A de la Facultad se llenó de familiares, compañeros y amigos para compartir y escuchar varios testimonios sobre la gran figura del pensamiento y la gran persona que era Luis. El acto fue organizado por el Departamento de Sociología I (Teoría, Metodología y Cambio Social) de la UNED y la Editorial Tecnos. Mi agradecimiento para ellos, y –recongiendo los propios de Javier Callejo, director del Departamento- a todos los participantes que tomaron la palabra, a los familiares y amigos que allí estuvieron y a quienes, por distintos motivos, no pudieron asistir. Agradecimientos especiales por su esfuerzo a Mariano Pérez Humanes, viniendo desde Sevilla, y a Ángel Enrique Carretero, haciéndolo desde Santiago de Compostela. También a los los profesores Begoña Alonso, Julián Morales y José Antonio Nieto, que trabajaron para hacer posible el acto de homenaje.

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Homenaje a Luis Castro en la UNED el pasado 26 de febrero de 2015 | Foto: Rubén Crespo

El bienestar en la cultura, en fin, es ese poder embrujador que rezuman ciertos impliegues (en cuyo ámbito nos empaquetamos a nosotros mismos con amores, amigos y cómplices reales o imaginarios), cuando la densidad y calidad de flujo entre lo que hacemos, lo que sentimos y lo que pensamos es lo bastante alta. El verdadero bienestar en la cultura requiere una inconfundible fascinación activa y creadora que se produce cuando el sujeto percibe, con especial agudeza e intensidad, que lo que hace con aquellos que le son próximos emocionalmente, lo que siente y lo que piensa son aspectos inseparables que revelan un mismo mundo intrínsecamente valioso, bello, verdadero y único.

Luis Castro, ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Tecnos, 2008, p. 538)

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Homenaje a Luis Castro en la UNED el pasado 26 de febrero de 2015. De izquierda a derecha: Mariano Pérez Humanes, Ángel Enrique Carretero, Javier Callejo, Miguel Ángel Castro Nogueira, José Antonio Nieto y Laureano Castro Nogueira | Foto: Ramon Garcia-Prieto

En lo que sigue en este extenso post, se podrán leer todas las intervenciones del homenaje a Luis que se realizaron desde la mesa, más la que hizo su compañero, amigo y tocayo, Luis Alfonso Camarero Rioja, leyendo un emotivo texto de pie y en voz alta. Se incluyen además otros textos en memoria de Luis realizados por antiguos alumnos suyos (entre los cuales me encuentro) que lo recuerdan con cariño, más como un amigo generoso que como el gran profesor, que también lo fue.

También, al final del post, se incluye el vídeo de una interesante tertulia, emitido en CanalUNED en 1996, en la que participó Luis Castro junto a Emmánuel Lizcano (profesor de Sociología del Conocimiento en la UNED) en el programa Saber y sociedad dirigido por Isabel Escudero. Luis y Emmánuel compartieron una duradera y entrañable amistad más allá de los roles elementales compartidos en el Departamento de Sociología I de la UNED. No obstante, la afectuosa amistad que mantenían no impedía que entraran en una lucha cuerpo a cuerpo –si se me permite la metáfora– en debates intelectuales donde mantenían posturas contrapuestas y afloraban todo tipo de regates epistemológicos, auténticas perlas para todos aquellos que no dudan en desesperezarse ante la complejidad y adentrarse en cuestiones que socavan los discursos hegemónicos heredados de la modernidad ilustrada con el fin de permitir la entrada de aire fresco a un pensamiento más capaz de comprender y transformar. Como ya comenté cuando lo descubrí en la entrada de este mismo weblog (Véase: Debate “Saber y sociedad”. Emmánuel Lizcano, Luis Castro e Isabel Escudero) el debate que podemos ver en esta tertulia es una auténtica joya. La pena es que no hubiese más vídeos de ellos juntos.

Puesto que son muchos los textos (algunos bastante largos) que contiene este post, se ha creado un índice para que el lector pueda navegar por el post con mayor comodidad. Aquí queda un ejemplo más del gran espacio-tiempo mental-virtual del gran Luis Castro.

Por mi parte, quiero expresar algunos agradecimientos especiales: muchas gracias a todos los familiares de Luis que tras el final del acto del homenaje me acogieron enseguida y me hicieron sentirme en un ambiente muy confortable entre ellos hablando y recordando a Luis. Gracias a Javier Callejo, director del Departamento de Sociología I de la UNED, que me atendió con gran disponibilidad y me avisó cuando los textos de las intervenciones desde la mesa estuvieron disponibles en la Web del Departamento. Gracias a Luis Alfonso Camarero Rioja por mandarme el texto que leyó en memoria de Luis y permitirme incluirlo aquí. Gracias a Javier Gallego, Israel González, Javier Prieto, Víctor Riesgo y Virginia Vicente por haber querido contribuir con sus testimonios a la memoria de Luis.

Rubén Crespo

22 de marzo de 2015

Índice

Intervenciones en el homenaje a Luis Castro en la UNED

Otros textos en memoria de Luis Castro

* Vídeo Debate “Saber y sociedad”. Emmánuel Lizcano, Luis Castro e Isabel Escudero (6 de diciembre de 1996)

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Los seres humanos son aquellos que exudan e irradian juntos el aire que respiran: son poetas de atmó-sphaira, poetas que extraen de sí mismos los vahos en los que se envuelven, exhalan y alientan: poetas de aires, cielos y meteora; poetas de la transpiración/respiración compartidas y, por consiguiente, creadores de atmopologías y atmotópicas, farmacopeas atmosféricas y, sobre todo, –como el Orfeo de Rilke–, de lugares que curan: el Dios, siempre, es el lugar que cura.3

Luis Castro, ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Tecnos, 2008, p. 388)

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Intervención de Miguel Ángel Castro Nogueira

Miguel Ángel es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales (UPC) y hermano de Luis.

Animula, vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos.

Adriano, Emperador de Roma

Buenos días. Muchas gracias a todos por estar aquí en un día tan importante para la familia y los amigos y compañeros de Luis.

Mi intervención consiste en un recorrido por la vida y la obra de Luis. Evidentemente, es tan sólo una selección de episodios, trabajos y figuras limitada, inevitablemente arbitraria. Con toda seguridad, algunos de vosotros podrías narrar esos mismos episodios y retos intelectuales con mucho más rigor del que yo puedo emplear, o quizás haber elegido otros. Os ofrezco mis disculpas por adelantado por los olvidos, imprecisiones o lagunas. Comienzo, pues.

Me ha correspondido a mí la responsabilidad y el honor de redactar estas líneas en recuerdo de nuestro hermano y amigo Luis, para todos Luigi. Afronto la tarea con cierta aprensión pues no creo posible hacer justicia con ellas a la figura humana e intelectual que voy reseñar. Mi doble condición de hermano pequeño, discípulo y colaborador intelectual durante los últimos quince años, facilita y dificulta, a partes iguales, la tarea. Al sentarme a escribir, viene a mi recuerdo la entrañable atmósfera emocional que envuelve el discurso de Adso de Melk, el novicio de Guillermo de Baskerville en “El nombre de la rosa”. Todo amor, admiración y nostalgia.

Se dice en mi familia que Luis heredó de nuestro padre, Laureano, y de Chuca, nuestra madre, dos rasgos singulares, en cierto sentido extraordinarios, que cultivó con tal intensidad y dedicación toda su vida que alcanzó la excelencia en ellos. De Laureano recibió la pasión por las ideas, la lectura y la escritura, así como una inigualable capacidad para abstraerse de este mundo y fabular, habitar y construir espacios poblados por nuevos conceptos, agudas observaciones y personajes inolvidables, no siempre sencillos pero sí enormemente ricos y sugerentes. Nunca olvidaremos sus plektopoi, curvadas porciones del espacio-tiempo social, sus sinneontes logotróficos, moradores de escuelas filosóficas, o las plicas y rizomas en que se arracima y envuelve el homo suadens; ni tampoco aquellas figuras míticas, estas más literarias, que protagonizaban sus relatos y fábulas, como el viejo Prisciliano, protagonista de un primer cuento escrito en gallego, o su maduro y sabio Serenus Wiesengrund.

De Chuca, nuestra madre, recibió una no menos intensa pasión por fundirse emocionalmente con los otros, una capacidad empática formidable y un compromiso de fidelidad personal insobornable. Melo, nuestro hermano mayor, dice que nuestra madre consiguió educar a sus seis retoños como si fueran hijos únicos, produciendo en nosotros un gratificante sentimiento de reconocimiento y valía personal. Pues bien, creo que Luis mantuvo esta misma actitud y lo hizo, como nuestra madre, con autenticidad. Cada tiempo compartido con Luis conseguía elevarte pues sentías que se fundía contigo y que tus inquietudes se hacían suyas, incluso con más intensidad, confianza y verdad que la que tú mismo ponías en ellas, hasta convertirlas en algo nuevo y mejor. Creo que todos los que tuvimos la oportunidad de intimar con él sentimos no sólo el placer de haber entrado en su mundo, sino también, y muy especialmente, la gran suerte de que él entrara en el nuestro, y por ello mismo, hoy sentimos que con él también se ha ido algo de nosotros.

Luis aterrizó en Madrid, en compañía de su familia, allá por el año 1969, después de terminar brillantemente sus estudios de bachillerato en Santiago de Compostela, ciudad en la que había nacido en 1952, y, en contra de las sensatas pretensiones de sus mentores, que lo veían como una promesa del derecho, la judicatura o la más alta dignidad académica, decidió estudiar filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue un acierto su elección, lo sabemos bien, y también lo fue que callera en aquel campus, más abierto y moderno que la escolástica facultad de la Complutense.

Sus años universitarios fueron años de intenso aprendizaje, efervescencia intelectual y agitación política –aunque esta última siempre vista entre la sarcástica distancia de un ácrata, nada amigo de incluirse en estructuras partidistas o sindicales, y el recelo del que sabe que las utopías y los buenos propósitos se disuelven más allá de la piel del que los siente. De aquellos años surgieron amistades entrañables que nunca habría de olvidar y que, a través de sus relatos y fabulaciones, sus hermanos aprendimos a admirar tanto como él. Algunos desaparecieron pronto, lamentablemente, como Luis Blasco o Marcos Ortiz. Otros, buenos amigos, siguen junto a nosotros y le acompañaron hasta el final, como sualter ego Mariano H. de Ossorno, compañero de escritura y pensamiento, Julio Cesar Armero, compañero de estudios y profesor de esta universidad y el entrañable grupo de Atocha, a los que tanto estimaba Luis y a los que tan a menudo volvía. Cómo disfrutábamos en casa cada vez que Luis nos relataba sus aventuras, discusiones e hilarantes encuentros en las calles y tabernas del Barrio de las Letras. Aquellas personas se transformaban en el decir de Luis en personajes novelescos e inolvidables, en cuyas identidades se fundían ficción y realidad, y cuyas voces y gestos imitaba convirtiendo cada anécdota en una escena teatral y cada escena en un tratado de antropología. En sus fábulas, aquellos personajes, creedme, siempre salían ganando, se volvían conmovedores, quijotescos, y se mostraban llenos de humanidad, lucidez y ternura.

Los años posteriores fueron decisivos. En primer lugar, por estrictas razones personales. Conoció a Asun, su joven musa, que pronto se convirtió en su esposa y, a pesar de la sentencia de W. Allen –ya saben, algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida- fue su único y siempre vivo amor durante cuatro décadas. Y con ella adquirió una nueva gran familia, los Cuesta, que han formado parte de su vida desde entonces tanto como nosotros. Y, finalmente, porque pronto nació Benjamín, su hijo querido, del que siempre se sintió extraordinariamente orgulloso y al que admiraba profundamente -¿de dónde habrá sacado este chico tanta sensatez, equilibrio y dulzura? se preguntaba en silencio Luis contemplando a Benja como quien descifra un enigma.

Al mismo tiempo, Luis comenzaba su andadura como profesor de filosofía en Madrid, en los Institutos Beatriz Galindo y Cardenal Cisneros. Pronto opositó y obtuvo su plaza de Agregado con sólo 24 años, y de Catedrático poco después, lo que obligó a la pareja a trasladarse fuera de Madrid. Aunque sólo pasaron un curso allí, su estancia en Mondoñedo es legendaria. Las anécdotas, recuerdos y relatos de aquel espacio y aquel tiempo estuvieron presentes desde entonces en sus vidas y aún resuenan ocasionalmente en las nuestras. A ese destino siguieron otros en Madrid y otros lugares. Particularmente importante para Luis, Asun y Benjamín fueron los seis años que ejerció como profesor en el Colegio Español en Londres, entre 1988 y 1994, de donde trajo entrañables amistadas como las que compartió con Margarita y Enrique, Alfonso y Mariloren y Paco. Pero no menos entrañable fue su corta pero intensa estancia en Valdepeñas, donde conoció a Pablo Cesar y jugó al tenis –aunque parezca imposible- con dos héroes locales, apodados por él Putapena y Lastimoso.

La enseñanza fue, sin duda, una parte esencial de la vida de Luis, al menos mientras la atmósfera escolar lo permitió. Tejía complicidades extraordinarias con sus alumnos y siempre fue imposible permanecer distante o neutro frente a su magisterio, no lo permitía. Luis ejerció como Catedrático de EEMM hasta 1999, es decir, durante 25 años, momento en el que ingresó como profesor Asociado a tiempo completo en la UNED. Poco después, ganaría su plaza como Titular.

En 1983, bajo la dirección de Javier Sádaba, defendió su tesis doctoral titulada “Lo completamente Otro. Elementos de antropología marcusiana”, en un periodo marcado por el estudio de la Escuela de Frankfurt. Lamentablemente, nunca llegó a publicarse. Sin embargo, Luis ya había demostrado sus brillantes capacidades para la escritura filosófica tanto como para la narrativa. Suyos son sendos estudios introductorios a los Diálogos de Platón y a la Ética a Nicómaco, excelentes trabajos, publicados en Espasa Calpe en esos primeros años, así como la traducción al castellano de la “Historia da literatura galega”, de Carballo Calero, y un entrañable y poético relato original en esta misma lengua.

El periodo que transcurrió entre 1984 y 1997, algo más de una década, fue extraordinariamente importante y productivo. Mi hermano Laureano, Chano para la familia, y yo solemos referirnos a él, entre risas e ironías, como el primer Luigi. En este tiempo habría de escribir y publicar sus tres monografías más y mejor articuladas, tres obras que constituyen, en sentido estricto, una trilogía y, sin duda, su más original aportación en este periodo. Me refiero a “Ensayo general para un ballet anarquista” (finalista del premio Anagrama, publicado en Madrid, Eds. Libertarias, en 1986), escrito con su entrañable amigo y excelente poeta Mariano H. de Ossorno, a “Tiempos modernos” (Premio Ciudad de Jaén, publicado en Granada, La General, en 1991) y a “La risa del espacio” (publicada en Madrid, Tecnos, en 1997). Estas obras representan un ambicioso proyecto ideado en torno a la recuperación de una representación del espacio, subyugado durante la modernidad por el imperio del tiempo y sus metáforas, como realidad viva, productora inagotable de diversidad imaginaria mediante los poderes creativos de los topoi y sus curvaturas. En el Ensayo se apuntaba ya el nacimiento de una episteme posmoderna concebida como el creciente protagonismo del espacio a todos los niveles (ontológico, epistemológico, estético, etc.), al tiempo que se ajustaban cuentas con todos aquellos discursos modernos presuntamente liberadores, desde Hegel y Marx a Nietzsche. El Ensayo era, en suma, un manifiesto en favor de una nueva razón topológica. En Tiempos modernos, Luis exploró la configuración del espacio interior en la modernidad como leitmotiv de la subjetividad moderna y burguesa. El texto, bellísimo, es un recorrido sugerente por los imaginarios barrocos e ilustrados en busca de los avatares del imaginario espacial y de la espacialidad de los imaginarios, un recorrido por el paisaje interior del hombre de la Edad Clásica y Moderna.

La risa del espacio representa la culminación de este proyecto. Su mirada se dirige a la época presente, la sociedad contemporánea transfigurada por los media y las estructuras económicas postfordistas. Es una obra más analítica y propositiva, menos narrativa, más compleja conceptualmente y más ambiciosa. Y una vez más, un diálogo crítico e intenso con los autores de referencia en este periodo: Foucault, Nietzsche, Vatimo, Heiddeger, Castoriadis, Bourdieu, Jameson, Deleuze, Debor, Lipovetsky, Benjamin, Baudrillard, Serres, Soja, etc.. En paralelo a estos trabajos mayores, Luis escribió otros textos breves que publicó en varios medios editoriales. Quisiera destacar sus colaboraciones en la revista Archipélago, en donde coordinó junto con Mariano H. de Ossorno un número monográfico dedicado al espacio tiempo social. Durante esos años, los nombres de Emmanuel Lizcano, Isabel Escudero, Julia Varela, Fernando Álvarez Uría, por una parte, más ligados a la revista, y, por otra, los de Julio Cesar Armero, Antonio Escohotado, Marisa García de Cortazar o Carlos Moya, entre otros, aparecían constantemente en nuestras conversaciones. Todos ellos tuvieron algún papel en la evolución del pensamiento de Luis, que era un gran polemista y conversador y, en contra de la triste tradición de nuestra academia, disfrutaba confrontando sus ideas con otros, especialmente con aquellos que respetaba y admiraba intelectualmente. Sus polémicas intelectuales con Lizcano, por ejemplo, a pesar de su amistad y respeto mutuo, fueron siempre de primer nivel.

El cambio de siglo fue difícil. Los que lo conocisteis en esos momentos sabéis bien que sus últimos años como docente en EEMM fueron cada vez más duros. Luis se encontraba entonces fuera de lugar, agotado por una institución escolar que cada día comprendía menos y por una política educativa que repudiaba profundamente. La vuelta a Madrid desde Londres, donde había saboreado la vida académica e intelectual británica en el Birbeck College de la London University, supuso un golpe de realidad difícil de metabolizar. En medio de ese oscuro túnel vital, Luis encontró un punto de apoyo en su colaboración incipiente como profesor asociado en esta facultad. Sus años de asociado, desde 1995 a 2000, le ofrecieron la motivación necesaria para continuar su día a día. Nuevos compañeros, nuevos descubrimientos. Su alta autoexigencia le obligó a estudiar de nuevo, a leer sin descanso un tipo de literatura que no había trabajado antes y, en consecuencia, a repensar su propio trabajo anterior.

El salto definitivo a la titularidad fue enormemente tenso. Había arriesgado mucho dejando el instituto y comprometiendo su estatus. Luis, además, no era un académico al uso. Desconocía los vericuetos profesionales y, además, lo que sabía de ellos no le gustaba. No era tampoco un hombre de aparato, ni un burócrata. Ni tenía aspiraciones administrativas o políticas. Y mucho menos estaba interesado a entrar en juegos de poder e intercambio de favores. Por eso, su aterrizaje nos hizo contener la respiración a todos. Su bonhomía podía mutar en cualquier momento hacia una explosión de genio incontenible. Luis no era hombre de términos medios sino de apuestas fuertes e impulsos vigorosos. Sus mejores amigos en el Departamento le apoyaron hasta el final y a ellos se sintió siempre enormemente agradecido. En fin, lo cierto, finalmente, es que Luis ganó su plaza y se dispuso a reinventarse. Lo necesitaba. Y ahí dio comienzo lo que denominamos el segundo Luigi.

Durante el curso 2001-2002, nuestro hermano Chano, catedrático de Biología y experto en evolución cultural, disfrutó de una merecida licencia por estudios. Ello le permitió, durante más de seis meses, interaccionar con Luis casi a diario. Aquel año, el año que vivieron peligrosamente, como le gustaba decir a Luis, resultó a la postre extraordinariamente fructífero. De aquellos encuentros en el domicilio de Luis, que al llegar la primavera se ampliaron con agradables tertulias en una terraza de la calle Perón y furtivos encuentros en la barra del restaurante Combarro –nunca pasaron de la barra,-, nació homo suadens, y un creciente e inagotable elenco de nuevas categorías e insigths, que fundían lo mejor de la biología evolutiva interpretada por Chano con la creatividad y la erudición de Luis. El final de esta etapa culminó una tarde de Junio cerca ya de las seis de la tarde, cuando Luis se descubrió a sí mismo explicándole a Chano y a los boquiabiertos camareros de Combarro, por aquel entonces definitivamente entregados a sus virtudes dialécticas, cómo, en sus sueños, era visitado por unos engolados y presuntuosos enanos que resultaron ser, a la postre, Kant, Hume, Lacan, La Hegel y La Marx y otras estrellas del Olimpo filosófico, revoltosos personajes que nada podían frente al gigante suadens. El parto había sido largo y duro, pero el resultado era muy prometedor y Luis estaba de nuevo en marcha.

El segundo Luigi, se declaraba a sí mismo como naturalista, pero muy a su manera. De hecho, nunca he conocido un naturalista con tan poco apego al naturalismo y tan poco capaz de soportar una lectura de esta cuerda –nunca olvidaré cómo se puso al leer a Pinker, por ejemplo. Sus compañeros de viaje seguían siendo los mismos, los de siempre (Foucault, Nietzsche, Heiddeger, Deleuze, Derrida, Castoriadis, etc.) ampliados ahora con la figura de Peter Sloterdijk, su último gran descubrimiento. Pero la incorporación de una visión de la cultura y la naturaleza humana biológicamente fundadas le había permitido fabricar su propia navaja de Ockham que blandía con habilidad creciente.

En cualquier caso, Luis no abandonó sus investigaciones sobre el espacio-tiempo social. Al contrario, siguió profundizando en ellas. El reconocimiento de su trabajo en La risa del espacio tardó en llegar, pero lo hizo. Sus colaboraciones con miembros de la Facultad de Arquitectura de Sevilla, con los que desarrolló lazos muy fuertes, lo atestiguan, o sus vínculos con los investigadores gallegos y vascos relacionados con el “Grupo Compostela de estudios sobre Imaginarios Sociales”, como también la recepción de su trabajo en Colombia, México y Brasil, lugares que visitó y en los que disfruto de un reconocimiento merecido. Al mismo tiempo, culminó su inserción en el departamento. En ello tuvo mucho que ver su relación con Antonio Vallejos, Chema Arribas y Pepe Nieto. Pepe, muy especialmente, se incorporó a sus amistades más íntimas. Empatizaron mucho, rieron juntos y discutieron enfáticamente sobre infinidad de asuntos. Luis nos contaba orgulloso que tenía a Pepe punto de pedir el ingreso en la secta suadens, pero realmente nunca ocurrió así. Siempre fue más un deseo que una realidad pues Pepe le regateó hábilmente sin dar su brazo a torcer.

Poco a poco, se fue configurando un nuevo programa de investigación al que fui invitado a incorporarme hacia 2002. Los avatares del departamento le empujaron a la redacción de un texto para la asignatura de metodología, que compartía con Julián Morales. También fue éste un trabajo complejo. Luis era un ensayista, un creador, poco amigo de reproducir tópicos para estudiantes. Sin embargo, el manual de Metodología que publicamos en Tecnos en 2005, escrito con Julián, su apreciado compañero docente, resultó un texto sólido (con dos ediciones y varias reimpresiones), en el que Luis se reservó la oportunidad de enriquecer los lugares comunes con nuevas y muy interesantes ideas.

Pero lo mejor estaba por llegar. En 2008, gracias a la buena disposición de Manuel González, editor de Tecnos, y a los oficios de Julián Morales, Chano, Luis y yo publicamos “¿Quién teme a la naturaleza humana? Homo suadens y el bienestar en la cultura: biología evolutiva, metafísica y ciencias sociales”. Era y es una obra coral para la que no existe, probablemente, un lector estándar. Además de las ideas sobre evolución cultural de Chano y mis intentos de vincularlas con una revisión de los tópicos del modelo estándar de las Ciencias Sociales, Luis escribió una impresionante relectura de la historia de la filosofía.

Luis mostró en ella cómo la historia del pensamiento, y particularmente de las escuelas metafísicas, no puede hacerse desgajando el mundo de las ideas y representaciones de los juegos de reconocimiento y pertenencia que se dan entre discípulos y maestros, de las atmósferas creadas en ellas y de las técnicas compartidas e incorporadas. El bienestar en la cultura, un concepto genial salido también de su creatividad, le permitió a Luis mostrar de manera parsimoniosa la trampa más elemental, simple y poderosa que articula nuestra experiencia del mundo, a saber, que las personas transferimos nuestro bienestar bio-psico-social, generado en las interacciones con otros con los que entramos en flujo emocional, a la verdad de las ideas y representaciones que compartimos con ellos, de suerte que creemos que es la verdad objetiva de esas representaciones la que nos pone en la senda de la felicidad, sin percibir que es exactamente al revés. Aprovecho para decir que en un año, más o menos, habrá una nueva edición corregida y adelgazada de ¿Quién teme a la naturaleza humana?, más parecida a un texto que también pretendíamos escribir y que pensábamos titular “Homo suadens explicado a los niños”.

El trabajo iniciado en esta obra se continuó en 2013 con la publicación, también en Tecnos, de “Ciencias sociales y naturaleza humana. Una invitación a otra sociología y sus aplicaciones prácticas”. Escrita en colaboración con Julián Morales, en ella, Luis y yo nos propusimos una relectura naturalista de algunos de los tópicos de la sociología. Creo que el resultado que ha sido interesante y el tiempo juzgará lo acertado del mismo.

Incansable trabajador, devorador insaciable de libros, escritor e intelectual polemista, Luis hizo de la palabra viva y edificante su razón de ser, llevando esta pasión hasta sus últimas consecuencias. Escribía lo que pensaba, y vivía intensamente cuanto pensaba y escribía. Jamás detuvo su marcha intelectual, jamás renunció a batirse con los más grandes y nunca tuvo miedo a ampliar sus horizontes intelectuales, pero tampoco olvidó nunca a sus más cercanos e íntimos, cuyos trabajos leía y comentaba sin descanso. Su energía parecía inagotable.

Del curso 2001/2002, aquel en que vivieron peligrosamente, nació un texto inédito que Luis revisó varias veces a lo largo de estos años. Hoy se encuentra prácticamente preparado para ser publicado. Se titula “Las artes de la cura mínima y el cuidado de uno mismo”. En él, Luis mezcla su experiencia personal durante esa etapa, que mantuvo viva mediante un diario, con un trabajo de revisión minucioso de la literatura de autoayuda y los tópicos de la psiquiatría y la psicología al respecto. Todo ello aderezado con experiencias reales tomadas de enfermos que vuelcan en los foros y las redes sociales sus angustias y paranoias. El texto, además, hace regresar al Luis más narrativo y menos denso, cuya sabiduría se expresa en un diálogo formidable entre Luchetto, débil, enfermo y confundido, y Serenus Wiesengrund, sabio, paciente y tierno, dando lugar a un texto lleno de humanidad y fuerza curativa, que recuerda al mejor Gracián, tan admirado por Luis. Espero que pronto podamos tenerlo entre las manos.

Quiero concluir recordando que los últimos años, coincidiendo ya en buena medida con su enfermedad, Luis los dedicó, con una intensidad que sólo él sabía poner en las cosas, a revisar la historiografía de la Guerra Civil española. Este proyecto lo compartía con Mariano H. de Ossorno. Era un original y polémico intento de ajustar cuentas con la historia que nos han contado (parafraseando el título de una obra que gustó mucho a Luis), pero no porque Luis tuviera otra alternativa, más verdadera pero sometida a las mismas trampas narrativas del modelo estándar. Creo que Luis exploraba la posibilidad de mostrar la distancia infinita existente entre la ficción narrativa desplegada en el género histórico, disfrazada de objetividad científica, y la realidad de los actores y los acontecimientos. Y lo hacía no al modo de la crítica constructivista al uso, que, aunque llena de aciertos, aburría bastante a Luis, sino desde la verdad del homo suadens, un ser incapaz de conectar con las ideologías, estructuras y proyectos atenazantes o emancipadores que historiadores y politólogos ponen siempre en primera línea de fuego, como verdaderos motores de la historia. Luis pretendía hurgar entre los resquicios de esa realidad cosificada por el discurso científico-social en busca de los topoi en los que anidan arracimados los individuos, siempre entregados a sus cosas, ligados unos a otros como colonias de algas. Había escogido el Madrid de noviembre de 1936, y particularmente el edificio de Telefónica, para hacerlo. Será difícil que este proyecto siga adelante. Su magnitud y exigencia lo hacen casi imposible.

Termino. Han pasado ya cinco meses desde que Luis nos dejó. Yo me siento, desde entonces, como aquellos individuos dibujados por otro gran escritor, otro gran Luigi, Pirandello. Me siento como ellos, un personaje en busca de autor…. Creo que no soy el único… Tengamos confianza en poder seguir de algún modo conservando su legado y en encontrar entre nosotros el abrigo y la energía con la que siempre nos obsequió. Hasta siempre, Luigi.

Muchas gracias.

Miguel Ángel Castro Nogueira

Intervención desde la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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Intervención de Mariano Pérez Humanes

Mariano es profesor de Arquitectura en la Universidad de Sevilla.

Buenas tardes, queridos amigos de Luís.

Desde Sevilla y desde el grupo de investigación Outarquías. Investigación en los límites de la arquitectura agradecemos a la organización de este acto, y especialmente a José Antonio Nieto, la invitación y el honor que supone estar sentado aquí en esta mesa donde podrían estar muchísimas personas más preparadas y, probablemente, más próximas a Luís que nosotros.

No son muchas las variedades de amigos que se pueden tener a lo largo de la vida. Si me permiten, y desde mi ignorancia, diría que hay dos tipos de amigos: los que te acompañan en tu vida cotidiana, te ven a menudo y comparten el día a día contigo; y los amigos que se construyen y se mantienen en la distancia. Nosotros somos de los segundos.

Luis ha sido ese amigo que teníamos en Madrid y nosotros éramos los sevillanos outárquicos, como a él les gustaba llamarnos. En todo momento respondía a nuestras llamadas, como nosotros a las suyas. No importaba el tiempo que tardáramos en contactar, la respuesta era siempre satisfactoria, y cuando nos encontrábamos parecía que el tiempo no había pasado.

Hace unos días, escuché un razonamiento que me impresionó. Decía más o menos así: “La utopía hoy día no es un lugar que no existe, ni un proyecto irrealizable; la utopía es tener un amigo”.4 Con Luís la utopía se cumplía y mientras estemos por aquí se seguirá cumpliendo.

Voy a contarles, muy brevemente, como se forjó esta utopía de nuestro amigo Luís.

Todo empezó con la lectura de “La risa del espacio”. Después, mi director de tesis y yo, -con enorme atrevimiento y riesgo- decidimos invitar a su autor a la lectura de mi Tesis Doctoral como miembro del tribunal. La Tesis se titulaba

“Implicaciones: sobre la situación de la arquitectura en el mundo de la imagen” “La risa del espacio” había abierto esas implicaciones en el doble sentido del término, en el de acción y efecto de implicar, es decir, en el de envolver y enredar, -luego vendrían las envolturas, las invaginaciones y los flujos de Luís- y en el sentido de contradicción y choque de términos, de disciplinas que se ponían la una al lado de la otra para gritarse y hasta para quererse.

No tardamos mucho en congeniar. Su talante, su sencillez y su inteligencia le hacían accesible desde el primer momento. Aquel día fumamos, bebimos y reímos hasta el atardecer.

Mas tarde vendría la tesis de Carlos Tapia, la de Carmen Guerra y muchas otras. Y después, ese intento de hacer un máster interuniversitario entre la UNED, la Universidad Pública de Pamplona y la Universidad de Sevilla. El intento fallido más fructífero que he tenido en mi vida.

Ahí, es donde empezamos a reconocer a Luís como esa pieza humana que, sólo puede entenderse, por su haz de relaciones, por estar siempre en medio de otros, mostrándote con frescura cómo se puede aprender de los demás y estar con ellos. Por ello, estar hoy aquí recordando a Luís, es continuar manteniendo esa red de relaciones que hacía posible: Luís Camarero, Emmánuel Lízcano, Jesús Oliva y Josetxo Beriaín, son parte de ese complejo entramado que fue construyendo y que sigue vivo gracias a él. Pero también, los hermanos mala sombra, tal y como él llamaba a sus hermanos que, sin haberlos conocido hasta hoy, los hemos leído y disfrutado. También conocimos a Mariano de Ossorno, con sus siempre apasionadas danzas anarquistas y vimos cómo no paraba de hablar de su amigo Ignacio Gómez de Liaño, -al que le habría encantado presentarnos-, o de su mujer, su compañera.

Y digo esto, porque Luís, por encima de él mismo, era los demás; o mejor, siempre era los otros porque estaba con los otros y en los otros. Había hecho suya, con enorme naturalidad, esa capacidad mimética que también describe en su texto “Deseo de ser piel roja” y teoriza con sus hermanos en “¿Quién teme a la naturaleza humana?”.

Luis es el amigo que nos enseñó que lo más importante en esta vida es conseguir que la gente te quiera, y la gente lo quería porque él quería a la gente. Por eso, me quedo tranquilo en un acto como este, con amigos de Luís, al reconocer que todo esfuerzo que realicemos por recordarlo se quedará siempre corto, que seguiremos acordándonos de él, y que esa labor de volverlo a aprehender será inconmensurable como inconmensurable era su cariño hacia nosotros.

Esta mañana antes de salir de Sevilla, en la penumbra cogí un libro al azar de la estantería para leer en el camino a Madrid. Cuando abrí la mochila en el tren me quedé sorprendido de la elección. Era “El tamaño de una bolsa” de John Berger. “La bolsa en cuestión”, dice Berger, “es una pequeña bolsa de resistentes. Una bolsa se forma cuando dos o más personas se ponen de acuerdo y se unen. Se unen para resistir contra un nuevo orden económico mundial que no puede ser más inhumano.”

Muchas gracias Luís, por habernos querido y por habernos metido en esa bolsa. Muchas gracias.

Mariano Pérez Humanes

Intervención desde la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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Intervención de Ángel Enrique Carretero

Enrique es Profesor de Sociología en el Instituto de Criminología de la Universidad de Santiago de Compostela.

Encuentros con Luis

Me encontré por vez primera con Luis Alfonso Castro Nogueira en 1995, en un curso de verano organizado por la UNED en Avila bajo la coordinación de Emmánuel Lizcano. En aquel primer momento me sentí extrañamente cautivado por su escenificación docente y más aún por la densidad teórica de sus planteamientos filosófico-sociológicos. Todavía no se había gestado del todo su ambicioso proyecto en torno al, como él decía, imaginario imaginario espacio-temporal de la cultura posmoderna. Me impresionó entonces, especialmente, el hondo alcance de su pretensión teórica, por completo inusual en el ámbito académico español. Poco después, pude acceder a la edición definitiva de su trabajo, en donde todavía sigo buscando una articulación interna, perdido, muchas veces, en un laberíntico enjambre conceptual en el que se entremezclan Foucault, Deleuze, Soja, Jameson y un sinfín de autores destacados de la filosofía y la sociología de la última mitad del pasado siglo.

Indudablemente, la ambición filosófica de Luis se salía de los estrechos, reduccionistas y acartonados marcos académicos al uso, persiguiendo repensar una naciente cultura en donde el papel de “lo imaginario”, a través de la definitiva eclosión de la cultura mediática, jugaba un papel decisivo. Subrayo ambición filosófica, porque nunca lo he considerado -debo confesarlo- un “sociólogo” (aunque tampoco él hacía grandes alardes por reclamar este estatuto), entre otras cosas porque había en su interioridad un visceral distanciamiento con respecto a todo aquello que implicase una objetivización, sinónimo (en esto todavía con residuos frankfurtianos) de reificación. Era más un “hombre de letras”, aunque muy implicado en que las letras fueran lo más fieles posibles a la textura del mundo y se devolviesen sobre éste también con la mayor fidelidad, un poeta de “lo social” que, a veces en un tono visionario, nos hacía ver aspectos de éste que la cientificidad no estaba en condiciones de alcanzar.

Había encontrado, por otra parte, en la obra de Luis un magnetizador rechazo de los pilares de la modernidad (del iluminismo en su lenguaje) que, en una implícita tensión interna, trataba sin embargo de complementarse con el mantenimiento de una socio-filosofía todavía crítica de la cultura. Pertenecía a una generación anterior a la mía, en la que todo proyecto crítico parecía pasar, de forma unidimensional, por el trinomio: Hegel-Marx-Escuela de Frankfurt (en su primera generación). Y Luis había valorado y valoraba positivamente este legado. Ocurría, no obstante, que el devenir de la cultura en el capitalismo avanzado, especialmente a partir de lo que Lyotard bautizó a finales de los años setenta con la conocida expresión de “posmodernidad”, obligaba a un pensamiento libertario, como el que siempre animó todos los escritos de Luis, a desprenderse de buena parte del lastre conceptual del marco teórico anteriormente mencionado. Y, más en concreto, a mostrar que la modernidad habría sobrevalorado el tiempo obviando el espacio, abortando, así, la potencialidad de un pensamiento libertario que sólo puede nutrirse de un reencuentro con el espacio y, por ende, con la espacialización del propio pensamiento. Foucault fue, en esto, su auténtica fuente de inspiración y –pese a las afinadas críticas y reproches que Luis le ha dirigido- su mejor compañero de viaje o, según se vea, el amigo americano de su persona. El mundo, en suma, había cambiado, y mal que les pesase a los cómodamente atrincherados en el viejo lenguaje ilustrado-marxista y sus clichés supuestamente emancipadores, había que reconocer que éstos, en efecto, resultaban ya estériles. Y ello, no obstante, sin instalarse en la complacencia de unos discursos posmodernos que, en ese contexto y entre líneas, parecían legitimar, a modo de festejo, esta esterilidad. Por el contrario, Luis, teniendo la osadía de mostrar el fraude intrínseco a la modernidad, buscaba delinear cartográficamente el emergente laberíntico mundo posmoderno pero para avanzar en la comprensión de las nuevas estrategias de dominación y, por consiguiente, en una toma de partido en torno a cómo podríamos reconquistar espacios de libertad. Todo ello desde una alergia recalcitrante a lo que pudiera conllevar una huella, aunque sea camuflada incluso en clave aparentemente progresista, de moralina o sermoneo. Porque, en el fondo, la libertad, en su autenticidad y no en su acartonamiento conceptual, en lo que tiene de aspiración siempre en un horizonte de lejanía y no de delimitación en y desde lo político, en su consideración, si se quiere, de teología negativa (de lo completamente otro), ha sido una de la recurrentes obsesiones implícitas en la obra de Luis. De modo que, en realidad, esta actitud ante la libertad lo colocaba en una posición privilegiada desde donde ver que una posible adscripción o incluso encasillamiento suyo en una categoría sociológica definida como “lo libertario” resultaría necesariamente chirriante. En el fondo, desde esa posición lucida, aunque irrealizable, de la libertad nos hacía entrever una aguda fragilidad de la condición humana que reclamaba siempre artificiales cobijos culturales. Y, a sabiendas de ello, era consciente de que la adscripción a “lo libertario” no escapaba, en última instancia, a este leitmotiv. Y todo esto utilizando intencionadamente una expresión filosófica en donde, de manera por veces impactante, se saltaba de lo más abstracto a lo más concreto, de la metafísica heideggeriana o de los flujos deseantes deleuzeanos al cine de los noventa o al variopinto trajín cultural de una calle en una gran ciudad.

Fui seducido por La risa del espacio y me sentí impulsado a invitarlo para que integrase el tribunal encargado de valorar mi tesis de doctorado, en donde el papel de lo imaginario también ocupaba un primer plano. ¡Qué enigmática y azarosa es la vida!, como Luis suscribiría. Descubrí entonces que, para mi sorpresa, habíamos nacido en la misma localidad y casi revoloteado por el mismo barrio. Me hizo saber el itinerario de su familia, su veraneo en Villagarcía y su paso por el Instituto Xelmirez (antes el masculino). Así, de este modo, recreaba yo, haciendo malabarismos con la memoria, la imagen del Luis pensador que tanto admiraba en el Santiago provinciano y, sobre todo, lluvioso -como no se cansaba de repetirme- de final de los sesenta. Algunos años más tarde mi sorpresa se acrecentó cuando, un buen día, me hizo saber que había trabajado fugazmente en el Instituto de Bachillerato de Mondoñedo, si mal no recuerdo en el año 76, recientemente fallecido Franco, en un país abierto a un horizonte político nuevo, prácticamente en vías de desarrollo y ¡ay! afincado en la Galicia profunda. ¿Qué podría hacer un amante de lo urbano, como era Luis, en este escenario, tan aparentemente exiliado del centro neurálgico de la cultura en donde él parecía moverse en su atmósfera natural?. Pues, básicamente, leer, presupongo que a Marcuse, El viejo topo y Ajoblanco. Pero esto en el año 76 y en el señorial Mondoñedo sobre el que sobrevolaba la inefable figura de Alvaro Cunqueiro. En cualquier caso, desde la invitación a la defensa de mi tesis hemos mantenido una comunicación constante, bien sea a través de correos electrónicos o por vía telefónica. Coincidimos, o mejor hacíamos por coincidir, en Santiago de Compostela y en Madrid en diferentes escenarios académicos, fundamentalmente ligados a defensas de tesis de doctorado. Teníamos “feeling”, pese a la distancia generacional, como él mismo reconoció en el acto de defensa de mi tesis de doctorado. Seguí con mucho interés y de primera mano su evolución intelectual posterior, sus meandros académicos, su contacto y apropiación del pensamiento de Sloterdijk en su tentativa de conexión con el programa naturalista en el que volcaría su atención.

Por último, en el amplio intervalo de tiempo que ha perdurado nuestra amistad debo incidir en dos aspectos de su forma de ser merecedores de relieve: El primero, que Luis era muy amigo de sus amigos, que daba una gran relevancia a la amistad; y esto porque se hacía querer al transmitir afecto a su entorno. Irradiaba lucidez, pero aunada con la irradiación de afecto. No estaba, ni quería estar, pues, deformado profesionalmente por un engolamiento narcisista auspiciado desde un autoensimismado campo intelectual. Intuyo que, en realidad, era buen amigo de sus amigos porque la lucidez de Luis necesitaba ser atemperada en el contacto con los otros, acolchonada en un sentirse en una urdimbre con sus cercanos. Así, su llamada a un reencuentro con lo espacial tenía que ver no con un mero reclamo teórico, sino con una necesidad vivencial de edificar un climatizado “habitáculo” con algunos de los otros, de entretejer una im-plicación a partir de la proxemia y la afinidad con ellos.

El segundo, que Luis era una persona que, incluso en momentos sumamente duros de su trayectoria personal, intentaba contagiar un espíritu vitalista. Gozaba para ello, como recurso, de un humor muy singular, en donde se amalgamaban lo popular con un cierto acento surrealista, que le permitía salir irónicamente a flote, y aparentemente indemne, de los abismos a donde lo habían conducido su complicidad con Adorno, Foucault, Deleuze y otros que han revelado el rostro desencantado de la vida moderna. Y ello, siempre en un inesperado giro final, a través de un reírse de sí mismo y de las ahora trivializadas intenciones de donde se originaban sus pretensiones teóricas. Esto lo ponía a resguardo, como no podía ser de otro modo, de los indeseados efectos del iluminismo.

Angel Enrique Carretero Pasin

Intervención desde la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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Intervención de José Antonio Nieto

J. A. Nieto es Catedrático de Sociología y Antropología Social en la UNED

Homenaje póstumo a Luigi

Solo valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Puedo estar de acuerdo con esta afirmación en lo que refiere a uno mismo. La salud es el ejemplo clásico al que recurrimos para acompañar la frase que abre esta intervención. Sin embargo, al saborear y disfrutar de tu amistad, esa fue mi suerte, no puedo estar más en desacuerdo y discrepar abiertamente, si enfrentamos tan categórica, concluyente y tópica sentencia ante el vacío de tu pérdida.

Luigi, crecimos juntos los últimos ¿quince? años. No tanto, creo, como nos hubiera gustado crecer. En mi caso, sin duda alguna. Ahora, en retrospectiva, me parece corta su duración. Hoy tengo la sensación de que todo lo compartido es producto de un sueño. Los paseos, esos irrepetibles pateos etnográficos; la continua creación de situaciones imaginarias e invención de personajes y frases surrealistas; las incansables charlas sobre lo que se terciara y se terciaba todo; las comidas con sus largas sobremesas; y las risas, que hubieran debido ir por delante, protagonistas de nuestros encuentros. Todo ya un recuerdo, un despertar de un dulce sueño. Tu fallecimiento, sin embargo, me permite transformarte. Así, sin exagerar, aunque me hayas dejado huérfano, te puedo hacer reversible. La historia, nuestra historia común, ya no se repite –que diría Mark Twain—pero rima. Déjame, pues, que te llame como nunca lo he hecho: hermamigo.

Si tuviera que sintetizar en una frase la vida de Luis Castro entre nosotros, subrayaría que su presencia era un antídoto contra las exigencias y penalidades del vivir. Todas las personas colegas del departamento que le acogió lo saben muy bien. Luis era la euforia natural personificada. Euforia en estado puro, no inducida por medios exógenos. Le poseía, la expresaba y nos hacía gozar de su poder euforizante. Su mente era una catarata; daba la impresión de estar regado por las aguas del Niagara o del lago Victoria, vayan ustedes a saber. Cualquier intento de infundir en su cerebro un “meme” -término que, dicho sea de paso, le hacía mucha gracia—resultaba imposible. Como, para Luis, los memes tenían poco menos que connotación vírica, en su itinerario, ante las hercúleas defensas luigianas, no tenían otra opción que la retirada. ¡Que se jodan los memes! ¡Que se jodan los virus! Incluido el de la diputada Fabra, patrocinadora de la expresión.

En esa síntesis existencial, antes aludida, los libros y las risas predominaban, daban forma y configuraban, hasta la determinación, a Luigi. Del mismo modo que este imborrable hermamigo resultaba determinante en la configuración de su obra. Otros de sus biotopos personales era la atención que prestaba al cine. La gran belleza y Nebraska, por mencionar solo dos, eran algunas de sus recientes películas favoritas. Pero una de las que más le impactaron fue Zelig de Woody Allen, por su capacidad mimetizadora y sus “pliegues epicánticos”, apostillaría Luis.

Mención aparte requieren lo digital, el ordenador, Internet y las redes sociales. Con estas prestaciones mantenía una relación de amor y odio. Las utilizaba, incluso pudiera decirse que de manera acentuada, pero era muy consciente de que estaban reñidas con la estética y constituían el grado cero –le fascinaba esta expresión—de la comunicación humana. Como no era un hombre de banderas, las prestaciones digitales y audiovisuales en su uso, en el sentido de ser manoseadas a contre coeur, eran un instrumento parecido a una simbólica pértiga de quita y pon que le facilitaba ejercitar saltos mentales. Por ejemplo, de Internet y del ordenador –“ordeñador” gustaba denominarlo– “ordeñaba”, pues, sus potencialidades al tiempo que era muy sabedor de sus limitaciones. De la potencialidad, en una triple acepción, extraía la rapidez de transmisión,, la fuerza de su impacto en el ojo y la maximización de acontecimientos, noticias, eventos e información de lo más variada. No obstante, también era muy consciente de que las posibilidades de esa potencialidad, como las cañas que se vuelven lanzas, estaban impregnadas de contradicciones, omisiones y sesgos. Sus limitaciones, como las de cualquier otro dispositivo visual, negaban o cuando menos minimizaban la potencialidad, desde el momento que los vectores de la fuerza, rapidez y maximización, producían contradictoriamente y sin transición, un efecto obsolescente que borraba la imagen una vez contemplada.

Por todo ello, la proyección y los efectos visuales de Internet y ordenador, querido Luis, no pudieron con tus lecturas y con tu escritura, prioridad máxima de tus pasiones. Contigo la sociedad de la imagen también se jodió, porque en su esfuerzo por reflejar y optimizar la primicia de la notoriedad de la instantánea, de la noticia, de la información vía express digitalizada, pinchó en hueso. Tú eras fundamentalmente un hombre de letras que no te dejabas embaucar por cantos de sirena. No permitías que tus libros, escritos y leídos, fueran sustituidos por la reproducción de grotescos selfis.

Libros

Siempre fuiste un gran afinador (y afilador) de la palabra. Según contextos, escritos o hablados, afinabas (o afilabas), manejabas y disponías la frase y la voz, siempre incisivamente muñías. En mis recuerdos escucho como rocío musical, por su armonía y sinfonía, tus socius, corpus, animus, habitus, fluxus. En el muñir afilabas afinando. Afinabas palabras, sin venirte arriba, creando nuevos sonidos, como otros afinan pianos u órganos. También podía decirte, y te lo digo, que eras un genuino escultor de letras. Estas, en su combinatoria para formar palabras y construir frases, se tornaban en esculturas hablantes, sin que te consideraras la medida del mundo, sin más.

Tu retórica, a la manera de Epitecto, a quien dabas voz, te convertía en un semiorga estoíco, a pesar de que no lograste suprimir todos los deseos. Afortunadamente eras un hombre deseante y, además, siempre deseabas unirte con el Logos. Tu estoicismo radicaba en tu libertad. Eras libre porque eras sabio y sabio porque eras libre. Todo un crackque, como Zenon, en Diógenes Laercio, sabías (y tomo la cita que sigue de ¿Quién teme a la naturaleza humana? libro cuya autoría te corresponde junto a tus hermanos Laureano y Miguel Angel: el trío malasombra solías decir), sabías, digo, que “sólo el sabio es libre y comparado con él un Rey es esclavo. Porque la libertad es el derecho a actuar con independencia y la esclavitud una privación de actuar independientemente”(P. 366). Esa era tu gracia, en estado puro. Tu estado de gracia.

Algunos torturan los números hasta hacerlos confesar. Tu te permitías el lujo de exprimir el logos y jugar a las tres esquinas con él. En una situabas la introspección, en otra, la reflexión y, en la tercera, la determinación. Tus escritos son la representación de esos tres ejes-esquinas insobornables, el aura de tu pensar actuante. Graham Greene escribía para combatir el hastío. Caballero Bonald hace años se pronunció así: “yo soy aquel que nunca escribe nada, sino es en legítima defensa” Otros, escriben para ahuyentar fantasmas, como remedio contra el olvido, por solipsismo, para exorcizar lo nocivo de la vida o para echar un pulso al infierno. En fin, hay tantas causas que motivan la escritura como escritores que la practican. Tantas que al enumerarse y exponerse de modo correlativo parece que más que causas o razones son disculpas o justificaciones. Yo pienso que tú escribías por necesidad, para dar rienda suelta al torrente de tu potencia mental y discursiva. Y porque al no temer a la naturaleza humana te permitías mostrar tu razón natural, dejándola al descubierto sin concesiones. Nada ni nadie paraba esa necesidad tuya. Aunque conocedor como eras, y me comentabas con frecuencia, a tu pensamiento no se le pasaba que la cotización de la palabra estaba en bancarrota, corroborando, de este modo, a Ernesto Sábato en Antes del fin: “la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda”.

En este sentido, consciente de la inflación de la letra y de los desmesurados egos, tu mirada pansophica, independiente y libre se dejaba guiar exclusivamente por tu propia Vía Lucis, por tu nivel de disciplina mental y por tu elevada autoexigencia racional, lejos, muy lejos de presiones externas. De manera que el calor institucional no era tu cobijo. Preferías balancearte en el frescor indomable de tus ideas, determinante para el contenido de tu obra. Te “acreditabas” examinándote continuamente a ti mismo. Tu cerebro era tu espejo. La ANECA era/es una añagaza de la burocracia dominante al servicio del sometimiento. Tenías la habilidad especial, el knack, para descubrir otros mundos posibles. Hiciste real la posibilidad de dar vida a una Vía Láctea individual: la galaxia Luigi.

Risas

De la relevancia de las entrerrisas, sonrisas, risas y carcajadas, siempre presentes, podría relatar incidentes gloriosos, anécdotas suculentas, encuentros inesperados, sucesos impensables y de su amalgama construir un episodio. Todo ello resultado de sacar punta a las cosas y a las situaciones para crear un imaginario propio que alegraba, hasta desternillarnos, nuestras conversaciones. Un “vacile” como otro cualquiera, nuestro goofing off. Así, extraídos de la mismísima realidad, surgieron nombres de grupos musicales. Por ejemplo, Ansar and the Moors, (recordaréis que Bush llamaba Ansar a Aznar; moors era el vocablo utilizado por Aznar, en sus conferencias en la Georgetown, para referirse a los árabes); Menuda Mandanga (en recuerdo de la voz profunda, cavernosa y genital de aquel hombre con el que nos paramos a hablar, después de escuchar involuntariamente y de soslayo su conversación, mientras caminaba, con otra persona); Los Los (rememorando la reiteración de enfermizas mentiras o medias verdades a las que de continuo estamos sometidos); o. para terminar con la invención de grupos musicales que nos causaba tanta carcajada, Los mismos de antes en diferido (en homenaje a Cospedal).

Otras veces la sorna venía dada por la imaginaria e imaginada ideóloga catalanista Montse Tung y su influencia en el entorno de los seguidores de Maspucio, los maspucianos, continuadores de la saga de los Prepucios y los Pucios Pilatos, todos ellos a la espera del desenlace de acontecimientos o postpucio final; También la ironía estuvo presente con el especulativo e inverosímil dúo de humoristas Mucho ego y Poco yo (para no olvidar la deuda pendiente con la vanidad circundante).

Por no alargar en exceso vivencias surrealistas, versión buñueliana, quiero terminar este apartado con una anécdota que nos hizo mucha gracia. Un día, después de dejar la facultad, nuestros pasos nos conducían, como otras veces, por la calle Princesa. En ella, a escasos metros de Marqués de Urquijo, hay una boutique. En el exterior, había colocados dos maniquíes, uno a cada lado de la puerta de entrada. Estaban ataviados con ropa, que cambiaban regularmente, pero siempre informal, juvenil y de mujer.. Como pasábamos con frecuencia por allí, tomamos la costumbre de dirigirnos a ellas (esto es, nuestros queridos maniquíes) con un saludo y continuábamos andando. Al principio era un cortés “buenos días”, después se tornó en un simple “buenas”, más tarde en “hola”. Con la confianza subida en un “¿qué tal? ¿cómo estáis?”. Al final, el encuentro rutinario lo solventamos repetidas veces con un “hasta luego”. Hasta que un día, una vez pronunciado el saludo, escuchamos que nos respondían con otro “hasta luego”. A continuación, le digo a Luis: — Oye, Luis, has oído? –Joder, Pepe, que de tanto insistir hemos conseguido que hablen — Ya era hora, Luigi, por fin se han manifestado En estas estábamos, cuando del fondo de la tienda surge de nuevo una voz que nos hace escuchar — He sido yo Miramos al fondo de la tienda y vimos a una mujer que risueñamente nos dice — Les he visto saludar tantas veces que me he visto obligada a corresponderles Al reconocimiento siguió una charla, salpicada con bromas, con la que resultó ser la dueña del negocio. Después nos despedimos y continuamos con la marcha hasta que decidimos celebrar el encuentro con una comida en el restaurante vietnamita de la calle Huertas. Allí proseguimos con nuestras risas, ayudados en esta ocasión con un vino blanco muy alegre de San Martín de Valdeiglesias. Por más señas, si no recuerdo mal, Picarana.

Epitafio

Al principio de este escrito recordatorio decía que al fallecer, en tu desaparición, te hacía reversible. Otros enganchándose a metáforas, hablan de partida, tránsito o largo viaje. Se llega a evocar incluso a don Quijote, recordándonos cuando recomendaba viajar para aprovechar y disfrutar del tiempo y del espacio. Clásicos ejemplos, todos ellos, según cánones antropológicos, de evitación. Un modo de obviar la mención de la muerte por su nombre. Puro “yuyu”. Yo prefiero pensarte vivo para, en mi espejismo, poder transformar la realidad de tu ausencia en ilusión de vida. Esa es mi ficción. Así, mi mente llena tu vacío con recuerdos y da continuidad a nuestras conversaciones. Me ofrece también la oportunidad, aunque sea a base de monólogos, de seguir estando juntos. Transformar la muerte en acto de vida, además de recuperarte, implica modificar la acción de morir, reconvirtiéndola en un proceso. Y, por forzado que sea, reconocer el derecho a la vida de tus reversibles moléculas. Que en su transcurrir por el río Lozoya, como materia transformada se desplaza, aunque a destino desconocido, por la evocada y siempre presente naturaleza de tus escritos.

Si escribías por necesidad, por el hecho personal de morir has logrado una inigualable transferencia vital. Has mutado la necesidad en capacidad. Has desaparecido en tiempos duros, en los que unos pocos hacen negocio con la precariedad de muchos. La tanatocracia terrenal inflingida por una élite política y financiera que gestiona la crisis, mediante la puesta a punto de medidas que producen, con crueldad, dolores innecesarios a la mayor parte de la ciudadanía, parece mimetizarse y aplicar en tiempo, forma y espacio las reglas de la memoria sobrenatural. Algo así como el “parirás con dolor” del ethos más reaccionario de la iglesia bunker. Que en su desprecio a los placeres del cuerpo nos santifica hasta hacer penar a las personas de por vida.. A los que no asumimos castigos opresores y penalidades innecesarias, de los que interesadamente quieren imponer su criterio divino, este tipo de admoniciones resultan inútiles. A los que no comulgamos con ruedas de molino, es decir, con políticas de austeridad y tanatocracias, terrenales o celestiales, nos queda el recurso de tu referencia e intentar, como tú conseguiste, capacitarnos. No es tarea fácil. Porque para andar por el mundo con la mayor dignidad posible, para estar a tu altura, Luis Castro Nogueira, debemos sustituir las tres “eses” necesarias para alcanzar el cielo, “santo”, “sano” y “salvo” por tres “ies”, que bien merecidas te corresponden a ti: íntegro, inmenso e irreemplazable. Y, como digo, no es nada fácil.

José Antonio Nieto Piñeroba

Intervención desde la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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Intervención de Laureano Castro Nogueira

Laureano es Doctor en Ciencias Biológicas, catedrático de Bachillerato, profesor-tutor de la UNED y hermano de Luis.

El objetivo principal de mi intervención es el de dar las gracias, en nombre de la familia de Luis, de su mujer Asunción Cuesta y de su hijo Benjamín, de su familia natural y de su familia política, a los organizadores y participantes en este acto de homenaje a la figura y la obra académica de Luis Castro Nogueira. En primer lugar, agradecer a los miembros del departamento de Sociología 1 el haber puesto en marcha y llevado a buen término este acto. Agradecer también a la Editorial Tecnos, donde Luis publicó 4 de sus libros, su colaboración en el mismo. Cómo no, agradecer a los oradores que me han precedido, los profesores Javier Callejo, Mariano Pérez, Enrique Carretero y Jose Nieto, su participación y, sobre todo, sus cariñosas y hermosas palabras sobre la figura de mi hermano. Lógicamente, este agradecimiento incluye también a mi hermano Miguel Ángel que ha hecho un hermoso recorrido por la vida y la obra de Luis que comparto íntegramente. Por último y tengan por seguro que no menos importante, agradecer la presencia de todos ustedes, de todos vosotros, realzando y dando sentido a este acto académico de homenaje. Quisiera también tener un recuerdo para todos aquellos a los que les hubiese gustado estar aquí y que, por diversas razones, no han podido asistir. A todos, de corazón, muchas gracias.

Abriremos ahora un turno de palabra por si alguno de ustedes desea hacer algún comentario y me van a permitir que utilice yo en primer lugar esta posibilidad para destacar, a modo de resumen de lo que ya han mencionado mis compañeros de mesa, algunos rasgos que hacían de Luis una persona excepcional tanto desde el punto de vista académico como desde el punto de vista humano y que, de una u otra forma, se reflejan claramente en su obra.

En primer lugar, destacaría su brillantez, su enorme talento tanto en su faceta de pensador como en su faceta de escritor. Sus ensayos reflejan muy bien ambos aspectos. Estoy seguro que hubiese podido ser un novelista magnífico si no le hubiese atrapado su gusto por la filosofía, por el ensayo, y eso que era consciente de que algunos de los mejores hallazgos sobre lo que es el ser humano aparecen reflejados en ciertas descripciones literarias.

En segundo lugar, su pasión por las ideas, por el conocimiento, por aquello en lo que trabajaba, en lo que pensaba. Era una pasión a veces un tanto obsesiva que le llevaba a introducir, a poner prueba, su visión del mundo en todas las esferas de la vida, en la política, en el arte, en los amigos, en las conversaciones, en la vida cotidiana.

En tercer lugar, su generosidad hacia el trabajo intelectual de los otros. Admiraba el talento y las obras de los grandes pensadores, aunque eso sí, sin perder nunca su espíritu crítico, su agudeza para el análisis, discrepando de aquello que no le parecía acertado. Esta generosidad se hacía enorme cuando valoraba las obras de sus amigos, cuando transformaba sus ideas y las convertía en algo mejor, más original, pero siempre respetando la autoría. Una generosidad tal hacia el talento ajeno sólo está al alcance de una persona que como él posee a su vez un enorme talento. Era sin duda un gran amigo de sus amigos.

En cuarto lugar, resaltaré su capacidad para evolucionar en su pensamiento. Sin renunciar nunca a sus intuiciones, a sus hallazgos, manteniendo una línea coherente, perfectamente reconocible a lo largo de su obra, Luis ha sido capaz de analizar los temas que le interesaban desde ángulos distintos, modificando el enfoque, obteniendo nuevas perspectivas. Con independencia de que uno se pueda sentir más cercano a un tipo de análisis u a otro, es admirable su capacidad para descubrir nuevos aspectos de la realidad, para abrir nuevas perspectivas, nuevos enfoques. Y todo ello manteniendo siempre los pies en el suelo, consciente de los límites de su propio pensamiento. La cuarta parte del libro “Quien teme a la naturaleza humana” es un maravilloso ejemplo de esto que digo: su análisis lúcido de la obra de algunos de los filósofos a los que más admiraba, adoptando un punto de vista crítico, de corte naturalista, ofrece como resultado una disputa intelectual tan fascinante como emotiva.

Para finalizar me gustaría subrayar dos rasgos de su personalidad de contenido menos académico, aunque también presentes en su obra: su enorme sentido del humor y su coraje. Luis poseía un sentido del humor extraordinario fruto de su preclara inteligencia. Era una persona muy divertida. No contaba chistes ni nada por el estilo, introducía el humor en sus escritos, en sus conservaciones, en sus descripciones, en sus análisis de la realidad. Una conversación con Luis era siempre instructiva, enriquecedora y, además, terriblemente divertida, sobre todo, a medida que esa mezcla explosiva de cerveza y albariño iba haciendo su efecto sobre nuestro cerebro. Y eso incluía una aguda capacidad autocrítica. Ironizaba sobre el mundo pero empezaba por él mismo, por su familia, por los hermanos malasombra, por sus amigos y no digamos ya por aquellos que lo eran menos.

Este sentido del humor le acompañó hasta sus últimos días. Ibas a visitarle al hospital y salías encantado habiendo disfrutado de sus comentarios. Y esto era consecuencia del enorme coraje que mostraba Luis para enfrentarse a las dificultades que surgen en la vida y a sus propias debilidades, que las tenía como cualquier ser humano. Un coraje que fue creciendo con los años a medida que fue asumiendo que los seres humanos no somos una copia más o menos imperfecta de un modelo arquetípico, sino un conjunto muy diverso de individuos repletos de inconsistencias, de fortalezas y debilidades, de pulsiones contrapuestas, ninguno de los cuales se puede arrogar la pretensión de estar más próximo a un ideal inexistente.

Puestos a poner un pero a una figura tan excepcional como la suya sólo se me ocurre el que una persona así, tan carismática, tan brillante, tan singular como era Luis, deja un vacío realmente devastador, una orfandad intelectual y emocional en todas aquellas personas que le queríamos. Y salir de ahí no será fácil, necesitaremos echar mano de ese coraje que a él le sobraba. En todo caso, si lo logramos será sólo parcialmente pues la influencia de su personalidad nos acompañará toda la vida. Grande Luis. Y ahora sí, sin más dilación abrimos un turno de palabra, y a mí solo me quedar reiterar mi más sincero agradecimiento a todos ustedes por estar aquí, muchas gracias de nuevo.

Laureano Castro Nogueira

Intervención desde la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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Intervención de Luis Alfonso Camarero Rioja

Luis Alfonso es Catedrático de Sociología en la UNED

Remembranza de Luis Alfonso Castro Nogueira, autor de La Risa del Espacio

No recuerdo el momento en el que Luis y yo comenzamos a ser vecinos y compartir pared de adosado en el departamento. Pero sí que recuerdo de verdad cuando conocí a Luis. En una orilla estaba Sevilla y en la otra Triana. La Cartuja, la isla monástica, nos concitó varias veces al toque del debate. Junto con los Out‐arcas y los compañeros de Medellín, los navarros y aquellos otros que arribaron desde la costa Carioca, despachamos lecturas y largos parlamentos. A veces, la densidad del verbo recreaba la presencia de Sloterdijk, Castoriadis… Allí, a espaldas del puente del Cristo recuerdo al profesor Castro mientras gesticulaba dibujando en el aire con palabras sus burbujas, pliegues, envolturas y nanoesferas que atrapaban el espacio cercano, que impregnaban de sentimientos y sensaciones las formas del vacío, la seriedad del espacio. Debates largos como el sabor del café y pausados como el aroma del azahar que cubría el claustro que nos daba cobijo. Una tarde, durante los maitines del coffee‐break, deambulábamos por la huerta cartuja cuando la tormenta fiera nos obligó al refugio en los hornos de la fábrica de loza. El seminario estaba paralizado, nos habíamos quedado sin espacio exterior, la isla ahora inundada se entregaba al Guadalquivir, el frío y el aterimiento de la caladura nos empujaban a la incertidumbre… Luis, enérgico, rompió la hora y comenzó a cantar. Dijo, muy serio, que cantar era conjurar al tiempo. Nos contagió y la risa pudo silenciar aquella atronadora tarde.

Durante las jornadas de lecciones la guerra in‐civil era el ejemplo favorito de Luis para desarbolar el estructural‐funcionalismo e indagar en la ontología de los espacios de la vida y de la muerte, en los espacios del sujeto. Allí aprendí que yo era miembro canónico del paradigma dominante de las ciencias sociales, el Golem que Luis combatía. ¡Cuán diferentes intelectualmente! Por eso nos habían puesto una pared de separación en la Facultad, pero el guiño del destino quiso, querido maestro Luis Alfonso que compartiéramos nombre.

Otro viaje a Sevilla. Con la mirada atenta al infinito de la Mancha íbamos platicando sobre el espacio del miedo, del terror… que recubría epidérmicamente las vidas, sentimientos y pasiones de los aspirantes a ciudadanos de las recónditas metrópolis del globo. Esta vez viajábamos solemnes en la carroza del AVE, éramos el tribunal de una tesis que nos había dejado un torrente de ideas que no cesaban y con las cuales ocultábamos que era un viaje difícil. Ambos sabíamos que las cosas esta vez no iban del todo bien. Dos orejas en la Maestranza, la doctoranda a hombros. La comitiva terminó en una taberna de sillas azul gaditano, con sus mesas pletóricas de ilusiones de jóvenes becarios, con sus paredes alegres nutridas de bullicio, un local atiborrado de risas, envuelto sobre todo en risas. Dicen, que la risa es la forma original, que es el germen de la palabra. Nosotros, amigo Luis, hicimos el recorrido al revés, empezamos hablando y terminamos riendo. Lo recuerdo perfectamente, aún hoy puedo escuchar el tintineo de los brindis de despedida en aquél océano de risas.

Luis Alfonso Camarero Rioja

Tomó la palabra para leer este escrito

tras las intervenciones de la mesa en el

Homenaje a Luis Castro en la UNED

26 de febrero de 2015

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En memoria de Luis por Javier Gallego

Javier es Profesor de Ciencias Sociales en el IES Arroyo Hondo (Rota), Licenciado y Doctor en Sociología por la UNED, y miembro del Grupo Compostela de Estudios sobre Imaginarios Sociales. Luis Castro fue director de su tesis sobre sociología del secreto.

Javier escribió esta dedicatoria en su blog Profundamente superficial pocos días después del triste fallecimiento de Luis Castro (18/09/2014). Hace poco tiempo, Javier ha dedicado una publicación suya en la revista Intersticios a la memoria de Luis Castro que lleva por título: Cartografías y geografías del secreto: el secreto como espacio-tiempo social.

Luis Castro Nogueira dice adiós a Serenus Wiesengrund

Hace ya dos años que defendí mi tesis doctoral sobre sociología del secreto. Fue Luis Castro quien hizo que me decidira a tomar ese tema. Él impartía un curso de doctorado sobre la sociología del secreto en la UNED y había empezado a investigar con su amigo el poeta Mariano H. de Ossorno. Me propuso trabajar con él en esa línea y no me lo pensé. A partir de ese momento ha sido mi mentor, por dirigirme la tesis, porque he aprendido tanto de él. Luis murió el pasado jueves. Todavía no me he recuperado.

Luis Castro era de origen gallego pero se había convertido en un madrileño. Fue durante unos años catedrático de instituto y después profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Estudió filosofía y realizó su tesis sobre la Escuela de Frankfurt y luego empezó a especializarse el espacio-tiempo social. Comenzó en la revista Archipiélago y junto con Mariano H de Ossorno publicó un volumen con un título hermoso, Ensayo general para un ballet anarquista (Libertarias, 1986) y luegoTiempos modernos, (La General, 1991). El estudio sobre los ETS tuvo su culminación en La risa del espacio (Tecnos, 1997). Este ha sido uno de los desafíos intelectuales más estimulantes a los que me he enfrentado. Una prosa brillante, densa, llena de ecos y referencias (el propio título es un homenaje a laPoética del Espacio de Bachelard), una catarata de ideas, autores, no exenta de ese humor tan especial que tenía Luis.

El Espacio-Tiempo Social es un campo de estudio apasionante, intenta analizar el imaginario sobre el tiempo y el espacio que modula y es modulado por las sociedades. Sobre todo en esta época en la que el espacio cobra cada vez más importancia, contrariamente a lo que sugieren términos como des-localización. Para mí supuso una verdadera revolución intelectual. Luis Castro, además propone una serie de herramientas conceptuales que me han resultado útiles y sugestivas para entender el secreto como un lugar y la sociedad como flujo. El propone analizar los plecktopoi y las plikas, las curvaturas de ese Espacio-Tiempo, con sus tensores y atractores extraños –conceptos tomados prestados de las geometrías del caos–. Los regímenes de visibilidad, por ejemplo, que hacen que ciertas calles, ciertos barrios, ciertas realidades desaparezcan de nuestros mapas mentales. Las coartadas ideológicas para realzar otros ámbitos, otras plazas, desde una perspectiva global hasta las más pequeñas barriadas. Desde el complejo de Edipo según Lacan hasta la chaos politics. No queda más que asumir la fluidez de la sociedad. Los exteriores y los interiores.

Una vez acabado el ciclo, Luis emprendió una tarea hercúlea, resituar la sociología academicista en un nuevo paradigma. En su Metodología de las Ciencias Sociales (escrita junto su hermano Miguel Ángel y Julián Morales, Tecnos, 2005) arremete con una visión estrecha de la sociología que aprendió de Bourdieu que los individuos son meras esponjas que asumen su clase social sin mayor mediación. Eres de clase alta, te encanta la ópera, la tortilla deconstruida y desprecias el cine de acción. Eres del proletariado y no sales de la tasca y el fútbol. Hay que poner la atención en los procesos de subjetivación que cada individuo pone en marcha para asumir esas influencias, a veces contradictorias, de su ambiente. Si la sociología de Bourdieu había descubierto el bosque, Luis Castro se proponía identificar todos los árboles y arbustos, con sus bichitos y líquenes. Para comprender mejor cómo se producían estas incoherencias de obreros que votan a derechas, de intelectuales comprometidos y demás marginalidades, Luis resaltaba los ingredientes bio-psico-sociales con los que contamos los seres humanos, el socius (lo que depende de las estructuras sociales), corpus (la dimensión pulsional y orgánica), animus (dimensión imaginaria), habitus (las costumbres – Bourdieu – que hacen posible la reproducción social) y fluxus. El Fluxus (flujo, en latín) es la dimensión psicobiológica responsable de la empatía y fascinación compartidas, las derivas amnioestéticas y la creatividad individual y cultural, esas burbujas de intimidad de las que habla Sloterdijk y a las que Luis se refería tan gráficamente la primera vez que estuve en sus clases.

De ahí pasó Luis Castro a atacar el problema desde la raíz, apoyándose en la psicología evolucionista y junto a sus hermanos Laureano y Miguel Ángel. Dos libros a medio camino entre el manual y el ensayo:¿Quién teme a la naturaleza humana? Homo Suadens y el bienestar en la cultura (Madrid, 2008) y más tarde, Ciencias sociales y naturaleza humana: una invitación a Otra Sociología (en colaboración con Miguel Angel Castro y Julián Morales, Tecnos, 2013). El concepto de Homo Suadens es mucho más revolucionario y liberador de lo que a primera vista podría parecer. No sólo se trata de demostrar que somos animales (¿hay alguien todavía que no lo tenga claro?), sino que la animalidad propiamente humana es social. No gregaria, como dicen algunos sociobiólogos, sino también micro-social, íntimamente social, radicalmente social. Frente a la ficción, la peligrosa ficción del individualismo metodológico, los hermanos Castro Nogueira proponen un nuevo modelo de naturaleza humana.

Freud recogió muy bien el espíritu de quienes veían en las relaciones sociales una condena, por eso tituló uno de sus ensayos El malestar en la cultura. Venía a defender que la sociedad más que coartar los impulsos naturales, los castraba y las soluciones vendrían por la sublimación o la neurosis. El HomoSuadens vendría a demostrar lo contrario, que estamos programados para vivir juntos, para imitarnos unos a otros, para sentirnos recompensados por el beneplácito de los otros, para evitar conductas que susciten la censura de nuestros congéneres. Es la lección de Gabriel Tarde que quedó olvidada tras la arrolladora personalidad de Durkheim.

El aprendizaje assessor (de aconsejar) nos dio una ventaja evolutiva ciertamente. Si los pájaros aprenden a volar de una vez, los humanos somos capaces de aprender por fases, guiados por los mayores, por los iguales, cuyos rostros nos sirven de aliento. El Homo suadens explicaría por qué nos buscamos unos a otros, y los procesos de subjetivación quedarían incardinados en esa fascinación diferencial, biológicamente anclada, para hacer caso al Otro y crear burbujas de bienestar donde cobijarnos y respirar juntos (sinneontes). Esta facilidad para fascinarnos explicaría, por supuesto, la creación de cuadrillas, de clubs de fans, pero también de escuelas filosóficas. ¿Cómo si no iban Sócrates o Heidegger a congregar a su alrededor a discípulos entusiasmados con esa nueva gimnasia mental tan abstrusa? Contagiándose corporalmente, emocionalmente, mentalmente… De esta forma se supera la división natura/cultura, dando sustento a aquel discurso de Pico Della Mirandola en el que Dios no ponía al hombre ni como las bestias ni como los ángeles, dándole la posibilidad de arrastrarse por el suelo o elevarse a las nubes.

Tenía un proyecto muy avanzado sobre Madrid durante los primeros días de la Guerra Civil. Intentaba, asumiendo la mirada a ras de suelo, conociendo todo lo que pasó en la capital, para demostrar que durante la guerra, se tendía la ropa, se conspiraba, se era de las milicias y se rezaba, se jugaba entre cascotes y se volvía disparatado controlar a los reporteros extranjeros desde el Edificio de la Telefónica. El mismo espacio (físico, político, mental, imaginario) vivido de maneras diferentes, contradictorias, personales.

Admiro de Luis su capacidad para nombrar, con un aliento poético poco común y un sentido del humor brillante, con una rara habilidad para conjugar autores crípticos con referencias a la cultura de masas, de David Lynch a Madame Bovary. Admiro la capacidad increíble de in-corporar, asimilar y explicar tantísimas teorías, datos y autores de una vez. Aprendí tanto de él que intenté asimilar su estilo escribiendo, que cité a Dylan y a Gracián en la misma frase, tan cercano me parecía en espíritu.

Pero admiro sobre todo su generosidad, intelectual y humana, el cariño con el que conté desde el principio. A vuelta de correo, tras echarle un vistazo a mi primer trabajo de doctorado, ya me envió un capítulo del libro en el que estaba trabajando donde entablaba diálogo con José Luis Pardo. Me regaló ánimos y palabras de aliento, una confianza en mi trabajo mucho mayor que la que yo mismo tenía. Y durante su enfermedad siempre tuvo un momento para alentarme a publicar mi tesis, a podarla y disfrutar de su re-creación en forma más amena.

Tenía una personalidad vital, arrolladora, verlo hablar, emocionarse, como en Sevilla, en un Coloquio sobre la Ciudad Viva, cuando acababa de enterarse de que sólo contaba con media hora, era ciertamente grandioso. Su entusiasmo, su pasión, su visión certera y esa fuerza para transmitir sus intuiciones y seguridades eran contagiosos. Tuvo una fuerza excepcional para asumir su enfermedad y hablar con él, aun notando su debilidad, siempre reconfortaba.

Luis admiraba mucho lo admirable de ciertos autores, pero no tenía dioses, así se llamaran Pierre, Michel, Gilles, Peter, José Luis o Ignacio. Intelectual y práctico, anarquista por encima de los propios anarquistas, siempre con los pies en el suelo y la cabeza mirando arriba, no por encima del hombro de nadie, sino elevándose para poder tener perspectiva y bajando de nuevo, porque, como De Certeau nos enseñó, desde lo alto del World Trade Center, no se ven los hombres, se ve la geometría y las personas parecen hormigas. Luis nunca olvidó a las personas, ni como horizonte teórico, ni como verdadero amigo, aún en sus momentos más duros.

Seguro que han quedado muchos otros viajes pendientes, como esa Sociología Fantástica, que hubiera comenzado con la sociología del secreto. Me pregunto ahora qué pasará con todo eso, qué dirá ese extraño intruso, Serenus Wiesengrund, que tan sabiamente guio a Luis en aquellos momentos difíciles.

Hoy no puedo todavía hablar con más sentimiento. Se me encoje el corazón. Sólo decirte, adiós, maestro, amigo, compañero, un saludo, un abrazo con toda el alma.

Francisco Javier Gallego Dueñas

23 de septiembre de 2014

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En memoria de Luis por Israel González Navarro

Israel es estudiante de Sociología en la UNED, fue alumno de Luis Castro en Metodología de las Ciencias Sociales, autor, junto a Rubén Crespo, de Hechos y valores: el problema de la objetividad en la sociología desde la perspectiva del Homo suadens, comunicación presentada en el XI Congreso Español de Sociología de la FES en julio de 2014, propuesta creada en el seno del paradigma bio-psico-social del Homo Suadens de Luis Castro (et al.)

Querido Luis:

Han pasado ya cinco meses y aún no me lo quiero creer. No he abierto los emails pues me entristece saber que ya no habrá contestación, me acongoja. Aún así, un día como hoy no quiero hablar de ti, quisiera hablar contigo. Te confieso en primera instancia, que me va a costar acostumbrarme a tener que hacerlo a través de tu obra, máxime, cuando te escribía para solucionar cualquier duda o compartir cualquier idea y no pasaban ni dos horas y ya me habías contestado, a pesar de los pesares, con una energía y una ilusión que eran de admirar. Y es que ya habíamos entrado en flujo, ya teníamos cosas entre manos. Bueno!!! tenemos cosas entre manos, como esa Criminología Suadens aún por desarrollar o las conclusiones de aquella ponencia que defendimos Rubén y yo en el último congreso de la FES y que tanto te gustó, entre otros temas.

Tampoco puedo olvidar aquella tertulia en el “Parnasillo” en la que por fin pude conocerte en persona. Allí estaban tus hermanos Laureano y Miguel, Ossorno, Nieto, Adell, Julián, Víctor, Rubén y tantos otros amigos reunidos en torno a las ideas producto de esa plika que compartes a pachas con tus hermanos. Fue una tarde muy especial para mí, la más gratificante desde que empecé la carrera. Escucharte hablar y exponer tus ideas de la manera en la que lo hacías, con esa soltura dialéctica y esa coherencia digna de los mejores pensadores, fue para mí, una de las experiencias más enriquecedoras, nunca olvidaré ese momento. Recuerdo también que cuando terminó la tertulia te acercaste y me preguntaste que si estaría por Madrid al día siguiente, que te gustaría comer conmigo para conocernos mejor y agradecerme que hubiese venido desde Bruselas,… se me abrieron los ojos como platos!!!… Te confieso ahora, que hubiese sido capaz de cambiar el billete de no haber sido porque iba a estar unos días más en la ciudad. No me lo podía creer, Luis Castro Nogueira me estaba invitando a comer!!!…Aquella noche no pude pegar ojo de la alegría de pensar que por fin iba a conocerte más allá de los libros y la relación académica que ya llevábamos años cultivando vía email.

Recuerdo que esa mañana me levanté muy pronto y la espera se me hizo eterna, siempre a medio camino entre los nervios y la alegría. Era un día soleado de primavera, Madrid estaba precioso. Habíamos quedado a la una y media en Medinaceli, en una bodeguita para tomar unas cañas antes de ir a comer, sabiendo ambos, que deberías marcharte pronto para descansar. Yo llegué una hora antes para no hacerte esperar ni un minuto y me senté a leer, como no, sobre el Homo Suadens y el Bienestar en la cultura. Y al cabo de un rato llegaste tú y pedimos un par de cervezas. En los primeros compases yo no articulaba palabra, no sabía que decirte ni que preguntarte.Menos mal, que rompiste el hielo con una pregunta bastante clara que pretendía desentrañar mis motivaciones sobre tu obra: ¿y cómo es que te interesaste por las teorías del Homo Suadens? Me dijiste…

Pasado un tiempo y acordándome de cómo había contestado a tu pregunta, llegué a la conclusión, de que la teoría del Homo Suadens y su relación con el bienestar en la cultura se habían interesado por mis motivaciones antes ni siquiera de haberme acercado a tu obra. Eres tú, Luis, quien siempre se ha interesado por las cosas en las que a la gente se le va la vida, ese es tu testimonio, esa es tu obra.Recuerdo que te dije que era mi experiencia de vida lo que había hecho que me acercase a tus ideas, que había entrado en flujo con tu universo simbólico gracias a que me sentía representado por tus reflexiones en lo más íntimo, en la vida cotidiana. Eso sí, todo ello, con un arsenal conceptual de fondo que me llevó mucho tiempo y esfuerzo comprender, pero que una vez sistematizado, nos permitía comunicarnos por email casi en otro idioma.Y sobre todo, por mi fascinación y respeto hacia tu colosal capacidad y responsabilidad intelectual.Acuérdate que te dije: eres capaz de hablar con los grandes de tú a tú, porque eres un gigante. Tu sombra será muy alargada y seremos muchos los que caminaremos sobre tus hombros.

Es así como empezamos a contarnos nuestras vidas en relación al homo Suadens, a la gran importancia de la risa y el bienestar en la cultura. Fue fácil, pues tu no te quitabas los anteojos Suadens ni para dormir y yo acababa de estrenarlos. Ello nos llevó a una cierta analogía entre tu obra y el encuentro, pues coincidimos los dos en que teníamos muchos puntos de confluencia en nuestras biografías –los guardaré como tesoros,grandes secretos de nuestra complicidad- lo que fue llevándonos a ese momento en que se produce el hechizo, donde toma partido la sociochimia amnioestética, el entrar en flujoque te gustaba decir, siempre en referencia a ese momento mágico de bienestar, de empatía, complicidad y fascinación mutua, donde el tiempo desaparece de la percepción y el espacio no va más allá de la mesa donde estábamos hablando y/o la virtualidad de los recuerdos de vida de ambos.

Fue así, casi sin percatarnos de lo que sucedía a nuestro alrededor, como pasamos de la bodeguita al Bistrot Moratín, aún guardo la tarjeta en mi cartera. Y así fue como acabamos hablando de todo siempre con la risa y la ironía de fondo. De cuando eras pequeño, de tus padres, de tu época universitaria, de Londres, de cómo admirabas y querías a tus hermanos, a tu pareja –recuerdo la ternura y el amor con que me hablaste de ella, te brillaban los ojos-, a tu hijo, a tus sobrinos y a todas esas personas que formaban y constituían esos espacios de intimidad compartida, ya sabes, las burbujas o plikas de las que tanto hemos hablado. Así, sin apreciar el paso del tiempo,olvidados de los relojes y de las prescripciones de descanso, llegamos a las seis y media de la tarde, el Bistrot ya vacío y nosotros hablando y decidiendo cuando sería la próxima vez que nos veríamos. Como te gustaba decir cuando hablábamos de esa próxima quedada,que ya teníamos fijada para el pasado otoño: Joder Israel!!! nos lo pasamos muy bien, en cuanto me dejen en paz tenemos que repetir,… y yo te decía: no lo dudes Luis!!! en cuanto puedas me cojo un billete y nos vemos. Eso era verano, y a mí por ese entonces, se me empezaba a hacer duro pensar que aquel sentido abrazo que nos dimos en la parada del autobús que te llevaría a casa, pudiera ser el sello de despedida de un hasta siempre, cuando en realidad deseaba con todas mis fuerzas, que fuese un hasta pronto.

Desde aquel día ya no fuiste nunca más solo el maestro, también fuiste el amigo. Me dijiste cosas que jamás olvidaré. Me ayudaste con ciertos baches personales cediéndome tu intimidad como ejemplo. Me acuerdo que hablamos incluso de este momento, de tu ausencia. Y es por eso Luis por lo que hoy te escribo, por gratitud, porque hasta en los peores momentos siempre has tenido un hueco para echar un cable, para tender tu mano. Eres una de las mejores personas que he conocido, y esto va más allá de la admiración por tus ideas, tiene que ver con tu enorme generosidad, ese es el testimonio que yo tengo de tu ejemplo, el de un gran amigo de sus amigos.Solo puedo dar gracias por haber podido conocerte y disfrutar de tu amistad. Me vas a acompañar siempre, maestro.

No me extiendo más, te mando un fuerte y sentido abrazo.

Y me despido también como solía hacerlo en cada email. Siempre en honor a esa continuidad que le habíamos dado a nuestra relación, a nuestra plika… yo solía decirte:

Seguimos…

PD. Prometo seguir con toda mi energía e ilusión con aquellas ideas que habíamos compartido, y prometo también, por infinita gratitud, acordarme de ti cada vez que la risa del espacio me inunde de alegría.

Israel González Navarro

Bruselas, 24 de febrero de 2015

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En memoria de Luis por Javier Prieto González

Javier es graduado en Sociología por la UNED, fue alumno de Luis Castro en Metodología de las Ciencias Sociales, autor, junto a Rubén Crespo, de una amplia reseña sobre el libro de Luis Castro y sus hermanos Laureano y Miguel Ángel: ¿Quién teme a la naturaleza humana? Javier tiene un blog de sociología de amplia difusion: http://javierprietogonzalez.blogspot.com.es

Gracias Luis:

Mi querido compañero de estudios Rubén Crespo me invitó hace unos días a escribir algo sobre Luis Alfonso Castro Nogueira, por el reciente homenaje celebrado en la UNED. Lo primero que me vino a la memoria es la asignatura Metodología de las Ciencias Sociales, una obligatoria de primer año de Grado en Sociología de la UNED.

Una vez concluida la travesía de la carrera, quedan atrás muchos momentos. Los duros marcan nuestro carácter, son cicatrices que quedan a modo de huellas de la dureza que acompaña una carrera universitaria, que en la mayoría de los casos en la UNED, se emprenden con enormes dificultades personales; la edad, la compatibilización de las responsabilidades laborales y familiares, como la inherente distancia física y de estilo que distingue a esta universidad. Una singularidad que es bien conocida, pues el examen es para una amplia mayoría de estudiantes, el único acercamiento al espacio académico, al ambiente de la universidad, y a los profesores. Este déficit es una desventaja, pues es incontestable que partimos con más obstáculos, pero es por ello, que también cuando eres capaz de superarlos, no hay quien nos gane en felicidad.

Abrazado a la perspectiva temporal, recuerdo con enorme satisfacción y de una manera muy especial mi paso por Metodología de las Ciencias Sociales. Sirve a mi memoria como un anclaje, un marco de recreación que me conecta con un momento, con un instante de mi pasado, que dibuja una sonrisa en mi cara. Una de rememoración del cumplimiento de un deseo, de superación, de una meta alcanzada y de un privilegio absoluto por haber compartido, aunque sea de un modo virtualizado, un espacio con el profesor Castro Nogueira.

Recuerdo el momento del examen, cómo me lo preparé, los meses que le dediqué, cómo devoré ese libro. Esa intensidad, y por momentos exaltación, impide realizar una lectura más pausada y hedonista, llevándote a una estrictamente memorística. Pero en este caso, quedó en mí un poso que imprimió una enorme curiosidad en realizar una segunda lectura. Es dónde descubrí la brillantez de esta obra de Luis, Miguel Ángel y Julián. Un libro, el único, que me ha acompañado durante todos los años de la carrera. He acudido a él en multitud de ocasiones, como manual de consulta para la elaboración de trabajos realizados en otras asignaturas, y en áreas de conocimiento diversas, que no siendo antagónicas, me han servido para relacionarlas y conectarlas. Es un libro vivo, una obra excepcional y fascinante, que hoy descansa en mi biblioteca como símbolo de todo un camino recorrido, y que logra sintetizar de un modo magistral, todo el vasto conocimiento desarrollado en materias como Sociología, Economía, Antropología y Ciencias Políticas.

No tuve la suerte de hablar con Luis personalmente, cerca de 2.000 kilómetros nos separaban, pero 500 páginas nos siguen acercando. Tanto, que hoy escribo estas líneas, como pequeño homenaje, en su memoria, con respeto y tremenda admiración. Un libro se erige muchas veces como único acompañante en el camino académico, uno donde impera la virtualidad de la red, el único canal e instrumento disponible para contactar a los equipos docentes. La asignatura de Metodología y su libro homónimo los sitúo como un rara avis en la carrera de Sociología. Es una materia que en un primer vistazo asusta, pues sus quinientas páginas tienen un “peso” más que considerable, para los que como yo, se habían alejado hace años del negro sobre blanco.

Como el pasado se actualiza desde el presente, hoy tengo la necesidad y la obligación moral de decir gracias a Luis; por su obra, por haber sido alumno de él, por su generosidad y buen hacer en los meses que fue mi profesor. El recuerdo es un espacio de la memoria para fijar un momento, uno de los más gratificantes ha sido Metodología de las Ciencias Sociales (libro, asignatura y Luis). Ha tenido una fuerza auténtica y simbólica muy poderosa y permanente desde mi inicio como estudiante de Sociología, que sin duda contribuyó y me acompañó en la obtención final de mi título.

Muchas gracias Luis, seguiré dialogando contigo a través de tus obras.

Javier Prieto González
Santa Cruz de Tenerife, 18 de marzo 2015

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En memoria de Luis por Víctor Riesgo Gómez

Victor es graduado en Sociología por la UNED, fue alumno de Luis Castro en Metodología de las Ciencias Sociales. Es profesor-tutor de Sociología en la UNED de Talavera de la Reina (Toledo)

In memoriam: Luís Castro Nogueira

Sería interesante indagar por medio de un estudio sociológico acerca de las causas que mueven a diferentes personas a decidirse a cursar una carrera (ahora grado gracias a “Bolonia”) tan peculiar como es la de sociología en una universidad más particular aun si cabe como la UNED.

La cuestión es que aquellas personas que así lo hayan hecho en los últimos diez años, más pronto que tarde, se han visto obligadas a tropezar con el manual de metodología de las ciencias sociales que Luís firma, en colaboración con alguno de sus hermanos y el también profesor de esa universidad Julián Morales Navarro. Cabe añadir que en los últimos años aquellos que quisieran mejorar su nota en la asignatura debían leer con detenimiento buena parte de una obra casi complementaria firmada por él y los mismos hermanos que llevaba por título ¿Quién teme a la naturaleza humana?.

En mi caso particular no puedo evitar confesar que las primeras sensaciones ante semejantes obras bascularon entre la incomprensión, la sorpresa y el desánimo. Para un estudiante de primero, en su búsqueda de certezas y baluartes firmes en que asentarse y que creía que la sociología era una ciencia cuasi exacta, ese mar de críticas hacia los modelos establecidos del pensamiento social, surcado con un sin fin de términos de nuevo cuño que no aparecen en los diccionarios al uso mueven de inicio al deseo de abandonar tamaña empresa de comprensión, es más, estoy en condiciones de asegurar que no soy el único que atraviesa esta fase inicial. Mi relación hasta la fecha con estudiantes de esta carrera me permiten corroborar dichas sensaciones.

Una vez superado el primer momento, y con la perspectiva que me da el tiempo pasado, me resulta innegable reconocer que esa ha sido una de las asignaturas más enriquecedoras con las que me he enfrentado en los cuatro años que dura el grado. Enriquecedora pues muestra a las ciencias sociales desde una perspectiva profunda, rugosa, compleja y llena de relieves, que es, a mi juicio, la manera más ajustada de hacerlo. Estas lejos de recorrer un camino recto en una dirección “natural” empedrada por “descubrimientos” encadenados entre sí, en pos de un creciente dominio de técnicas de investigación social cada vez más afinadas, podemos verlas repletas de continuos debates entre diversos paradigmas, a veces complementarios, a veces firmemente enfrentados, que se van sucediendo unos a otros de manera armónica (o no) por razones de distinto tipo, -estrictamente científicas, puramente políticas o en una combinación particular de ambas-, llegando a un punto en el que ni siquiera sea certero considerar que unos paradigmas se acaben imponiendo a otros definitivamente.

Esta mirada que Luís nos proporcionó a los y a las estudiantes de su asignatura se veía enriquecida con su propuesta particular esbozada en la segunda obra que aquí se cita. Luís y sus hermanos, lejos de establecerse cómodamente en una perspectiva crítica contaron con el arrojo necesario para establecer una propuesta de paradigma propio, en el que no me considero el más experto y quizá sean otros los que puedan explicar de manera más fiel, si bien no puedo evitar de manera sucinta glosar el hilo conductor del mismo.

Lo que Luís y sus hermanos proponían viene a resumirse, según yo lo entiendo al menos, en que ya va siendo hora de “desnaturalizar” los diversos tipos de “hommos” que han poblado las ciencias sociales desde sus inicios para re-naturalizar el “hommo” que integra los diversos elementos que lo componen y que ha sido orillado por multitud de autores bajo el epígrafe de “naturaleza humana”. Esto es que, frente al “hommo economicus” protagonista principal de la teoría económica clásica y neo clásica, o el “hommo sociologicus” elegido por autores de la sociología para contrarrestar la supuesta eficacia de su rival economicista, ellos postulan la mayor capacidad explicativa de un “homo suadens” en el que integrar los tres elementos que lo forman; lo bio-psico-social.

La infinidad de consecuencias metodológicas que se derivarían del nuevo paradigma y la gran cantidad de razones que aportan para su propuesta no son el tema de esta simple nota de recuerdo. Este es un debate que no se ha acabado y que debemos en parte a Luís que comenzase. Ahora bien, no puedo evitar destacar como, en mi opinión, su propuesta no es más que otro clavo en el ataúd de propuestas que ya huelen a viejo en las ciencias sociales, a pesar de gozar de un aparente esplendor fáctico. Si los humanos no somos preferidores racionales ni marionetas sin voluntad manejadas por las normas sociales quienes estamos interesados en las ciencias sociales tenemos mucha tarea por delante para intentar vislumbrar pequeñas islas de certidumbre.

Los tópicos, como esa muestra del saber popular condensado que son, me sirven en este caso y se quedan escasos para explicar lo que sentí el día que Carlos Loren, amigo desde hace años de Luís y mío desde hace unos pocos, me comunicó su muerte. Desde el consabido “siempre se van los mejores” hasta el no menos gastado “la vida no es justa, ahora que parecía que iba a mejor” vinieron a mi mente y a mi boca. Hagamos pues aquellos que le conocimos y que aprendimos de él que otro tópico se convierta en realidad; “los genios nunca mueren, dejan su obra para que sigamos viéndoles vivos” La de Luís ahí está, aún por explotar.

Víctor Riesgo Gómez

19 de marzo de 2015

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En memoria de Luis por Virginia Vicente Díaz

Virginia, estudiante de Psicología en la UNED, fue alumna de Luis Castro en su etapa como profesor de Sociología en el I.E.S. Tetuán-Valdeacederas (Madrid).

El día en que Luis Castro debía cumplir 63 años, el 19 de febrero de 2015, Virginia abrió el perfil de Facebook de Luis dispuesta a felicitarlo con ilusión, pero al ver las últimas dedicatorias en su memoria, entre ellas la mía, Virginia se llevó la desagradable sorpresa de que Luis ya no estaría para contestarle. Se ve que Virginia tenía mucho aprecio por Luis y su carisma debió tener fuerte influencia en ella. Por esta razón se decidió a escribirme para saber qué le había pasado. A continuación reproduzco algunos fragmentos de sus mensajes donde recuerda con mucho cariño a su profesor Luis:

[…] Fue mi profe favorito en el Instituto Tetuán-Valdeacederas (Madrid), donde impartía clases de Filosofía. Al entrar hoy en su muro para felicitarlo por su cumpleaños, he leído tus comentarios sobre su ausencia, y, a pesar de que me parece un feo atrevimiento por mi parte, no he podido evitar escribirte para preguntarte: ¿qué ha pasando? ¿Ha fallecido esta persona tan divertida y maravillosa? ¿Y con tan sólo 62 años? Me hubiera gustado decirle que llevaba razón, que lo mío era la psicología, y que por eso estoy estudiando ahora esa carrera por la UNED, pero creo que ya no me va a dar tiempo. […]

Me siento muy triste por la gran persona que era, y porque me hizo amar sus clases. […]

Aunque sólo lo conocí durante dos años (fue mi profesor de Filosofía en 3º de BUP y en COU), influyó muchísimo en mí, tanto en lo personal como en lo académico.

Sus clases eran las mejores de todas. Era el mejor profe que se puede tener. Cuando teníamos algún examen de otra materia justo después de su clase, nos decía que ese día no iba a explicar nada, ya que entendía que estaríamos nerviosos por el examen, y nos dejaba utilizar su hora de clase para estudiar.

El respeto y a la vez la cercanía con que trataba a todos los alumnos (incluidos los más conflictivos) digno de ver. En sus clases vi claramente que lo mío eran la Filosofía y la Psicología, por lo que estudié la Licenciatura en Humanidades, y posteriormente, el Grado en Psicología, que es lo que estoy estudiando en la actualidad.

Eran clases divertidas y participativas; todo lo aprendíamos dialogando, y mediante juegos inventados por Luis. […]

Era muy sabio pero muy humilde, y acudía a clase siempre impecable, con su traje oscuro y sus zapatos recién abrillantados.

Era un personaje muy original y un gran escritor, por lo que pude comprobar en alguno de sus libros. Gracias a él pude ver por primera vez películas como “Blade runner” o “Los niños del Brasil”, ya que, en sus clases, que supuestamente tenían que ser únicamente de Filosofía, aprendíamos sobre Psicología, Filosofía, Historia de las Drogas, o temas tan actuales en esos tiempos como la clonación.

Nunca olvidaré que fue él quien me animó a estudiar Psicología mientras estábamos estudiando a Freud, y aunque algo tarde, pero por fin hace dos años me lancé a estudiarla. Le doy las gracias por esto y por todo lo anterior.

Virginia Vicente Díaz,

en conversación con Rubén Crespo

a través de mensajería de Facebook

entre los días 19 y 27 de febrero de 2015

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En memoria de Luis por Rubén Crespo Gómez

Rubén, creador y administrador de Cisolog.com es estudiante de Sociología en la UNED, fue alumno de Luis Castro en Metodología de las Ciencias Sociales, autor, junto a Israel González Navarro, de Hechos y valores: el problema de la objetividad en la sociología desde la perspectiva del Homo suadens, comunicación presentada en el XI Congreso Español de Sociología de la FES en julio de 2014, propuesta creada en el seno del paradigma bio-psico-social del Homo Suadens de Luis Castro (et al.)

Bajo este epígrafe dejo dos textos dedicados con cariño a Luis Castro: el primero lo escribí en su perfil de Facebook tras enterarme de la triste noticia de su fallecimiento; el segundo lo escribí por su 63º Aniversario.

Luis Castro Nogueira en marzo de 2014, tras la tertulia que ofreció en Madrid sobre “Movimientos sociales: el retorno de las emociones y el bienestar en la cultura” | Foto: Rubén Crespo

Luis Castro Nogueira en marzo de 2014, tras la tertulia que ofreció en Madrid sobre “Movimientos sociales: el retorno de las emociones y el bienestar en la cultura” | Foto: Rubén Crespo

Decidimos por un momento olvidar aquellas cosas que atenazan nuestras vidas y continuar fascinándonos por aquellos “metainvernadero del ser” y “sinneontes” donde nuestro “fluxus” compartido seguía enriqueciéndose con nuevos descubrimientos… Has tenido que marcharte antes de tiempo, pero no es ni siquiera un hasta luego. Luis, seguirás vivo en mis reflexiones y en mi corazón. “Homo Suadens” sigue su andadura. Hay mucho camino todavía por recorrer juntos.

Rubén Crespo

28 de septiembre de 2014

En tu 63º Aniversario…5

En tu 63º Aniversario, Luis Castro, la burbuja sinneóntica de tu obra que invita a entretejerse e im-plikarse en una sociología más fresca y heurística sigue viva, y cobrará más vitalidad con el paso del tiempo.

Muchas gracias por la amabilidad con la que siempre me atendiste desde el principio; por las reflexiones y las sugerencias que proponías a mis preguntas; por haberme enseñado las maravillosas posibilidades que tiene hoy el “programa naturalista” (biología evolucionista, neurociencias, sociobiología, ecología cultural, psicología evolucionista y las ciencias de la vida en general) para las ciencias sociales, de manera que se pueda abordar el tema de la “naturaleza humana” de una forma auténticamente empírica sin especulaciones filosóficas esencialistas.

Muchas gracias por haberme introducido en ese “metainvernadero del ser” que es el del “Homo Suadens”, donde hemos encontrado más sentido en las prácticas y las emociones que en los meros contenidos de los “retablos categoriales”.

Muchas gracias por haberme enseñado frases como: “… toda propuesta ideológica entraña siempre una axiomática en la que sólo cabe discutir racionalmente acerca de las tesis derivadas (teoremas), pero no de sus axiomas o principios, que dependen enteramente de nuestras preferencias aprendidas” (Revista Empiria, Nº 23-2012, p. 72).

Muchas gracias por esto y por mucho más.

Aún hoy me cuesta asumir que ya no estás ahí para poderte escribir y comentar cosas que siguen interesándome del gran trabajo que has realizado junto a tus hermanos y otros grandes amigos tuyos, para preguntarte sobre tus próximos proyectos, para saber cuánto quedaba de tu nuevo libro junto a M. H. de Ossorno, “Noviembre de Madrid (1936). De artes, espacios y tiempos. Memorias sin Historia de un episodio de la guerra civil española”.

Con todo, siento y se que seguimos dialogando a través de las relecturas que hago de tus libros, de artículos tuyos que voy descubriendo en diferentes revistas. Todavía me queda mucho por aprender de ti. Me siento en deuda y debo seguir trabajando para comprender muchos de tus escritos que son para mi de una riqueza inagotable.

En mi memoria seguirás siempre (Dios me la conserve); por eso en tantas otras cosas que leo no puedo evitar aplicar el filtro del valioso arsenal epistemológico y metodológico que has puesto a mi (nuestra) disposición y que, al tiempo, se hará justicia en tu reconocimiento dentro y fuera del mundo académico de las ciencias sociales.

Un abrazo por siempre, Luis.

Rubén Crespo

19 de febrero de 2015

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¿Por qué somos tan significamentosos?

¡Presunciones, delirios y vanidades de Homo Suadens!

Recuerda, lector, que, como dijo el poeta, quizás también para ti hubo un tiempo en el que tus únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia.

Luis Castro, “¿Por qué somos tan significamentosos?”

Último capítulo en: ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Tecnos, 2008, p. 535.)

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Debate “Saber y sociedad”. Emmánuel Lizcano, Luis Castro e Isabel Escudero (6 de diciembre de 1996)

Fuente: CanalUNED
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Este post está abierto a cualquier texto dedicado a Luis Castro Nogueira. Si quieres que lo incluyamos, no dudes en ponerte en contacto a través de cisolog@cisolog.com

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NOTAS
  1. Serenus Wiesengrund es autor ficticio de un imaginario libro sobre topogramas que le servía a Luis Castro para criticar la visión de algunos autores como J. Derrida. S. Wiesengrund aparece en su libro La risa del espacio (Tecnos, 1997), pero la cita pertenece al manuscrito “Las artes de la cura mínima y el cuidado de uno mismo”, pendiente de próxima publicación, y se cita en su libro ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Tecnos, 2008, p. 354.). []
  2. Bauman, Zygmunt. 2014 [1992]. Mortalidad, inmortalidad y otras estrategias de vida. Madrid: Sequitur, p. 17. []
  3. La cita del texto en cursiva es de: Rilke, R.M.: Los sonetos a Orfeo, XVI []
  4. La frase que he intentado poner en pié fue pronunciada por Andrés Sorel en el acto de homenaje a nuestro amigo Rafael de Cózar en el Ateneo de Sevilla el día 26 de Enero de 2015. []
  5. Puede verse también esta dedicatoria en: Unas breves palabras para Luis Castro Nogueira []

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  1. […] el siguiente enlace: https://cisolog.com/sociologia/homenaje-a-luis-castro-nogueira/ donde se puede leer las intervenciones del acto de homenaje a Luis Castro Nogueira, y otros textos […]

  2. […] Ver más en la web cisolog […]

  3. […] curvar, plegar, su espacio-tiempo, su plektopoi, como diría el recientemente fallecido profesor Luis Castro Nogueira?  Hemos encontrado una respuesta a esta cuestión gracias a la investigación de la tesis doctoral […]

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