Límites naturales, desarrollo sostenible y el programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen

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Por Rubén Crespo | Estudiante de Sociología en la UNED.

Resumen

El lector encontrará en este artículo una reseña del libro Medio ambiente y sociedad. La civilización industrial y los límites del planeta de Ernest García (Alianza Editorial, 2004). Puesto que el concepto caleidoscópico de «desarrollo sostenible» atraviesa casi todo el libro como pieza clave para conocer la interacción de las sociedades humanas con su entorno natural, se analiza con mayor profundidad el campo semántico de dicho concepto. Dentro de las diferentes acepciones que tiene el concepto de «desarrollo sostenible», en la dimensión económica podemos encontrar los denominados programas bioeconómicos. Por el interés que tiene como función utópica ―entiéndase, con Ernst Bloch, como la esperanza y el presentimiento objetivo de lo que todavía-no-ha-llegado-a-ser― en respuesta a los problemas medioambientales que atenazan a la humanidad, al final del artículo se reproduce el programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen. Es ante todo una lectura que invita a la reflexión.

Antes de continuar, quiero dedicar este artículo a mis compañeros de estudio de Sociología en la UNED, Víctor Riesgo e Irene Pérez. Ellos son los que han hecho que preste mayor atención e importancia a los problemas medioambientales y relación bidireccional que éstos tienen con la estructura y dinámica social. Les estoy agradecido por esto y por todo lo que me han aportado en los diversos momentos en que hemos intercambiado pareceres.

Foto: Christa Richert

Reseña de:

ERNEST GARCÍA[1] (2004)

Medio ambiente y sociedad. La civilización industrial y los límites del planeta

Alianza Editorial, Madrid. 356 pp.

Las sociedades industriales han venido soslayando los límites de sus entornos locales, sustrayendo cada vez más y más lejanos recursos, de tal manera, que se han convertido en sociedades dependientes de los servicios naturales de todo el planeta. Esta es la dinámica que ha permitido la ilusión de que las limitaciones naturales habían desaparecido. Pero en las últimas décadas las cuestiones medioambientales han venido cobrando más relevancia tanto en el nivel de la sensibilización y conocimiento como en el de las actitudes y acciones en las sociedades modernas. Se plantea cada vez más interrogantes de solución compleja sobre las relaciones entre el medio ambiente y sociedad: ¿Cuáles son los efectos sociales de las alteraciones en el medio natural? ¿Cuáles son las consecuencias que sobre el medio natural tienen las transformaciones y cambios sociales? En el imaginario social se ha ido gestando cada vez con más intensidad debates en torno a fenómenos como el calentamiento global, agujero de la capa de ozono, agotamiento de los recursos naturales, extinción de la biodiversidad, sobrepoblación, etc. El conjunto de tales fenómenos constituyen lo que se ha denominado como “crisis ecológica”, y representa, entre otras cosas, el fin de la ilusión sobre la supuesta inexistencia de límites naturales para la humanidad.

El catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia, Ernest García, en su libro Medio ambiente y sociedad: la civilización industrial y los límites del planeta (Alianza Editorial 2004), aborda con maestría muchas cuestiones que se han planteado y continúan planteándose sobre la “crisis ecológica”, con especial atención al problema de los límites naturales, el concepto de sostenibilidad y sus implicaciones socioambientales. También realiza una exploración de las opiniones y actitudes que se tienen sobre el medio ambiente en las sociedades contemporáneas. Ernest García propone una reunificación del conocimiento en un núcleo transdisciplinar de las ciencias ambientales, que se extiende desde la física hasta la ética, pasando por la bilogía o la sociología. Esto es, reencuentro en un mismo ámbito de especialidades académicas que se separaron hace mucho tiempo y que desde entonces se han alejado cada vez más.

El conjunto de problemas que se aglutina en torno a la expresión “crisis ecológica” representa una encrucijada abierta para las sociedades contemporáneas. Las ciencias ambientales surgen con el fin de satisfacer las demandas de información suscitadas por las respuestas sociales e institucionales a tales problemas. El proyecto de las de las ciencias ambientales exige tres tareas fundamentales: la primera, implica responder a los nuevos problemas en ámbitos interdisciplinares previamente existentes; la segunda, supone una ampliación de las disciplinas existentes y el surgimiento de nuevos contextos interdisciplinares; la tercera, se refiere a la exploración de un núcleo compartido, transdisciplinar (pp. 16-17).

Por la parte que le toca a la sociología, García realiza un análisis por un lado, epistemológico, y por otro, histórico, sobre el papel que la sociología ha tenido en las cuestiones ambientales, de modo que se reconozca el punto de partida de la sociología medioambiental y las diferentes fases y paradigmas por los que ha ido pasando. García hace un repaso desde la sociología medioambiental clásica hasta la ecología humana sociológica. Ésta última, tiene un enfoque muy particular dentro del campo de las ciencias sociales, ya que no ha dedicado mucha más atención que otras disciplinas a la relación entre sociedad y naturaleza. Uno de los pensadores más influyentes de este enfoque fue el sociólogo Amos Hawley (1910-2009).

El objeto de estudio de la ecología humana sociológica (no confundir con “ecología humana” sin el adjetivo “sociológica”) son los sistemas sociales humanos, sobre todo en lo que respecta a su organización y a los cambios en ella (Hawley 1984). La organización incluye los diferentes tipos de relaciones sociales habitualmente considerados en sociología, a saber, diferenciación en la estructura, integración funcional, actividades realizadas para el sustento y la dominación o poder. La referencia a la ecología se explica porque se considera que la organización resulta de las interacciones entre una población y su ambiente, es decir, se incluye tanto el ambiente como natural como el construido, el social y el simbólico. Por otro lado, se explica también por la importación de las categorías biológicas como principios explicativos que son usados después mediante analogías, por ejemplo, las formas de organización como respuestas adaptativas. La ecología humana sociológica es uno de los muchos intentos de extrapolar esquemas físicos y biológicos a la comprensión sociológica (pp. 74-75).

Aunque el planteamiento original de la ecología humana sociológica no está exento de los inherentes problemas del razonamiento por analogía, García manifiesta extrañeza sobre que este enfoque no haya tenido una presencia más destacada en el desarrollo de la nueva sociología medioambiental o ecológica. Catton (1984) se hizo esta misma pregunta y elaboró una doble respuesta. En primer lugar: la corriente sociológica de la ecología humana debería recuperar su original inspiración biológica; y en segundo lugar: la sociología debería reconocer la imposibilidad de continuar la pauta de uso creciente de energía que ha caracterizado a la era industrial. García afirma que tal desencuentro ha tenido raíces tanto teóricas como prácticas: «La sociología medioambiental ha vuelto de nuevo la mirada hacia la ecología en un momento en que la ecología humana sociológica se alejaba cada vez más de ella» (p. 77).

Ernest García analiza otros muchos enfoques sociológicos sobre las relaciones entre medio ambiente y sociedad: la sociología de inspiración marxista, la sociología crítica de Jesús Ibáñez, la lógica de la “rueda de la producción” de Schnaiberg, el ecofeminismo y las teoría feminista de Maria Mies y Vandana Shiva, la sociología de la modernización ecológica y los programas políticos medioambientales derivados de ella, la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck, el construccionismo social, etc.

No tengo propósito de ser exhaustivo en la reseña del libro. En mi caso, Medio ambiente y sociedad: la civilización industrial y los límites del planeta lo he leído y estudiado por ser el manual de obligado estudio en la asignatura Ecología II: Ecología Humana de los planes de estudio de grado de Sociología en la UNED. Por supuesto, recomiendo su lectura para todos aquellos que tengan interés y quieran tener unos buenos cimientos para el conocimiento de los problemas medioambientales, más en particular, por lo que las ciencias sociales pueden aportar. Básicamente, en el texto pueden diferenciarse tres partes: la primera, con un enfoque claramente epistemológico en torno al campo de las ciencias ambientales, la aportación de las ciencias sociales, y en particular, la de la sociología ecológica o medio ambiental; en la segunda parte se analiza la evolución de la relación sociedad y medio ambiente, los cambios sociales, estructura y conflictos sociales, donde los conceptos de desarrollo y sustentabilidad tienen un notable protagonismo; en la tercera parte se analiza la percepción social, es decir, las preocupaciones y actitudes de los ciudadanos ante los problemas medioambientales, así como el establecimiento de las fuentes para un cambio social, esto es, «de la preocupación a la acción».

En el libro, García recrea un buen puñado de propuestas por diversos pensadores, muchas de ellas muy interesantes y dignas de reflexión. Una de ellas es el programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen. Pero antes de reproducir la propuesta de este autor es necesario situar mínimamente el contexto del libro donde García la incluye.

Semántica del “desarrollo sostenible”

El concepto de «desarrollo sostenible» (o «sustentable») prácticamente atraviesa todo el contenido del libro de Ernest García. No resulta extraño si se entiende éste como pieza clave en la interacción de las sociedades humanas con su entorno natural, concepto caleidoscópico según el paradigma donde se interprete, desde el marco epistemológico hasta el de la acción social por buscar soluciones a los problemas medioambientales. En general, la expresión «desarrollo sostenible» se refiere a un proceso socieconómico capaz de prolongarse en el tiempo sin minar catastróficamente la capacidad de la naturaleza para mantenerlo (p. 145). Aunque el uso de la expresión pueda parecer reciente, la idea a la que se refiere no lo es. El origen de la expresión ha de buscarse en las discusiones sobre el desarrollo de los años sesenta y setenta del siglo XX. Realmente, definir este concepto supone bastantes dificultades a la hora de una elaboración teórica consistente que incluya datos empíricos específicos. La noción de «desarrollo sostenible» nace del tardío reconocimiento de la existencia de algunos límites naturales, y que de ignorarlos, puede suponer un grave peligro para el sustento material de la expansión de la civilización industrial. ¿Cómo enfrentarse, entonces, a esos límites de manera que tanto el suministro como la expansión se puedan prolongar? García responde que para los partidarios de esta expresión, «desarrollo sostenible», significa la capacidad de superar el viejo conflicto entre economía y ecología; para sus críticos, el abracadabra pronunciado para conjurar el dilema de una expansión duradera en un medio infinito (p. 146). Las grandes preguntas que cabría hacerse son: ¿Qué debe entenderse como desarrollo? ¿Y por sostenibilidad? ¿Cuáles son las necesidades básicas que hay que satisfacer?

Está claro que la expresión «desarrollo sostenible» exige un recorrido analítico de su campo semántico, tanto de sus dos palabras, «desarrollo» y “sustentabilidad”, por separado, como en la adopción conjunta, «desarrollo sustentable». Según García, podemos encontrar hasta seis propuestas  de significado agrupadas en las dimensiones económica, cultural y política por separado; y otras tres propuestas más en una dimensión combinada económica-cultural-política.

En la dimensión económica podemos encontrar tres tipos diferenciados de significados:

  1. El desarrollo implica crecimiento. Esta propuesta es la que más abunda, y es la propia de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CMMAD) conocida como Comisión Brundland, la de la Unión Europea (UE), la de la ONU y la de muchos expertos en economía medioambiental. La opinión oficial de la ONU (1990:75) reza así: «El desarrollo sustentable no implica el cese del crecimiento económico. Más bien exige el reconocimiento de que los problemas de la pobreza y el subdesarrollo, y los problemas ambientales relacionados, no se pueden resolver sin un vigoroso crecimiento económico. No obstante, el desarrollo sustentable requerirá cambios en las formas actuales del crecimiento, para hacerlas menos intensivas en energía y recursos y más equitativas».
  2. Estado estacionario o crecimiento cero. Propuesta que admite toda clase de cambios cualitativos susceptibles de mejorar la vida de la gente, pero no incrementos en la escala física de la economía, esto es, ni en la población, ni en stock de bienes, ni en la cantidad de energía y materias primas integrados en el sistema productivo. En la economía de estado estacionario (EEE)[2] Herman Daly enumera como dimensiones básicas tres: stock, servicio y flujo metabólico o transumo (throughput). El concepto de EEE sugiere tres formas de conducta para las tres dimensiones. Para los stocks, la conducta adecuada es la de satisfacer (elegir un nivel de stocks suficiente para una vida buena y sostenible en un futuro prolongado). El transumo debe ser minimizado, para un stock constante. El servicio debe ser maximizado, para un stock constante. La política económica propia de la EEE tiene como objetivo mantener el stock de capital suficiente con un flujo metabólico bajo (Daly 1991).  En esta propuesta se podría incluir el Informe al Club de Roma, en su revisión de 1992, que mantiene el argumento de que existen fronteras naturales absolutas al crecimiento.
  3. Las propuestas «bioeconómicas».  Son las que insisten en que la irreversible degradación entrópica que lleva consigo toda actividad productiva y la incertidumbre de la evolución social condicionan la eventual reintegración de las economías humanas en los ciclos naturales de la biosfera, dificultan la búsqueda de una relación armónica entre ésta y la tecnosfera y recomiendan la conservación y el rechazo a la extravagancia como criterios primordiales de la sostenibilidad. Aquí es donde se incluye el programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen, que veremos más en profundidad al final del artículo.  Al final de su vida, Georgescu-Roegen (1906-1994), manifestó que la chárchara sobre el desarrollo sostenible tiene las mismos efectos adormecedores que una canción de cuna y que la conservación es el único programa ecológico válido (p. 153).

 

Respecto a la dimensión cultural, podemos encontrar dos categorías contrapuestas:

  1. La idea de que «más es mejor». La que se difunde en un contexto de abundancia consumista.
  2. La idea de que «suficiente es mejor». La que, según el discurso de los organismos internacionales, responde a orientaciones de necesidades básicas.

En cuanto a la dimensión política, destacan los aspectos relacionados con:

  1. El control y la equidad. Dependiendo de cómo se considere el desarrollo, bien un proceso susceptible de ser dirigido y controlado o, por el contrario, como  un proceso sometido a cambios básicamente impredecibles e incontrolables, el problema que surge es saber si la conciencia permite o no a las sociedades humanas huir de las azarosas alteraciones de estado del resto de sistemas complejos autoorganizadores. También depende de que el desarrollo se oriente hacia una menor desigualdad en la distribución de los recursos, la renta y la riqueza o, por el contrario, resulte indiferente a la evolución de los hechos en este ámbito.

Las combinaciones entre las dimensiones económica, cultural y política ofrecen un montón de posibilidades y permiten producir muchas más acepciones de «desarrollo sostenible». Ernest García realiza un gran esfuerzo sintético y destaca tres que se presentan como construcciones ideales.

  1. El desarrollo sostenible entendido como un crecimiento sostenido. Este enfoque propone el mantenimiento de la expansión de la producción y el consumo, consolidando una cultura de acumulación de bienes materiales, condicionando la reducción de la desigualdad a la creación de más riqueza a repartir y reforzando la dependencia a escala mundial. Es la innovación tecnológica la que tendrá que resolver los eventuales problemas de escasez o deterioro de los recursos naturales. Este enfoque no supone necesariamente una alternativa al desarrollo convencional, más bien, una reforma o ampliación de éste que incorpore la evaluación de los costes ambientales. Uno de los referentes para este tipo de enfoque es el economista Raymond Frech Mikesell.
  2. El desarrollo sostenible entendido como mejora cualitativa sin incremento de la escala física. Se trata de identificar el desarrollo sostenible como evolución de una economía homeostática, en estado estacionario o de crecimiento cero. En este caso, el papel del Estado resulta de suma importancia. Tendría que garantizar una satisfacción generalizada de las necesidades básicas en un contexto de creciente interdependencia global. Se espera una transición a una era solar que permitiría reducir radicalmente la dependencia de los recursos no renovables.
  3. La sostenibilidad sólo podría conseguirse abandonando el desarrollo. En este enfoque se ve a la sostenibilidad como incierta y sujeta a la necesidad de una permanente adaptación a las condiciones ambientales. Entiende el desarrollo como la causa de la pobreza y la degradación del medio ambiente. Una economía más integrada en los ciclos naturales permitiría la cobertura de las necesidades básicas y se complementaría con una cultura de la suficiencia.

El programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen

Como se ha podido ver en el apartado 3 de la dimensión económica sobre las acepciones de «desarrollo sostenible», Georgescu-Roegen es uno de los principales referentes de las propuestas bioeconómicas. Georgescu-Roegen (1906-1994) fue un matemático rumano, estadístico y economista. Es conocido sobre todo por su obra La ley de la entropía y el proceso económico. Trabajó en la relación entre economía, termodinámica y biología, de donde surgió la bioeconomía, rama que se conocerá después como economía ecológica. Georgescu aplicó el segundo principio de la termodinámica (ley de la entropía) a la economía. Este principio postula que en todo movimiento de energía siempre hay una parte de energía que se degrada y se pierde para el aprovechamiento humano.

Respecto a la concepción de este autor sobre «desarrollo sostenible» ―ya hemos apuntado algo anteriormente―, para Georgescu, «desarrollo sostenible» lleva implícito la confianza de que es posible un control consciente del cambio social, pero tal cosa resulta contradictoria: « […] cualquiera que crea que puede esbozar un esquema para la salvación ecológica de la especie humana no comprende la naturaleza de la evolución, o aun de la historia, la cual es una permanente lucha en formas constantemente nuevas, no un proceso físico-químico predecible, controlable, tal como cocer un huevo o lanzar un cohete a la luna» (Georgescu-Roegen 1975).

Georgescu-Roegen desarrolla su programa mínimo bioeconómico dividido en ocho puntos. El lector lo podrá encontrar reproducido a continuación tal cual lo hace Ernest García en su libro. No obstante, antes quiero señalar que esta mera reproducción no significa que esté de acuerdo con la totalidad de las propuestas esgrimidas por Georgescu. Reconozco que algunos puntos son criticables para una verdadera viabilidad. Sin embargo, me resulta interesante este programa por la pertinente función utópica[3] que representa. Es decir, el programa de Georgescu no debería ser entendido como una utopía en el sentido original que le confirió Tomás Moro como algo inexistente o imposible de encontrar o desarrollar. Me parece más acertado y constructivo tomar el significado que Karl Mannheim le dio al concepto de utopía: en contra de la ideología como pensamiento conservador que legitima la realidad, la utopía sería el pensamiento proyectado hacia el futuro y crítico del presente (Giner, Lamo, Torres 2006). Incluso, para ser más preciso, la referencia a Ernst Bloch resulta obligada aquí para entender la función utópica: ésta sería la única función trascendente que ha quedado y la única que merece quedar: una función trascendente sin trascendencia, que encuentra su correlato en el proceso en curso de realización, un proceso que, en consecuencia, se encuentra él mismo «en la esperanza y en el presentimiento objetivo de lo que todavía-no-ha-llegado-a-ser, en el sentido de lo que todavía-no-ha-llegado-a-ser-lo-que-debiera» (Bloch 1975).[4]

A mi juicio, de los ocho, el primer y último punto son los más interesantes por representar dos de las grandes contradicciones que de momento permanecen inmutables en las sociedades contemporáneas desarrolladas. No haré comentarios sobre estos puntos, prefiero que el lector saque sus propias conclusiones. No deje de prestar también especial atención a la reflexión final.

El programa mínimo bioeconómico de Georgescu-Roegen

«Sería completamente absurdo proponer una completa renuncia al confort industrial de la evolución exosomática. La humanidad no regresará a las cavernas o, más bien, al árbol. Pero hay unos cuantos puntos que pueden ser incluidos en un programa bioeconómico mínimo.

Primero: la producción de todos los artefactos de guerra, no sólo la guerra en sí misma, debe de prohibirse de inmediato. Sería totalmente absurdo e hipócrita seguir cultivando tabaco si, abiertamente, nadie tuviera la intención de fumar. Las naciones más desarrolladas y que son las principales productoras de armamento deberían llegar sin dificultad al consenso sobre esta prohibición si es que, como afirman, también poseen la sabiduría suficiente para guiar a la humanidad. La terminación de la producción de todos los instrumentos de guerra no sólo impedirá los asesinatos en masa mediante ingeniosos aparatos, sino que también dejará inmensas fuerzas productivas para prestar ayuda internacional sin disminuir el nivel de vida en los correspondientes países.

Segundo: a través del uso de estas fuerzas productivas, así como también de medidas sinceras y bien planeadas, las naciones subdesarrolladas deben recibir ayuda para lograr tan pronto como sea posible una vida mejor (no lujosa). Ambas partes deben participar y aceptar la necesidad de un cambio radical en sus distintas formas de ver la vida.

Tercero: la humanidad debería disminuir gradualmente su población a un nivel en que pudiese alimentarse adecuadamente sólo a través de la agricultura orgánica. Naturalmente, las naciones que ahora tienen un muy alto crecimiento demográfico tendrán que hacer un gran esfuerzo para obtener resultados en ese sentido lo más rápidamente posible.

Cuarto: hasta que el uso directo de la energía del sol sea de conveniencia general o se logre la fusión controlada, todo desperdicio de energía, por sobrecalentamiento, sobreenfriamiento, sobrevelocidad, sobreiluminación, etc., debería evitarse cuidadosamente y, si fuera necesario, reglamentarse de forma estricta.

Quinto: debemos curarnos nosotros mismos del anhelo morboso de los artefactos extravagantes, espléndidamente ilustrado por un artículo tan contradictorio como el carrito de golf y por tales esplendores gigantescos como los automóviles de garaje doble. Una vez que lo hagamos así, los fabricantes tendrán que parar la fabricación de tales “comodidades”.

Sexto: también debemos deshacernos de la moda, de “esa enfermedad de la mente humana”, como la caracterizó el abad Fernando Galliani en su celebrado Della moneta (1750). Es realmente una enfermedad de la mente desechar un abrigo o un mueble cuando aún pueden ser útiles. Es un crimen bioeconómico tener un “nuevo” automóvil cada año y remodelar la casa cada tres. Otros ensayistas ya han propuesto que los bienes sean fabricados de tal manera que sean más durables […]. Pero es más importante aún que los consumidores se reeduquen ellos mismo para desdeñar la moda. Los fabricantes tendrán entonces que abocarse a la durabilidad.

Séptimo: y estrechamente relacionado con el punto anterior, la necesidad de que los bienes durables se hagan aún más durables diseñándolos para ser reparables. (Para ponerlo en una analogía plástica: en muchos casos estamos hoy en día forzados a desdeñar un par de zapatos sólo a causa de que una agujeta se rompió.)

Octavo: en necesaria armonía con todas las ideas anteriores, nos deberíamos curar de lo que he llamado “la pista circular de la máquina de rasurar”, o sea: rasurarse más aprisa para tener más tiempo para trabajar sobre una máquina que rasure aún más aprisa y así ad infinitum. Este cambio requerirá retractación en el campo de todas aquellas profesiones que han atraído al hombre hacia este inacabable y vacío progreso. Tenemos que llegar a darnos cuenta de que un prerrequisito de la buena vida es una cantidad sustancial de ocio consumido en forma inteligente.

Consideradas en abstracto, las recomendaciones anteriores deberían parecer razonables, en general, para cualquier persona deseosa de examinar la lógica sobre la cual descansan. Pero un pensamiento ha persistido en mi mente desde que me interesé en la naturaleza entrópica del progreso económico. “¿Hará caso la humanidad a un programa a que implique una limitación de su adicción exosomática?” Quizá el destino del hombre es tener una vida breve pero ardiente, excitante y extravagante, más bien que una existencia larga, apacible y vegetativa. Que sean otras especies, las amebas, por ejemplo, que no tienen ambiciones espirituales, las que hereden un planeta aún bañado en plenitud por la luz de sol».

(Georgescu-Roegen 1975:830-832)[5]

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Bibliografía

BLOCH, ERNST, y FELIPE GONZÁLEZ VICÉN. (1975). El principio esperanza. Aguilar.

CATTON, W. R. (1984): «Human ecology and social policy». En M. Micklin y H. M. Choldin (eds.), Sociological human ecology: Contemporary issues and applications. Boulder, Westview Press.

DAILY, H. E. (1991): Steady-state economics. Second edition with new easy. Washington, Island Press.

GARCÍA, ERNEST. (2004): Medio ambiente y sociedad: la civilización industrial y los límites del planeta. Alianza Editorial, S.A.

GEORGESCU-ROEGEN, N. (1975): «Energía y mitos económicos». El trimestre Económico, nº 168, octubre-diciembre.

GINER, SALVADOR, EMILIO LAMO y CRISTÓBAL TORRES. (2006). Diccionario de sociología. Alianza Editorial, S.A.

HAWLEY, A. H. (1984): «Sociological human ecology: Past, present, and future». En M. Micklin y H. M. Choldin (eds.), Sociological human ecology: Contemporary issues and applications. Boulder, Westview Press.


[1] Ernest García (Alicante 1948) es Doctor en Filosofía y catedrático de sociología en la Universidad de Valencia en la que ha sido profesor desde 1971, director del Departamento de Sociología y Antropología Social (1990-1993) y Decano de la Facultad de Ciencias Sociales (1999-2005). Ha enseñado e investigado en los campos siguientes: lógica y metodología de las ciencias sociales, cambio y conflicto social, sociología de la educación y sociología ecológica. En este último campo, ha llevado a cabo numerosos proyectos de investigación –en los ámbitos europeo, español y valenciano- sobre cuestiones relativas a la introducción de políticas medioambientales, a la dinámica de los conflictos socioecológicos, a la relación entre condiciones de trabajo y sostenibilidad, a la discusión teórica del desarrollo sostenible, al impacto ambiental del consumo, a los valores y opiniones sobre problemas ambientales y a la sostenibilidad regional y local.

[2] Véase La economía de estado estacionario de Herman E. Daly. Traducción de Víctor L. Urquidi y Raúl de la Peña. Publicado originalmente en inglés en la American Economic Review, mayo de 1974.

[3] Véase Utopía e ideología en el pensamiento de Ernst Bloch en: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/utopia.html

[4] Las negritas son mías.

[5] Las negritas son mías.

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