No hay sal en el mercado (es sábado)

Entre los bereberes del centro y sur de marruecos ha pervivido hasta mediados del siglo XX este refrán para referirse a los judíos. La generosidad de este dicho popular bereber se acrecienta si consideramos el contexto; poblaciones seminómadas, carentes de recursos naturales, que han vivido históricamente del comercio trans sahariano, cuya moneda de intercambio secular ha sido la sal.

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Por Fernando Alvarez-Baron Rodríguez. Publicado en {DF} Diario Financiero, 26 de julio de 2012
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Después de Auschwitz-Birkenau habría que volver a referirse a la sal del mercado para describir la exuberancia intelectual con la que  individuos judíos y judaizantes se han aplicado a poner patas arriba los presupuestos clásicos de la economía, la sociología y la psicología y han encabezado  el despegue de  la neurociencia y la neuropsicología.

En Viena en 1936, el 75% de los médicos eran judíos, frente a un 8% de población hebrea de la capital de Austria. Desde la perspectiva sociológica de Víctor Karady,  una de las causas de esta sobrerepresentacion se debe a los “mecanismos compensatorios” que las minorías  ponen en funcionamiento para sobrevivir en el seno de mayorías hostiles. Los judíos europeos, anteriores al holocausto, desarrollaron  este mecanismo compensatorios con éxito, en casi todos los ámbitos de la actividad humana, pero especialmente en aquellas “nuevas profesiones”, que como la sociología, la psicología, la economía, el periodismo  o  la investigación científica estaban relacionadas con la exploración de las relaciones entre los seres humanos, sus ambigüedades y sus contradicciones.

El neurólogo Antonio Damasio, publico en 2003  el libro En busca de Spinoza. Nos explica que los últimos descubrimientos sobre las emociones permiten describir como la mayor parte de la actividad humana de desarrolla a través de procesos automáticos no conscientes. Somos rehenes en gran medida de nuestros automatismos. Pero identifica físicamente en el cerebro los mecanismos que permiten  esforzarnos intencionalmente en acotar nuestras emociones, y que nos capacitan para  decidir sobre que objetos y situaciones derrochamos nuestro tiempo y sobre todo nuestra atención. De esta forma la neurociencia pone patas a la posibilidad  de confirmar uno se los axiomas de la psicología social más utilizados: los “mecanismos compensatorios”.

Después de 1945 el Pueblo de la Shoah ha reforzado la identidad judía con una línea divisoria que separa el  mundo en judíos y en no judíos y que individualmente se vive como un “nosotros innombrado”, que es la hoja de ruta biográfica de los judíos y que acoge los “mecanismos compensatorios” individuales, transformando los sentimientos de dolor y exclusión en la sal intelectual,  que de manera tan exuberante se nos muestra,  en la sobrerrepresentación judía entre los modernizadores del pensamiento, entre otros ámbitos.

Un modernizador es sin duda Daniel Kahneman,  israelí que recibió el Premio Nobel de Economía en 2002 por sus estudios sobre como los humanos tomamos decisiones en entornos de  incertidumbre. Kahneman propone un nuevo concepto de racionalidad que tenga en cuenta los errores sistemáticos que comete el cerebro, como la ilusión de causalidad,  el efecto halo, o a ilusión de validez. La toma de decisiones humana hay que desdoblarla en dos, porque intervienen dos mecanismos cerebrales que denomina Sistema 1 y Sistema 2.  El Sistema 1 está preparado para creer y no para dudar y tiene pánico a la incertidumbre y al azar, por lo que frecuentemente  trata de contar historias coherentes, aunque erróneas.

Así como Kahneman lleva camino de poner patas arriba los presupuestos clásicos de la economía basados en las expectativas racionales, en otros campos del conocimiento una pléyade del “nosotros innombrado”  hacen lo propio. Alan Wicker, entre otros, se cuestiona uno de los paradigmas clásicos de la psicología al afirmar que la personalidad no determina el comportamiento de los hombres: “y tal vez los humanos no sean más que seres que sucumben a las presiones, sean cuales sean, que se dan en el entorno social inmediato.”

Elliot Aronson, uno de los  psicólogos más influyentes de EEUU, ha dedicado su esfuerzo intelectual a estudiar la violencia interétnica y las causas del conservadurismo de la mente humana.  Aronson ha llegado a la conclusión de que las conductas humanas tendentes a mantener nuestra autoestima son la piedra angular de nuestro sistema cognitivo plagado de sesgos autoprotectores como; el pensamiento egocéntrico, el sesgo del propio interés o  la memoria reconstructiva del pasado.

Erving Goffman fue el presidente de la Asociación Americana de Sociología, y al igual que Sigmund Freud, su obra refleja la autobiografía de un  judío que logra un meteórico ascenso social basado en su capacidad intelectual y profesional. Goffman, que además de sociólogo fue cámara de cine, revolucionó la Sociología afirmando que los humanos somos actores que representamos varios papeles/roles  a lo largo del teatro de la vida. Las reglas que rigen la vida social se basan en un compromiso de conveniencia  (working acceptance) que son reglas rituales  cuya finalidad es mantener la representación (social) en cada escena.

Como anticipo genialmente Sigmund Freud en 1930, los contenidos conscientes del cerebro nos llegan preseleccionados, manipulados y empaquetados. A partir de 1990 los descubrientos de la neurociencia popularizados por Joseph LeDouxAntonio DamasioMatthew Erdelyi o Daniel Goleman  nos han puesto ante la evidencia de que la mayor parte del conocimiento humano es inconsciente y que gran parte de las conductas cotidianas, incluso con los seres más cercanos,  son mecánicas y  ajenas a la consciencia.

La violencia histórica contra los judíos se ha dirigido más allá de la persona individual, contra la identidad colectiva. La reacción, necesariamente individual, se ha servido de los mecanismos compensatorios (Karady), o de la sublimación (Freud), en un proceso que necesariamente implica la reducción del tiempo consumido por “la vida automática”, para dedicar tiempo y esfuerzos a objetivos y metas individuales, en mucha mayor medida que los componentes de las mayorías sociales (Damasio).

Cuando Goffman nos describe a la sociedad como “relaciones de fuerza basadas en el simulacro”, o cuando Aronson explica el “sesgo del actor observador” , o cuando Damasio/LeDoux  nos describen la empatía como una especie de “teatro cerebral  apoyado en las neuronas espejo”, no podemos sino dar gracias por la exuberancia  de este “nosotros innombrado”, cuajado de “mecanismos compensatorios”, que es un brindis por  el más grande, BARUCH SPINOZA; “la actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre”.

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